El 8 de julio de 2025 quedará grabado como un día de luto nacional en Argentina.
Ramón Bautista Ortega, conocido por todos como Palito Ortega, falleció a los 82 años dejando un legado imborrable como cantante, actor, político y, sobre todo, como símbolo de esperanza y alegría para generaciones enteras.
Su funeral, celebrado en el cementerio de la Chacarita, no fue simplemente una despedida, sino una manifestación masiva de amor y gratitud hacia un hombre que marcó profundamente la cultura y el corazón del país.

Desde sus humildes comienzos como vendedor de sodas en Tucumán hasta convertirse en una de las figuras más queridas de la música y el cine, la vida de Palito Ortega fue una verdadera inspiración.
Su ascenso al estrellato durante la época de la “Nueva Ola” no solo lo convirtió en un ídolo juvenil, sino también en un referente de resiliencia y perseverancia.
Canciones como “La felicidad”, “Yo tengo fe” y “Un muchacho como yo” no solo fueron éxitos rotundos, sino que también se convirtieron en himnos que acompañaron a los argentinos en sus momentos más felices y difíciles.
El anuncio de su muerte fue un golpe devastador para el país.
Las redes sociales se inundaron de mensajes de admiración y tristeza bajo el hashtag #GraciasPalito, que rápidamente se convirtió en tendencia global.
Desde figuras públicas como el presidente de la nación hasta ciudadanos comunes, todos compartieron anécdotas, fotos y recuerdos que reflejaban el profundo impacto de Palito en sus vidas.
“Nos hiciste felices”, fue la frase que más se repitió, encapsulando el legado emocional que dejó en millones de corazones.
El velorio se llevó a cabo en la Legislatura de la Nación, un honor reservado para las figuras más destacadas de la historia argentina.
El féretro, cubierto con la bandera celeste y blanca, reposaba bajo una lluvia de rosas blancas mientras miles de personas desfilaban frente a él.
Algunos dejaban cartas, flores y estampitas; otros murmuraban letras de sus canciones como si fueran oraciones.
La atmósfera era solemne, pero también estaba impregnada de gratitud y amor.
Evangelina Salazar, su compañera de vida durante más de cinco décadas, permaneció estoica junto al ataúd, rodeada por sus hijos, quienes intentaban consolarla mientras lidiaban con su propio dolor.
En un momento profundamente emotivo, Sebastián Ortega, uno de los hijos de Palito, tomó el micrófono para leer una carta que su padre había dejado como última voluntad.
Con voz quebrada, reveló un secreto guardado durante décadas: un amor imposible que había inspirado una de sus canciones más icónicas.
Este detalle, lejos de opacar su legado, añadió una dimensión humana que conmovió aún más a los presentes.
El silencio se rompió cuando la multitud comenzó a cantar “La felicidad”.
Primero tímidos, luego con fuerza, los asistentes transformaron el dolor en un homenaje vibrante.
Fue un momento mágico, donde la música se convirtió en un puente entre el pasado y el presente, entre el artista y su público.
Mientras las voces se alzaban, una suave lluvia comenzó a caer, como si el cielo también quisiera despedirlo con una caricia.

La procesión hacia el cementerio de la Chacarita fue igualmente conmovedora.
Miles de personas se alinearon en las calles para dar su último adiós, algunas sosteniendo fotos y discos antiguos, otras simplemente cantando sus canciones.
El ambiente estaba cargado de una mezcla de tristeza y gratitud.
Al llegar al cementerio, Evangelina colocó una pequeña fotografía familiar en el ataúd, un gesto que rompió el corazón de todos los presentes.
En esa imagen, Palito aparecía rodeado de su esposa e hijos, sonriendo como si el tiempo no hubiera pasado.
En su Tucumán natal, la plaza principal amaneció llena de flores.
Nadie lo organizó; simplemente ocurrió.
Personas de todas las edades llegaron con guitarras, banderas y recuerdos para rendir homenaje a su ídolo.
Las radios locales interrumpieron su programación habitual para transmitir canciones y anécdotas enviadas por los oyentes.
Una señora recordó cómo Palito le firmó un autógrafo bajo la lluvia, mientras un hombre contó cómo su madre enferma había vuelto a sonreír al escucharlo cantar “Bienvenido amor”.

En Buenos Aires, el canal 13 emitió un especial de más de seis horas con sus películas más queridas, como “Esto es alegría”, “Mi primera novia” y “Un muchacho como yo”.
Estas películas, aunque simples en su trama, dejaron una huella imborrable en generaciones enteras con sus mensajes de esperanza y bondad.
Más allá de su carrera artística, Palito Ortega fue un hombre profundamente humano.
Su paso por la política como gobernador de Tucumán y su regreso triunfal a los escenarios en los años 2000 demostraron su capacidad de reinventarse sin perder su esencia.
Pero, sobre todo, fue un esposo devoto, un padre amoroso y un amigo leal.
Su vida fue un ejemplo de cómo el talento y la humildad pueden coexistir, y de cómo el verdadero éxito se mide por el amor que uno deja atrás.
El legado de Palito Ortega trasciende su música y su cine.
Es un legado de amor, esperanza y resiliencia que continuará inspirando a futuras generaciones.
Su partida deja un vacío inmenso, pero también una luz que no se apagará jamás.
Porque Palito no se ha ido; se ha transformado en canción, en recuerdo, en un símbolo eterno de alegría y unidad.
Hoy, mientras Argentina despide a uno de sus hijos más queridos, también celebra su vida.
Las radios siguen reproduciendo sus canciones, las plazas continúan llenándose de flores y las generaciones se unen para recordar a un hombre que, con su voz y su corazón, dejó una marca indeleble en la cultura y el alma del país.
Descansa en paz, maestro.
Tu legado vivirá por siempre en cada nota, en cada letra y en cada corazón que alguna vez fue tocado por tu arte.