Durante años, la abrupta desaparición del programa humorístico **Los Polivoces** fue atribuida a causas superficiales como el desgaste creativo o conflictos internos entre sus protagonistas, Enrique Cuenca y Eduardo Manzán.
Sin embargo, al analizar el contexto político y social de México en 1976, surge una historia mucho más profunda y reveladora: la censura silenciosa que sufrió el programa tras una burla directa, aunque velada, al entonces presidente Luis Echeverría Álvarez.
En su apogeo, Los Polivoces no era simplemente un programa más de comedia; era uno de los espacios televisivos con mayor audiencia en México.
Sus índices superaban incluso a noticieros, telenovelas y eventos especiales.
La fórmula de su éxito se basaba en un humor popular, inmediato y masivo, que hablaba directamente a la gente común, utilizando la exageración y personajes reconocibles que reflejaban la realidad cotidiana con un toque satírico.
Eduardo y Enrique, los genios detrás del programa, conectaban con el público desde la calle, sin pretensiones intelectuales, y eso les daba un poder único: la capacidad de hacer reír y a la vez criticar al poder de manera eficaz y contundente.
Durante los primeros años, Los Polivoces mantuvo un equilibrio delicado.
Sus burlas se dirigían a figuras genéricas del poder: policías torpes, burócratas incompetentes y políticos sin rostro definido.
Esta ambigüedad funcionaba como un escudo que les permitía navegar en aguas peligrosas sin provocar represalias.
Pero el éxito y la confianza fueron creciendo, y con ello la osadía.
En 1976, México atravesaba un momento político tenso.
Luis Echeverría, en la recta final de su mandato, enfrentaba crisis internas y un desgaste político que no se manifestaba abiertamente, pero que era palpable en los círculos del poder.

En este clima, la imagen del presidente se volvió un tema casi sagrado.
Cualquier señal de vulnerabilidad, incluso aspectos tan superficiales como su calvicie, eran cuidadosamente protegidos.
La calvicie de Echeverría, un detalle humano que podría haberlo acercado al pueblo, era un tabú que los medios oficiales evitaban a toda costa.
Fue en este contexto que Los Polivoces cometió el acto que cambiaría su destino.
En un episodio aparentemente inocuo, Eduardo y Enrique introdujeron gestos, referencias visuales y exageraciones que aludían de manera clara y directa a la calvicie presidencial.
No mencionaron el nombre, pero la audiencia entendió perfectamente la referencia.
La reacción fue inmediata y explosiva.
La burla se propagó por todo el país, desde oficinas gubernamentales hasta mercados y escuelas.
La figura presidencial, hasta entonces intocable, se convirtió en objeto de chiste colectivo.
Para el poder, esto era una amenaza intolerable.

La respuesta no fue una sanción pública ni un comunicado oficial.
Fue mucho más sutil y eficaz: la cancelación silenciosa del programa.
Según investigaciones, fue el propio presidente quien ordenó eliminar Los Polivoces sin crear un escándalo que pudiera convertir a sus creadores en mártires.
A partir de esa orden, comenzaron a ocurrir cambios inesperados dentro de la televisora: cambios de horario, reducción de promoción, problemas contractuales y retrasos administrativos que antes no existían.
Todo diseñado para ir apagando poco a poco la presencia del programa hasta hacerlo desaparecer.
En cuestión de semanas, Los Polivoces pasó de ser un fenómeno omnipresente a un programa eliminado sin despedida ni homenaje.
Eduardo y Enrique quedaron relegados a un segundo plano y nunca recuperaron la popularidad que habían alcanzado.
Las explicaciones oficiales insistieron en el desgaste creativo y disputas internas, pero dentro de la industria el mensaje fue claro: la sátira política tenía límites, y esos límites no estaban escritos, pero se respetaban con temor.
El impacto de esta censura fue más allá de la cancelación del programa.
El humor político en la televisión mexicana cambió radicalmente.
La sátira directa desapareció casi por completo, y los programas comenzaron a autocensurarse para evitar represalias.

El miedo se instaló de manera invisible pero efectiva, moldeando el contenido humorístico durante años y limitando la crítica abierta al poder.
Luis Echeverría terminó su mandato sin volver a ser objeto de burla en televisión.
Su imagen fue restaurada y protegida por un sistema que funcionó exactamente como estaba diseñado: controlar la narrativa y evitar la pérdida de autoridad.
Los Polivoces, sin embargo, quedaron como un recuerdo incómodo para la industria y para el público que disfrutó de su humor irreverente.
Eduardo y Enrique siguieron trabajando, pero jamás recuperaron el espacio ni la influencia que una vez tuvieron.
Este episodio es un ejemplo claro de cómo la comedia puede ser vista como una amenaza para el poder y cómo la censura puede operar de manera silenciosa para controlar la opinión pública.
La historia de Los Polivoces nos recuerda que la risa puede ser un arma poderosa, pero también que esa arma puede ser silenciada cuando toca lo que no debe.