Alejandro Fernández, conocido como “El Potrillo”, ha sido durante décadas una figura emblemática de la música mexicana, reconocido por su voz poderosa y su compromiso con la tradición ranchera.
Hijo del icónico Vicente Fernández, Alejandro creció en un ambiente donde los sentimientos se expresaban con miradas y guitarras, más que con palabras.
Sin embargo, a sus 54 años, ha decidido romper el silencio y compartir una verdad que había guardado durante mucho tiempo: su relación compleja y crítica con ciertos artistas homosexuales que, según él, han marcado la escena musical con actitudes que no comparte ni respeta.
Desde sus inicios, Alejandro se mostró firme en sus códigos y valores, defendiendo un tipo de autenticidad que para él está ligada al respeto y a la entrega sincera en el escenario.
No se trata de prejuicios hacia la orientación sexual, sino de una crítica hacia lo que percibe como teatralidad, provocación vacía y falta de respeto artístico en algunos colegas.
En su trayectoria, ha observado con distancia y reserva a artistas que, bajo la bandera de la diversidad y la irreverencia, han privilegiado el escándalo y la pose sobre la verdad emocional de la música.
Uno de los nombres que Alejandro Fernández ha mencionado es el de Miguel Bosé, un cantante español que representa para él la sofisticación y la libertad artística, pero también la arrogancia y la teatralidad excesiva.
Alejandro recuerda cómo en 2007, cuando fue invitado a participar en el álbum *Homenaje Papito* de Bosé, decidió no responder a la invitación.
Para él, Bosé encarnaba un tipo de artista demasiado ensimismado, más preocupado por su imagen y provocación que por la entrega auténtica que él valora en la música ranchera.
Aunque nunca criticó la orientación sexual de Bosé, su distancia con él fue palpable y persistente, reflejando una diferencia profunda en la concepción del arte y la autenticidad.
Otro caso es el de Alaska, la icónica cantante española conocida por su estilo transgresor y su defensa abierta de la diversidad sexual.
Alejandro describe su encuentro con Alaska en una entrega de premios en Sevilla en 2003, donde percibió una actitud distante y una postura crítica hacia la música tradicional mexicana que él representa.
Para Fernández, Alaska no era una artista libre, sino una figura atrapada en su personaje, que utilizaba el escenario para atacar y provocar más que para expresar una verdad genuina.
Esta percepción generó una distancia que se mantuvo en sus posteriores encuentros en festivales y homenajes, donde la diplomacia reemplazó cualquier tipo de colaboración o cercanía artística.
En la lista de artistas con los que Alejandro ha tenido diferencias también se encuentra Nacho Canut, el cerebro musical detrás del grupo Fangoria.
Para Alejandro, Canut simboliza una burla constante a la tradición ranchera, una música que él considera un legado emocional profundo.
La frase que Nacho pronunció en 2005, criticando a los cantantes de balada por hacer del sufrimiento un negocio, fue interpretada por Alejandro como un ataque directo a su forma de entender la música.
Desde entonces, rechazó cualquier colaboración con Canut, manteniendo una distancia clara y definitiva.
La Ochoa, un artista vasco conocido por su estilo cabaretero y su defensa de la comunidad LGBT, también representa para Alejandro un ejemplo de exceso y provocación que choca con su visión del arte.
Aunque reconoce su valentía y popularidad, para él la música de La Ochoa carece de la profundidad y sinceridad que él busca en un intérprete.
Alejandro prefirió evitar cualquier encuentro o colaboración con este artista, manteniendo su postura de que la autenticidad no se grita, sino que se vive.
Finalmente, Martirio, otra figura destacada de la música española, genera en Alejandro sentimientos encontrados.
Aunque respeta su talento y elegancia, no logra confiar plenamente en ella debido a su ambigüedad y su juego constante con la ironía y la provocación.
Para Fernández, Martirio representa un enigma artístico que no termina de conectar con la sinceridad emocional que él defiende en la música.
A lo largo de su vida, Alejandro Fernández ha sido etiquetado de muchas maneras: conservador, cerrado, frío.
Sin embargo, quienes lo conocen aseguran que su distancia no nace del rechazo hacia las personas, sino de una lealtad profunda a la autenticidad y al respeto en el arte.
Para él, la música es una expresión del alma, una herida abierta que se canta sin máscaras ni poses.
Su crítica no es hacia la orientación sexual de sus colegas, sino hacia la intención y la actitud que percibe en ellos.
Alejandro lamenta que algunos artistas hayan confundido la identidad con el personaje y la libertad con el desmadre, haciendo del escándalo una estética vacía que aleja a la música de su esencia.
Él mismo ha elegido el silencio, la introspección y la emoción contenida como su forma de vivir y cantar su verdad.
Esta postura, aunque le ha generado enfrentamientos y distanciamientos, refleja su compromiso con un arte que honra la tierra, la herencia y el sentimiento genuino.
En conclusión, la revelación de Alejandro Fernández sobre los artistas homosexuales que más le incomodan no es un acto de odio ni intolerancia, sino una expresión de su fidelidad a un código artístico que valora la verdad emocional por encima de la provocación y la teatralidad.
Su historia invita a reflexionar sobre la diversidad de expresiones en el mundo del espectáculo y la importancia de respetar las distintas formas de entender y vivir el arte.
Alejandro Fernández sigue siendo una figura central en la música mexicana, representando la tradición y la pasión ranchera con una voz que ha conquistado escenarios internacionales.
Su visión crítica, aunque polémica, aporta una perspectiva valiosa sobre los desafíos y tensiones que existen en la convivencia artística contemporánea, especialmente en un mundo donde la diversidad y la autenticidad a veces parecen estar en conflicto.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.