Durante las décadas de esplendor de la música ranchera, hubo una voz que se alzó con un timbre tan singular que marcó un antes y un después en la historia del género.
Esa voz perteneció a Matilde Sánchez Elías, conocida artísticamente como La Torcacita, una intérprete que conquistó corazones con su falsete cristalino y su presencia delicada.
Sin embargo, detrás del brillo y los aplausos se escondía una vida marcada por el abandono, la censura y una enfermedad silenciosa que la llevaría a la muerte.
Su historia es la de una mujer que lo dio todo por el arte, pero fue castigada por el paso del tiempo y por una industria que le cerró las puertas cuando más necesitaba ser recordada.
Matilde nació en Tampico, Tamaulipas, aunque su infancia transcurrió entre mudanzas familiares y sueños musicales.
Desde muy pequeña mostró un talento natural para el canto, algo que sus padres alentaron.
Formó con su hermana Faustina un dueto llamado Las Tapatías, con el que comenzaron a ganar popularidad en estaciones de radio locales.
Su talento era tan evidente que el director de una emisora, al escucharlas cantar, les extendió una carta de recomendación dirigida al magnate de los medios Emilio Azcárraga Vidaurreta, dueño de la XEW, la emisora más influyente de México.
El encuentro con Azcárraga cambió el destino de las jóvenes.
El empresario, impresionado por su talento pero no por el nombre del dúo, decidió rebautizarlas como Las Torcacitas, un nombre que evocaba dulzura y juventud.
Bajo ese título, el dueto disfrutó de una breve pero exitosa carrera.
Sin embargo, el sueño compartido terminó abruptamente cuando Faustina, con apenas quince años, decidió casarse y retirarse del medio artístico.

Matilde, enfrentada al dilema de abandonar o continuar, eligió seguir adelante sola.
Así nació La Torcacita, nombre que con el tiempo se convertiría en sinónimo de innovación vocal y elegancia musical.
En una época en la que las grandes voces rancheras eran dominadas por figuras de enorme potencia como Lucha Reyes o Amalia Mendoza, La Torcacita aportó algo completamente distinto: un falsete que combinaba la técnica y la emoción.
Su manera de cantar transmitía fragilidad y profundidad al mismo tiempo, lo que le permitió crear un estilo único dentro del género ranchero.
Su registro agudo, casi celestial, la convirtió en una figura admirada no solo en México, sino también en varios países de América Latina, donde su música se escuchaba con devoción.
Su éxito en la música la llevó a participar en la época de oro del cine mexicano, donde compartió créditos con algunas de las estrellas más importantes del momento.
Aunque su presencia en la pantalla grande fue breve, dejó una impresión duradera.
Cada interpretación suya era un ejercicio de sensibilidad, un recordatorio de que la voz también puede actuar, contar historias y conmover sin necesidad de grandes gestos.
Pero detrás de esa imagen de elegancia y éxito, Matilde vivía profundas tragedias personales.
Su primer matrimonio, con el panameño Óscar Grimaldo, fue breve pero significativo: juntos tuvieron una hija, Norma Virginia Grimaldo Sánchez.
La felicidad duró poco, pues su esposo falleció pocos años después, dejando a Matilde viuda a una edad temprana y con una hija pequeña que criar.
Tiempo después se casó con Octavio Camacho, con quien tuvo a su segundo hijo, Sergio Camacho Sánchez.
Aunque su nueva familia le dio estabilidad, el mundo artístico comenzaba a volverse cada vez más distante.
Durante los años setenta, cuando tenía apenas cuarenta años, su carrera comenzó a desvanecerse.
Las disqueras apostaban por nuevas voces y géneros más comerciales.
La televisión, convertida en el epicentro de la fama, tampoco le abrió las puertas.
En particular, el programa “Siempre en Domingo”, conducido por Raúl Velasco, se negó a invitarla.
En aquel tiempo, ser excluido de ese espacio era sinónimo de invisibilidad mediática.
De esa forma, La Torcacita fue relegada lentamente al olvido.
Algunos rumores señalan que su exclusión no fue solo un acto de desinterés, sino un veto deliberado.
Una investigadora que intentaba escribir una tesis sobre su vida abandonó el proyecto tras recibir una advertencia: “No cantes lo que no estás lista para enterrar. ”
Esta frase enigmática ha sido interpretada como una señal de que existieron presiones o conflictos ocultos detrás de su silenciamiento, aunque nada de ello ha sido confirmado.

Ya lejos de los escenarios, Matilde dedicó su tiempo a su familia y a su hogar, pero comenzó a sufrir las consecuencias de un hábito que parecía inofensivo: desayunar muy tarde y con alimentos ricos en carbohidratos.
Durante años, esa costumbre alteró su metabolismo y generó un daño renal progresivo.
Ella solía atribuir sus síntomas —fatiga, hinchazón y dolores de cabeza— al cansancio propio de la edad, sin saber que su cuerpo estaba fallando lentamente.
Con el paso del tiempo, los médicos detectaron una insuficiencia renal crónica, consecuencia de su mala alimentación y de largos periodos sin ingerir alimentos.
Aunque intentó corregir su dieta y someterse a tratamientos, el daño ya era irreversible.
Su salud se deterioró rápidamente y comenzó a depender de atención médica constante.
Aun así, nunca perdió su serenidad ni su amor por la música, aunque sabía que ya no volvería a cantar.
El 1 de noviembre de 1988, coincidiendo con el Día de Muertos, Matilde Sánchez “La Torcacita” falleció en la Ciudad de México a los 61 años.
Su partida fue silenciosa, sin homenajes públicos ni titulares de prensa, una despedida triste para quien había dado tanto a la cultura mexicana.
Su muerte fue el resultado de años de desgaste físico y de una enfermedad que avanzó sin piedad, pero también simbolizó el abandono de una industria que suele olvidar a sus propias leyendas.

Hoy, a décadas de su partida, la figura de La Torcacita resurge como la de una pionera de la técnica vocal en la música ranchera.
Su falsete, su estilo refinado y su entrega apasionada siguen siendo referencia para cantantes que buscan combinar técnica con emoción.
Fue una mujer que rompió moldes, que se atrevió a cantar distinto y que pagó el precio de ser diferente.
Matilde Sánchez fue una artista completa, una madre amorosa y una voz inconfundible que, aunque calló para siempre, sigue resonando en los corazones de quienes la escuchan.
Su historia no solo habla del talento y la fama, sino también de la vulnerabilidad humana, de la soledad de las estrellas que el público ama y luego olvida.
En su canto vive el eco de una época y el recuerdo de una mujer que, con cada nota, sembró eternidad en la música mexicana.