🎭 De la gloria al dolor: así fue el último capítulo en la vida de Palito Ortega, contado por su familia
Hablar de Palito Ortega es recorrer casi un siglo de historia musical, política y personal que marcó a toda América Latina.
Nacido en Lules, Tucumán, en 1941, Ramón “Palito” Ortega se levantó desde la más profunda pobreza.
De vender diarios y café en las calles, a llenar estadios con canciones que aún hoy hacen vibrar corazones.
Pero su vida fue mucho más que notas alegres.
Fue lucha, fue dolor, fue una batalla constante por mantenerse fiel a sí mismo.
Desde joven, Ortega conoció el abandono, el hambre y la pérdida.
La muerte de su hermana Rosario y la separación de sus padres lo dejaron marcado.
Aun así, no se rindió.
A los 16 años se subió a un tren hacia Buenos Aires con una valija de cartón y el corazón lleno de sueños.
Durmió en plazas, fue asaltado, trabajó en obras, vendió café…
hasta que una chispa lo conectó con el mundo artístico.
Su pasión por Elvis Presley y el rock le abrió las puertas del mundo que tanto anhelaba.
Sus primeros pasos en la música fueron humildes pero decididos.
Aprendió batería, formó parte de grupos locales y eventualmente se lanzó como solista.
Fue entonces cuando nació “Palito Ortega”, el nombre que lo convertiría en un ícono.
“La felicidad”, “Despeinada”, “Tengo fe”…
no solo eran éxitos, eran himnos de esperanza para un país golpeado.
Su canción “Tengo Fe”, escrita tras el regreso de Perón, se convirtió en una declaración de principios.
Su música era del pueblo.
Su mensaje, universal.
Pero el éxito tuvo su precio.
En 1981, en uno de los actos más osados de su carrera, intentó traer a Frank Sinatra a Argentina.
La movida fue una ruina económica: la devaluación lo llevó a una deuda millonaria.
Tuvo que vender propiedades, joyas, hasta su tranquilidad.
Solo el apoyo incondicional de su esposa Evangelina Salazar y la lealtad de Sinatra, quien le consiguió un préstamo en EE.UU.
, le permitieron reinventarse.
Ortega volvió a empezar.
Como siempre lo hizo.
Su paso por la política fue otro capítulo impactante.
Gobernador de Tucumán en los 90, su figura fue blanco de críticas y admiración.
Lo acusaron de vínculos con la dictadura por sus películas durante esa época.
También lo elogiaron por enfrentar a Antonio Domingo Bussi, un símbolo del autoritarismo.
Fundó el Frente de la Esperanza y, una vez más, apostó todo para intentar cambiar la realidad de su provincia natal.
Nunca fue tibio.
Siempre fue frontal.
Pero detrás del político, del cantante, del empresario, estaba el hombre.
El esposo que amó a Evangelina desde que vio su rostro en un póster siendo niño.
El padre que formó una familia con seis hijos y crió con valores férreos.
La pareja Palito-Evangelina fue sinónimo de lealtad.
Más de cinco décadas de amor incondicional.
Ella dejó su carrera para apoyarlo a él.
Él, pese a su fama, siempre fue un padre presente, un esposo que volvió a casa.
En sus últimos años, Palito vivió rodeado de lujos, pero también de nostalgia.
Su finca en Luján es más que una mansión: es el museo viviente de su vida.
Cada rincón guarda un recuerdo, una canción, una lucha.
Sus autos de colección, sus discos de oro, sus fotos con leyendas.
Todo refleja lo lejos que llegó aquel chico pobre de Tucumán.
Pero lo que realmente conmueve es lo que no se ve: el cansancio de quien lo dio todo, la melancolía del que supo amar la vida con intensidad.
Fue en una entrevista reciente, durante su gira de despedida en el Teatro Colón, que el mundo presenció uno de los momentos más humanos del ídolo.
Su hijo, con la voz entrecortada, no pudo contener las lágrimas al hablar de él.
“Papá nunca dejó de luchar.
Lo vi caerse mil veces y levantarse mil una.
Me enseñó lo que significa ser hombre de verdad.
” Esa declaración fue más potente que cualquier discurso político, más sincera que cualquier letra.
Fue la verdad más pura.
Hoy, Palito Ortega vive alejado de los escenarios, pero no del corazón de la gente.
Su legado sigue vivo en generaciones que crecieron con su música, en sus hijos, en su historia.
Su vida no terminó con una ovación ni con una portada de revista.
Terminó con una confesión entre lágrimas, con un hijo quebrado por el orgullo y el amor.
Porque el verdadero final de una leyenda no está en su retiro, sino en cómo será recordado.
Y Palito Ortega será recordado como lo que fue: un guerrero del arte, un arquitecto de esperanzas, un hombre que transformó su dolor en melodía.
Tal vez su voz ya no suene en vivo, pero su eco resuena cada vez que alguien se atreve a soñar en grande.
Porque si Palito lo logró desde la nada… tú también puedes.
Y esa, quizás, sea su mayor canción.