💔 ¡Roviralta, Veto Eterno! Susana Nombra a su Exesposo: “Me Robó, Me Humilló y Jamás lo Olvidaré”. “¡Ese hombre no merece ni mi recuerdo ni mi perdón!” 😡

Durante décadas, su nombre fue sinónimo de elegancia, humor contagioso y un poder mediático absoluto.

Susana Giménez no solo dominaba la televisión argentina, la redefinía por completo con cada gesto y palabra.

Cada aparición suya en la pantalla era un evento de alta expectación.

Cada palabra que pronunciaba se convertía instantáneamente en un titular de prensa.

Pero ahora, a sus 81 años, encontrándose en la cima de un legado profesional inigualable, la diva ha roto el silencio que mantuvo sobre sus más grandes dolores.

Estimados televidentes, lo que están a punto de leer no es una historia más de la farándula.

Es un ajuste de cuentas íntimo y profundo con su propio pasado.

Con la voz pausada, pero firme y categórica, Susana ha mencionado en una reciente entrevista a cinco personas que en toda su larga vida nunca ha podido, o querido, perdonar.

Y en cada uno de esos nombres hay una historia no contada.

Una historia de traición, dolor, manipulación o pérdida que nunca fue revelada del todo al público.

Ella lo dijo sin rodeos, con la determinación de una mujer que ya no tiene nada que ocultar.

“A esta altura de mi vida ya no quiero callar más”, afirmó la diva argentina.

Y añadió una justificación poderosa para su decisión: “Lo que viví con esas personas no se borra con el tiempo”.

Y entonces, como un telón que se rasga en pleno escenario, comenzaron a surgir las preguntas clave que han permanecido sin respuesta durante años.

¿Qué sucedió realmente aquella noche explosiva en la que su esposo salió sangrando de su casa en el clímax de su separación?

¿Quién fue el verdadero responsable detrás de los escándalos económicos y los problemas judiciales que la involucraron en Uruguay?

¿Y por qué hay una rivalidad con otra famosa que hasta hoy parece tener raíces mucho más oscuras de lo que pensábamos?

Esta noche, estimados televidentes, abriremos esas puertas cerradas con llave.

Porque detrás de la risa brillante y contagiosa de Susana hay secretos que han esperado décadas para ser revelados en el ocaso de su carrera.

Desde muy joven, María Susana Giménez Aubert parecía destinada inexorablemente a las cámaras y la fama.

Nacida el 29 de enero de 1944 en Buenos Aires, creció en una familia de clase media.

Ella nunca imaginó que un día su rostro estaría impreso en las tapas de todas las revistas del país.

Inició su carrera profesional como modelo y rápidamente cautivó al público masivo con su figura imponente.

Mostraba un estilo sofisticado y una mirada profunda que parecía hablar más que cualquier discurso elaborado.

Pero fue su participación estelar en el famoso comercial de jabón Cadum en los años 60 lo que marcó el comienzo de su ascenso meteórico al estrellato.

Su paso al cine no tardó en llegar.

Se convirtió en la musa de la picaresca argentina, protagonizando decenas de comedias populares.

Lo hizo junto a figuras icónicas del humor como Alberto Olmedo y Jorge Porcel.

Aunque muchos críticos subestimaron ese género cinematográfico, lo cierto es que en aquellas cintas, Susana consolidó su presencia.

Se estableció como una figura querida, accesible, sin filtros y con una naturalidad que la hacía única.

Pero lo que parecía ser una carrera ya exitosa en el cine solo era el preludio de algo mucho más grande e importante.

En 1987 se estrena por primera vez en la televisión el programa que llevaría su nombre: Susana Giménez.

El show se inspiró en el formato de The Oprah Winfrey Show y de los grandes talk shows internacionales.

Fue una apuesta ambiciosa que rápidamente se transformó en el fenómeno mediático más importante y duradero de la televisión argentina.

Invitados de talla mundial, segmentos de humor inolvidables, premios millonarios y esa conexión inigualable con la audiencia la convirtieron en la reina indiscutible del Prime Time.

Nadie podía igualar su carisma en el set.

Podía hacer reír a carcajadas a todos, emocionarse hasta las lágrimas y volver al glamur en cuestión de segundos.

Era una mujer que se permitía mostrarse humana, con errores y virtudes, frente a millones de espectadores que la amaban.

Y eso, en un mundo televisivo tan exigente y artificial, era oro puro en términos de rating y credibilidad.

En el escenario público, su imagen era la de una diva cercana, siempre bien vestida, con joyas brillantes y una sonrisa encantadora.

Pero también se caracterizaba por sus comentarios espontáneos que generaban titulares explosivos al día siguiente.

No temía equivocarse en vivo ni decir lo que pensaba en el momento, sin calcular.

Eso la volvió querida y humana, pero también un blanco fácil para las críticas y los enemigos.

Los años pasaban y mientras muchos programas de la competencia iban y venían, el suyo se mantenía firme en el aire.

Generaciones enteras de argentinos crecieron viéndola los domingos por la noche, una tradición cultural.

Recibió premios Martín Fierro innumerables veces.

Obtuvo elogios de presidentes y firmó contratos publicitarios millonarios.

Fue portada de revistas durante más de cuatro décadas ininterrumpidas.

Y su figura se transformó en un icono pop argentino con imitadores y homenajes constantes en todo el país.

Pero como suele suceder con quienes viven bajo la luz permanente de los reflectores, no todo era perfecto en su vida privada.

A pesar de su imagen pública de mujer fuerte y exitosa, la intimidad contaba otra historia.

Una historia de amores tormentosos, de traiciones dolorosas y de decisiones que la marcaron para siempre en lo personal.

Detrás del maquillaje perfecto y la risa contagiosa, había cicatrices emocionales que no se veían en pantalla.

Susana supo levantar imperios mediáticos, pero también se vio obligada a defenderlos de ataques constantes.

Supo enamorarse apasionadamente, pero también sufrir abandonos y engaños.

Supo brillar como nadie, y también desaparecer del escenario por temporadas enteras, buscando la paz.

Pero siempre volvía, porque su nombre no era solo sinónimo de fama, sino de resistencia y resiliencia.

A sus 81 años, tras haber recorrido cada rincón del espectáculo, sigue siendo una figura irreemplazable en el imaginario argentino.

Y aunque para muchos sigue siendo la mujer de las risas fáciles y las frases espontáneas, lo cierto es que su vida ha estado marcada por capítulos oscuros.

Capítulos que nunca llegaron a escribirse por completo, hasta ahora que ella ha decidido hablar.

Durante muchos años todo parecía brillar alrededor de Susana Giménez, la televisión, las alfombras rojas, los viajes en yate, los romances de portada.

Sin embargo, bajo esa superficie resplandeciente, las fisuras comenzaron a abrirse lentamente.

Primero fueron sus relaciones amorosas, tan apasionadas como finalmente destructivas.

Luego llegaron los escándalos que mancharon su nombre en los tribunales y en los titulares de la prensa.

Y por último, surgieron los enemigos declarados, algunos inesperados, otros largamente silenciados por ella.

Detrás del mito se empezaba a construir una biografía mucho más turbulenta de lo que el público imaginaba o quería creer.

En 1998, un hecho marcaría para siempre su vida personal y su imagen pública con violencia.

La ruptura con el empresario Huberto Roviralta, su segundo esposo, no fue una simple separación de mutuo acuerdo.

Fue una batalla campal que tuvo su clímax en una noche que terminó con Roviralta saliendo de la casa con el rostro ensangrentado.

Susana explicó su versión de los hechos años después.

“Me tiró contra una pared. Yo reaccioné, agarré lo primero que tenía a mano, era un cenicero. Lo lancé”.

El escándalo fue inmediato y con repercusión internacional.

Las cámaras se agolparon a las puertas de su casa, los abogados se activaron y las portadas de los diarios hablaron más del cenicero que de cualquier otro evento político de la semana.

Pero aquí ya no sería la única vez que la diva enfrentaría a la justicia.

Años antes, en 1991, fue señalada por utilizar el nombre de una persona con discapacidad.

Supuestamente lo usó para importar un lujoso Mercedes-Benz 500 SEC.

Este era un método utilizado entonces por ciertos sectores para evitar los elevados impuestos de importación de vehículos de lujo.

Cuando fue descubierta, ella alegó total desconocimiento de la maniobra ilegal.

“Firmé lo que me dijeron que tenía que firmar. Me engañaron”, fue su defensa.

A pesar de eso, el daño a su reputación estaba hecho.

La imagen inmaculada de la estrella de la televisión empezaba a llenarse de grietas y sospechas.

En 1997, una nueva polémica se sumaría a la lista de problemas legales.

El segmento “Su Llamado”, un concurso telefónico dentro de su programa, fue acusado de irregularidades en la entrega de premios.

Se la acusó de distribuir el dinero de manera arbitraria sin respetar las bases establecidas del concurso.

La investigación fue extensa y aunque no se comprobó una intención delictiva directa por parte de Susana, su nombre volvió a los tribunales.

Esta vez no fue como víctima, sino como responsable o facilitadora de una irregularidad.

Años más tarde, en 2009, la revista Caras y Caretas encendió otra mecha al vincular a la conductora con presuntas operaciones de lavado de dinero en Uruguay.

La publicación vinculó su nombre a la compra de jugadores de fútbol con fondos de dudosa procedencia.

En ese momento, Susana respondió con una demanda por calumnias e injurias.

El conflicto legal duró meses hasta que ambas partes llegaron a un acuerdo fuera de la corte.

La revista retiraría los artículos ofensivos y publicaría en su lugar notas sobre las actividades benéficas de la presentadora.

Un giro elegante, pero que no disipó del todo las sospechas en el ojo público sobre sus finanzas.

Uno de los capítulos más incómodos en su vida ocurrió cuando fue citada por la justicia uruguaya.

Esto sucedió tras el hallazgo de dos cheques sin fondos firmados a nombre de Jorge Rama, su expareja de la época.

Aunque logró probar que no tenía relación directa con esas operaciones fraudulentas.

El escándalo afectó su imagen nuevamente de manera severa.

Ella explicó que “Lo quise, pero me mintió, me robó y me metió en problemas que no eran míos”.

Aquel hombre que una vez acompañó sus vacaciones en Punta del Este se transformó en otra figura tachada en la lista de nombres imposibles de perdonar.

Y en medio de todos estos conflictos legales y sentimentales, surgió otro enfrentamiento tan inesperado como desconcertante: Graciela Alfano.

Durante años, ambas compartieron pantallas, eventos y elogios públicos, manteniendo las formas.

Pero todo cambió cuando en una entrevista Susana insinuó que Alfano habría usado prácticas oscuras y no convencionales para dañarla.

“Yo sé lo que hizo y no fue con palabras, fue con cosas que no se pueden explicar con lógica”, declaró Susana sin dar más detalles, sembrando el terror.

Alfano respondió con furia, negando todo y acusando a Susana de inventar una guerra para desviar la atención de sus propios escándalos.

A partir de ahí, la guerra fue pública, cruel y sin cuartel.

Lanzaron dardos en los medios, indirectas en las redes y silencios calculados que decían más que cualquier declaración explícita.

Lo que comenzó como un desacuerdo se convirtió en una enemistad visceral, cargada de insinuaciones, miedos y rencores que aún hoy parecen no haber prescrito.

Así fue como detrás de la mujer que hacía reír al país cada domingo se tejían historias de traición, fraude, manipulación emocional y luchas internas.

Historias que no se contaban en la televisión, pero que existían en su vida y dolían profundamente.

Los años pasaban, pero las heridas seguían abiertas.

Lo que en otros casos se hubiera disuelto con el tiempo, en la vida de Susana Giménez se intensificaba con cada nueva aparición mediática.

Las cámaras seguían registrando su sonrisa, pero también la tensión que se escondía detrás de cada palabra.

Las preguntas sobre su pasado no desaparecieron y muchas veces eran los propios involucrados quienes reavivaban el fuego de la polémica.

Tras su sonado divorcio con Huberto Roviralta, los medios alimentaron la batalla legal que se extendió durante años.

Él exigía cifras millonarias en concepto de compensación económica.

Y aunque Susana accedió a pagar una cifra que en su momento escandalizó al país, alrededor de 2 millones de dólares, nunca dejó de manifestar su resentimiento.

“Me costó el cenicero más caro de la historia”, dijo con amargura, mezclando ironía y dolor en una frase célebre.

Fue una frase que recorrió todos los noticieros, pero también fue el símbolo de una relación marcada por la violencia silenciosa y el desgaste emocional y financiero.

Las portadas de revistas también hicieron su parte en la enemistad con Alfano.

En cada entrevista era habitual que alguien preguntara por Graciela Alfano.

Y Susana, lejos de esquivar el tema, mantenía firme su postura inamovible.

“No la nombro porque nombrarla es darle poder, pero hay cosas que no se perdonan”, sentenció.

El público ya no necesitaba explicaciones detalladas.

La enemistad estaba escrita con tinta indeleble en la historia de la farándula argentina.

Los años más duros fueron los que siguieron al escándalo en Uruguay con Jorge Rama.

La imagen de Susana, siendo citada por la justicia en Montevideo, fue un golpe al corazón de su reputación.

Aunque finalmente fue exonerada, el daño ya estaba hecho en el imaginario colectivo.

La diva, que siempre se mostraba en control de todo, se convertía en víctima de un engaño personal que trascendía lo íntimo y se volvía público.

“Confié en él y me traicionó. Nunca más volví a confiar de la misma manera”, dijo años después, sin mencionar su nombre, pero dejando claro a quién se refería.

Carlos Monzón fue otro capítulo de su vida que, aunque lejano en el tiempo, nunca dejó de resonar en su memoria.

La relación con el campeón mundial de boxeo fue intensa, pero también turbulenta y marcada por la sombra de la violencia.

Años después, cuando él fue condenado por el asesinato de su pareja, Alicia Muñiz, muchos recordaron que Susana también había sufrido episodios de violencia durante su relación con él.

Aunque nunca lo denunció formalmente, sus palabras fueron reveladoras y cautelosas.

“Con él aprendí que el amor también puede doler, y mucho”.

Nunca volvió a hablar directamente de Monzón, pero su silencio se convirtió en una elocuencia que lo decía todo.

La tensión también se manifestaba en los silencios prolongados de la diva.

Hubo años en los que Susana desaparecía por completo de la televisión, un vacío notorio.

Se refugiaba en su casa de Punta del Este, lejos del ruido mediático y los paparazzis.

Algunos decían que era por cansancio, otros por miedo.

Pero lo cierto es que cada ausencia parecía estar ligada a un nuevo golpe, a una nueva batalla personal.

A veces simplemente ya no tenía fuerzas para sonreír frente a las cámaras.

En varias entrevistas dejó entrever cuánto le había costado ser la Susana que todos esperaban ver.

Las frases de dolor se repetían en sus confesiones privadas.

“La gente cree que porque me río no tengo heridas”.

O la pregunta existencial: “A veces me preguntan por qué no perdono, y si el perdón también duele”.

Sus palabras cargaban la emoción contenida de quien ha amado intensamente, ha sido traicionada, ha confiado ciegamente y ha tenido que reconstruirse una y otra vez delante de todos.

El escenario se convertía cada vez más en un espacio de resistencia ante la adversidad.

La diva ya no solo brillaba, también sobrevivía al huracán de su propia vida.

Después de tantos años de lucha, escándalos y rencores arrastrados, pocos creían que Susana Giménez sería capaz de bajar la guardia y ceder.

Su personalidad fuerte, su actitud de diva inquebrantable y sus respuestas tajantes parecían confirmar que ciertas heridas no cicatrizan jamás.

Sin embargo, el paso del tiempo, implacable y silencioso, empezó a erosionar algunas certezas que tenía.

Uno de los giros más inesperados ocurrió con su exesposo Huberto Roviralta.

Años después del episodio del cenicero y tras largos silencios marcados por la tensión, un encuentro casual en un evento privado en Punta del Este los puso frente a frente.

No hubo prensa, no hubo testigos del encuentro.

Solo una conversación que duró menos de cinco minutos en total.

No fue un perdón explícito, pero sí un cierre digno para el ciclo.

“Le dije que lo único que me dolía no era el dinero, sino el desprecio con que se terminó todo”, confesó tiempo después la diva.

Para muchos, ese fue el principio de un lento deshielo en esa relación.

Aquel hombre ya no aparecía en sus declaraciones con la misma dureza.

Algo había cambiado para siempre.

Con Jorge Rama, sin embargo, la historia fue diferente y más amarga.

El daño no solo fue económico, sino íntimo y profundo.

Ella se sintió usada, engañada y expuesta ante el mundo como nunca antes lo había estado.

Pero lo que más le afectó fue la traición emocional de la persona que amaba.

“Me prometió amor eterno y me dejó con deudas y mentiras”, confesó entre lágrimas en una entrevista poco común.

A pesar de que la justicia la liberó de toda culpa en el caso de los cheques sin fondo, el dolor permanecía inmutable.

Nunca volvió a hablar con él.

Nunca más quiso saber nada del hombre que la traicionó.

El caso con Graciela Alfano fue quizás el más simbólico de la rivalidad femenina en la televisión.

Durante décadas se lanzaron indirectas, acusaciones y rumores sin fin.

Pero en el año 2021, en pleno auge de los reencuentros televisivos, la producción de un programa intentó reunirlas en vivo.

Graciela aceptó la propuesta.

Susana no.

En cambio, envió una carta leída al aire donde decía: “Hay cosas que no merecen ser revividas. El perdón no siempre significa reconciliación”.

Y cerró con una frase de profunda sabiduría: “A veces solo implica dejar de cargar con ese veneno”.

Fue una declaración poderosa y un acto de liberación personal.

No hubo abrazo ni foto compartida, pero sí un acto de liberación personal sin precedentes.

En la intimidad, quienes la conocen bien aseguran que Susana ha cambiado con el paso de los años.

Ya no grita como antes, ya no guarda tanto rencor en su corazón.

Se volvió más reflexiva, más serena en su casa frente al mar.

Comenzó a valorar el silencio, la tranquilidad de su casa de Punta del Este, las charlas sin cámaras, los afectos verdaderos de su familia.

“Después de todo, solo queda la familia”, empezó entre suspiros en una entrevista reciente.

Y quizás ese sea el verdadero clímax de su historia, no una gran reconciliación televisiva.

No un perdón público entre lágrimas.

Sino una mujer que, después de una vida en el centro del escenario, finalmente encuentra paz en las cosas pequeñas.

Una mujer que, aunque aún hay nombres que no puede perdonar, ha logrado perdonarse a sí misma por los errores cometidos.

¿Quién puede juzgar el rencor cuando ha sido el escudo que protege del dolor más profundo?

¿Y qué tan profundo tiene que ser un daño para que el perdón se vuelva imposible incluso con el paso de los años?

La historia de Susana Giménez no es solo la de una estrella de rating.

Es también la de una mujer que vivió y sobrevivió en un mundo donde la traición y la exposición pública eran moneda corriente.

Una mujer que se enamoró sin garantías.

Que fue herida sin previo aviso.

Y que, aun así, siguió caminando bajo el peso abrumador de su nombre.

Durante décadas la vimos regalar sonrisas, premios, abrazos.

Pero pocos sabían de los silencios que guardaba cuando se apagaban las cámaras.

Hoy, a sus 81 años, no busca venganza ni titulares sensacionalistas.

Solo busca la verdad y la paz interior.

Y en esa verdad eligió nombrar, nombrar a quienes marcaron su vida con cicatrices que no se ven, pero que se sienten cada vez que habla de confianza, de pérdida y de justicia.

La pregunta que nos queda es incómoda, pero necesaria para la reflexión.

¿Vale la pena seguir cargando con nombres que nos hicieron daño, o es más valiente soltarlos y dejarlos atrás?

¿Es el perdón una liberación, o una traición a uno mismo?

Al final de cuentas, la fama, el glamur y los focos se apagan.

Lo que queda es la memoria personal.

Y en esa memoria, cada uno elige a quién recordar con amor y a quién no volver a invitar jamás al escenario íntimo del alma.

Una vida tan expuesta deja huellas que nadie más puede comprender del todo.

Y tal vez por eso las historias como la de Susana no se terminan con un cierre.

Sino con una pausa.

Una pausa para pensar, para sentir y para preguntarse si alguna vez nosotros también hemos tenido a alguien a quien jamás perdonaríamos.

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