En octubre de 2025, a sus 84 años, el legendario Roberto Carlos Braga, el Rey de la música brasileña, enfrenta un momento de profunda vulnerabilidad desde su balcón en Río de Janeiro.
Su voz, inmortalizada en baladas de pasión, ahora tiembla a causa de una grave afección respiratoria crónica.
Esta dolencia se ha visto agravada por los estragos de la edad y una reciente intoxicación alimentaria, lo que lo obligó a cancelar compromisos internacionales y a un retiro involuntario.
Este retiro, sin embargo, no ha significado el fin de sus sorpresas.
En medio de la fragilidad, el ícono ha conmovido al mundo con una confesión inesperada.
Ha revelado que, después de más de dos décadas de profundo duelo por su esposa, María Rita, ha florecido en su vida un amor tardío.
Este lazo inesperado desafía la creencia popular de que su corazón estaba permanentemente marchito por la pérdida.

De la Amputación al Trono Musical
Para comprender la inmensa resiliencia del Rey, es esencial recordar su origen humilde en Cachoeiro de Itapemirim.
A la temprana edad de 6 años, un trágico accidente doméstico con un vagón de tren le amputó parte de su pierna derecha.
Este trauma físico no solo alteró su movilidad, forzándolo a usar una prótesis, sino que forjó en él una profunda perseverancia.
Él mismo reflexionó sobre este golpe del destino.
“La vida me quitó un paso, pero me regaló un ritmo interior que nadie podría silenciar”, comentó en una entrevista años después, aludiendo a cómo la música se convirtió en su danza del alma.
Influenciado por la efervescencia del rock and roll de Elvis Presley, fusionó esos ritmos yankees con la samba brasileña.
Así, en la década de los 60, junto a sus aliados Erasmo Carlos y Tim Maia, se convirtió en el líder indiscutible del movimiento juvenil conocido como Jovem Guarda.
Su ascenso a la fama fue meteórico y sin precedentes.
Sus letras, que hablaban de amores prohibidos y corazones rotos, eran lo suficientemente sutiles para evitar la censura del régimen militar.
Esta habilidad para comunicar la emoción sin confrontar al poder le valió el apodo permanente de Rey.
Su estatus económico se consolidó rápidamente, con mansiones en Barra da Tijuca, pero su búsqueda de estabilidad emocional fue más compleja.
María Rita: El Gran Amor y el Duelo Eterno

Su vida íntima estuvo marcada por la búsqueda de un ancla tras el fracaso de su primer matrimonio con Cleonice Rossi.
En 1977, en un set de grabación en São Paulo, conoció a María Rita Simões, una joven aspirante a actriz 21 años más joven que él.
Ella se transformó en su musa discreta, inspirando baladas inmortales como Mulher Pequena (Mujer Pequeña).
Se casaron en 1996.
Sin embargo, su felicidad fue trágicamente efímera.
María Rita fue diagnosticada con cáncer de mama.
Roberto Carlos se dedicó por completo a su cuidado, cancelando giras y posponiendo lanzamientos discográficos, un testimonio de devoción total.
La pérdida fue devastadora.
María Rita falleció el 1 de agosto de 1999, a la joven edad de 37 años, dejando un vacío inmenso en el alma del cantante.
El duelo de Roberto Carlos se manifestó como un “exilio voluntario” de más de dos décadas, un periodo de profundo aislamiento introspectivo.
Este dolor crónico se vio trágicamente exacerbado por la muerte de su hijo, Roberto Carlos Braga Jr., víctima de un cáncer pancreático en septiembre de 2021.
La pérdida múltiple lo obligó a depender de su arte y sus terapias para canalizar la inmensa ausencia, dedicando álbumes enteros a la memoria idealizada de su esposa.
Su figura se elevó a un estatus mítico, donde el dolor se transmutaba en arte perdurable.
La Crisis de Salud y la Revelación Tardia

En sus 80, el cuerpo del Rey comenzó a ceder.
La afección respiratoria crónica, diagnosticada inicialmente como bronquitis asmática, se agravó debido a la edad, al estrés acumulado del duelo y a los efectos del tabaquismo juvenil, ya abandonado hace décadas.
Síntomas como la fatiga persistente y los episodios de disnea (dificultad para respirar) lo obligaron a reducir drásticamente su agenda.
El detonante que forzó su más reciente retiro fue una intoxicación alimentaria sufrida durante preparativos de una gira en Nepal en abril de 2025.
Este percance lo dejó postrado y requirió atención médica de emergencia, frustrando sus planes internacionales.
Ante la fragilidad de su salud, el cantante se sinceró en una entrevista en septiembre de 2025.
En un acto de liberación personal, rompió el silencio emocional de dos décadas con una confesión sorprendente.
Ha entablado una relación serena con Elena, una galerista de arte contemporáneo argentina de 62 años, oriunda de Buenos Aires.
Se conocieron discretamente en 2018.
Este romance no es un torbellino pasional, sino una “compañía intelectual” madura y un bálsamo forjado en conversaciones sobre arte y pérdidas compartidas.
Elena, viuda, ha ayudado a Roberto Carlos a iluminar el recuerdo de María Rita sin eclipsarla.
Su unión se nutre de la absoluta privacidad, sirviendo como un antídoto contra el escrutinio que consumió sus romances pasados.
Familiares cercanos han abrazado esta nueva dinámica, describiéndola como un elemento que devuelve el color a la vida del patriarca.
Legado, Resiliencia y Futuro
A pesar de su frágil salud —la cual requiere nebulizaciones diarias y un régimen estricto de caminatas—, el espíritu creativo de Roberto Carlos no se ha apagado.
Mira hacia el futuro, planeando un álbum conceptual titulado Ecos Tardíos.
Se rumorea que el proyecto incluirá duetos virtuales con grabaciones archivales de María Rita, creando un puente conmovedor entre el pasado y el presente.
Su salud se ha estabilizado lo suficiente como para permitirle vislumbrar modestos retornos escénicos, quizás un especial navideño en diciembre de 2025.
La vida de Roberto Carlos, desde el trauma de la amputación hasta el duelo prolongado y este inesperado lazo tardío, se erige como un testimonio de resiliencia inquebrantable.
Su secreto revelado no solo humaniza al mito.
Inspira a millones, demostrando que el corazón humano siempre reserva crescendos inesperados de esperanza y que el amor puede renacer incluso después de un duelo de más de veinte años.