PABLO ESCOBAR como JAMÁS lo VISTE ➨ El ARCHIVO SECRETO de la DEA

En diciembre de 1993, mientras Colombia despedía al hombre más temido y venerado de su historia reciente, en los despachos de Washington se sellaban archivos que, durante décadas, permanecerían ocultos bajo la clasificación de “Top Secret”.

Esos documentos, hoy desclasificados, revelan una historia mucho más compleja de lo que mostraron las series de televisión o las crónicas oficiales.

No solo cuentan la caída del narcotraficante más poderoso del planeta, sino también los métodos oscuros, las alianzas imposibles y las decisiones morales que marcaron para siempre a la DEA y a Estados Unidos en su guerra contra Pablo Escobar Gaviria.

The Scottish mercenary hired to kill Pablo Escobar - BBC News

Nacido en Rionegro en 1949, Pablo Escobar creció en Medellín con una ambición que desbordaba los límites de su entorno.

En los años setenta comenzó como contrabandista menor, pero pronto entendió el poder del nuevo mercado que emergía: la cocaína.

En 1976, un informe de un joven agente de la DEA en Bogotá lo mencionaba apenas como “sujeto sin relevancia para operaciones prioritarias”.

Aquella subestimación se convertiría en uno de los errores de inteligencia más costosos de la historia.

Una década después, Escobar controlaba el 80% del flujo mundial de cocaína y había acumulado una fortuna que rivalizaba con la de las mayores corporaciones del planeta.

 

Los archivos de la DEA detallan con precisión la magnitud de su red.

Escobar creó una cadena de suministro vertical que iba desde los laboratorios en la selva hasta los barrios de Miami y Los Ángeles.

Su organización empleaba miles de personas y contaba con pilotos, contadores, sicarios y políticos bajo nómina.

Pero su genio no residía solo en la logística: supo ganarse a los olvidados.

En una Colombia fragmentada por la desigualdad y la corrupción, construyó viviendas, estadios y escuelas.

Para muchos, fue un benefactor; para el Estado, un enemigo imposible de derrotar.

“Cuando un ciudadano debe elegir entre el Estado ausente o Escobar presente, la decisión es obvia”, rezaba un informe de 1984.

Pablo Escobar, le patron du mal | Netflix

Ese mismo año, tras el asesinato del ministro de Justicia Rodrigo Lara Bonilla, la guerra se volvió abierta.

La DEA lanzó la “Operación Centauro”, un esfuerzo sin precedentes que involucró millones de dólares, tecnología de espionaje avanzada y una red de informantes por toda América Latina.

Sin embargo, cada vez que la agencia se acercaba a Escobar, algo fallaba.

Las filtraciones eran constantes y los documentos revelan la sospecha de que el capo tenía informantes dentro de la propia DEA.

La corrupción se extendía como una sombra en ambos lados de la ley.

 

Escobar respondió con terrorismo.

Entre 1985 y 1990, Colombia vivió una era de bombas, asesinatos y miedo.

La explosión del vuelo de Avianca en 1989, que mató a 107 personas, marcó un punto de no retorno.

La DEA, desesperada, comenzó a cruzar límites.

Los archivos hablan de “autorización delta extendida” y “métodos no convencionales”, eufemismos que encubrían operaciones encubiertas al margen de la legalidad.

Según un exagente identificado como “Fuente Águila”, las órdenes eran claras: “Traerlo vivo o muerto.

Preferiblemente vivo, pero todos sabíamos que muerto era aceptable”.

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En 1991, Escobar sorprendió al mundo al entregarse.

El acuerdo con el gobierno colombiano, mediado por presiones políticas y terror, fue considerado por la DEA una humillación.

Construyó su propia prisión, “La Catedral”, un santuario desde donde siguió dirigiendo su imperio.

Los informes estadounidenses describen la prisión como “un resort con medidas de seguridad diseñadas para mantener fuera a los enemigos, no dentro al prisionero”.

Cuando ordenó el asesinato de dos lugartenientes dentro del penal, el gobierno intentó trasladarlo.

Escobar simplemente escapó caminando.

Su fuga, facilitada por sus propios guardianes, desató la última y más brutal fase de la persecución.

 

En julio de 1992, la administración Bush aprobó el “Protocolo Omega”: recursos ilimitados, cooperación total con unidades colombianas y libertad operativa sin restricciones.

Nació así el Grupo Especial de Búsqueda (GEB), un híbrido entre fuerzas oficiales y agentes encubiertos.

Los documentos revelan que la DEA comenzó a trabajar, directa o indirectamente, con grupos paramilitares conocidos como Los Pepes —Perseguidos por Pablo Escobar—, antiguos socios convertidos en enemigos.

Pablo Escobar's brother asks to review Netflix's Narcos - BBC News
Oficialmente, Estados Unidos negaba cualquier vínculo, pero los cables internos muestran una coordinación tácita.

“Los Pepes demostraron ser el factor más efectivo para degradar la red de apoyo del objetivo”, afirma un análisis de 1993.

 

La cacería se volvió una guerra sucia.

La DEA implementó el “Sistema Quimera”, un programa de vigilancia capaz de interceptar medio millón de llamadas diarias y localizar a un objetivo con un margen de 25 metros.

Fue la primera operación de inteligencia masiva de este tipo, precursora de los sistemas modernos de rastreo global.

Gracias a esta tecnología, los analistas detectaron un patrón: Escobar llamaba a su hijo todas las tardes, durante menos de tres minutos.

El 2 de diciembre de 1993, una de esas llamadas permitió localizarlo en el barrio Los Olivos, en Medellín.

A las 19:00 horas, el “objetivo” fue confirmado visualmente.

 

La versión oficial sostiene que Escobar murió en un tiroteo con las fuerzas colombianas al intentar huir por los tejados.

Pero los documentos desclasificados de la DEA sugieren otra posibilidad.

Un memorando posterior menciona “trayectoria de impacto en la cabeza inconsistente con intercambio de disparos estándar” y “posible rendición intentada en los últimos momentos”.

Una frase, especialmente reveladora, aparece subrayada en el informe confidencial: “No recomendable profundizar investigación sobre detalles operativos finales. Resultado alineado con objetivos estratégicos”.

La muerte de Escobar, en otras palabras, cerró convenientemente un capítulo que nadie quería revisar demasiado de cerca.

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El cuerpo del capo, exhibido en los medios sobre un tejado con el rostro desfigurado, se convirtió en el símbolo del triunfo de la justicia.

Pero detrás de esa imagen se ocultaba una verdad más ambigua.

La DEA, que había nacido como garante de la ley, terminó empleando tácticas que rozaban la ilegalidad.

Colombia, por su parte, quedó devastada, con miles de muertos, instituciones debilitadas y una sociedad marcada por el miedo.

Y Escobar, que comenzó soñando con ser un Robin Hood, acabó convertido en el monstruo que juró destruir.

 

Los archivos secretos de la DEA no solo reescriben la historia del hombre más buscado del mundo; también obligan a replantear la frontera entre justicia y venganza.

¿Hasta dónde puede llegar un Estado en nombre del orden? ¿Cuánto de lo que condenó a Escobar se reflejó finalmente en quienes lo perseguían? Décadas después, las respuestas siguen incomodando.

Las tácticas empleadas en su cacería sentaron precedentes que aún resuenan en la política de seguridad global.

 

Pablo Escobar está muerto, pero su sombra sigue viva.

No solo en la memoria de Colombia, sino en los métodos, las dudas y los dilemas que dejó tras de sí.

Porque, como advirtieron los filósofos mucho antes de que sonara el último disparo en Medellín, quien mira demasiado tiempo al abismo termina siendo mirado por él.

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