María Elena Salinas, una de las periodistas más influyentes y reconocidas de la televisión hispana, ha roto el silencio con una confesión inesperada.
En una entrevista que ha sorprendido a muchos, Salinas revela los nombres de las cinco personas que más odia, mientras repasa momentos polémicos, traiciones y secretos que nunca antes habían salido a la luz.
Más allá de simples diferencias profesionales, estos rencores han marcado profundamente su vida personal y mediática, exponiendo las tensiones y luchas de poder dentro del mundo del periodismo y el espectáculo.
Durante décadas, María Elena Salinas fue la voz que habló por millones de hispanos en Estados Unidos y el rostro de Univisión, entrevistando a presidentes, dictadores y líderes mundiales.
Sin embargo, detrás de esa imagen pública impecable, ella misma vivió una batalla interna que pocos conocían.
Su salida de Univisión en 2017 no fue una decisión natural ni una transición sencilla, sino el resultado de un desgaste emocional y profesional profundo.
Salinas confiesa que comenzó a perder la pasión por el trabajo, sintiéndose cada vez más desconectada de la industria que ayudó a construir.
La periodista describe cómo, a pesar de su éxito, se sentía rota humanamente, con una lucha interna que nunca quiso mostrar.
La imagen que proyectaba frente a las cámaras contrastaba con la mujer que sufría en silencio, enfrentando sacrificios personales como un divorcio doloroso y la rutina agotadora que la consumía.
Una de las personas que María Elena Salinas menciona con mayor resentimiento es Jorge Ramos, su colega y compañero en la televisión hispana durante muchos años.
Aunque nunca tuvieron un enfrentamiento directo, Salinas siente que trabajó durante mucho tiempo bajo la sombra de Ramos, quien era visto como el rostro fuerte y protagonista de la cadena.
Ella explica que su trabajo siempre fue comparado con el de Ramos, y que sus logros parecían opacados por su figura.
Mientras él representaba la voz dura y confrontativa, ella encarnaba la cercanía y la voz del pueblo.
Esta división marcó una rivalidad silenciosa que la consumió emocionalmente, obligándola a aceptar un papel secundario que nunca quiso asumir.
Salinas recuerda momentos en que Ramos la interrumpía en vivo para imponer su punto de vista, y cómo sus preguntas y reportajes quedaban enterrados bajo su estilo combativo.
Esta situación le generó un profundo resentimiento, no por lo que él le hizo personalmente, sino por lo que representó en su carrera y vida profesional.
Otro nombre que María Elena Salinas menciona con firmeza es el de Donald Trump.
No solo lo odia como político, sino por el daño que su discurso causó a millones de familias latinas que ella misma entrevistó durante décadas.
Para Salinas, Trump simboliza todo lo contrario a los valores que defendió en su carrera: la verdad, la justicia y la empatía.
Ella relata cómo durante años dio voz a inmigrantes, madres separadas de sus hijos y trabajadores que buscaban un futuro mejor, mientras Trump los señalaba públicamente como criminales e invasores.
Su retórica sobre muros y deportaciones fue un golpe directo a la dignidad de la comunidad latina, causando heridas profundas que aún persisten.
Salinas recuerda con dolor haber cubierto mítines donde Trump insultaba a los latinos y era ovacionado por multitudes, mientras ella tenía que contener su rabia para mantener la profesionalidad en cámara.
Para ella, Trump no solo dividió políticamente al país, sino que humilló públicamente a una comunidad entera, y eso convirtió su relación en algo personal.
La periodista también expresa su odio hacia Ilia Calderón, quien fue presentada como la nueva cara del noticiero tras la salida de Salinas.
Aunque reconoce el talento y preparación de Calderón, siente que su llegada simbolizó el olvido y la sustitución de su legado de más de 30 años en televisión.
Salinas describe cómo la industria redujo su carrera a una competencia pública entre ambas, comparando quién era más dura o carismática, y cómo eso le hirió profundamente.
Aunque nunca tuvieron un conflicto abierto, la tensión era palpable, y para Salinas, Calderón se convirtió en el rostro que la cadena utilizó para cerrar su ciclo sin miramientos.
Este hecho fue un golpe emocional que ninguna periodista quiere recibir, y Salinas no olvida lo que significó ver a alguien ocupar el lugar que ella defendió con tanto esfuerzo.
Otra figura que aparece en la lista de personas que María Elena odia es María Antonieta Collins, otra periodista de renombre en el periodismo hispano.
Aunque nunca hubo un pleito abierto entre ellas, Salinas siente que la industria alimentó una rivalidad silenciosa, colocándolas constantemente en comparación y competencia.
Salinas explica que cada logro suyo parecía medirse contra lo que Collins representaba, y viceversa, generando un resentimiento profundo.
Ella deseaba que su historia y carrera se sostuvieran por sí solas, sin estar atada al nombre de otra colega.
Esta carga de ser vistas como pares generacionales y rivales impuestas por el medio fue una sombra incómoda que la persiguió durante años.
Finalmente, María Elena Salinas menciona a Randy Falco, el entonces ejecutivo de Univisión, como la quinta persona que más odia.
Su salida de la cadena fue anunciada con comunicados fríos y corporativos, pero detrás de esa narrativa hubo tensiones profundas y diferencias irreconciliables.
Salinas siente que para Falco ella fue un estorbo dentro de su proyecto de modernización, y que su legado fue reducido a un mero trámite administrativo.
A pesar de sus 30 años de carrera, fue tratada como prescindible, como un archivo que se podía cerrar en silencio.
Este trato fue para Salinas un golpe más doloroso que cualquier crítica externa, pues sintió que su contribución y sacrificio fueron ignorados y desvalorizados por alguien que no supo valorar lo que ella construyó.
La confesión de María Elena Salinas es un testimonio valiente y honesto sobre las luces y sombras del mundo del periodismo hispano.
Sus palabras revelan no solo las luchas profesionales, sino también las heridas personales que marcaron su carrera y vida.
Al compartir los nombres de las personas que más odia, Salinas invita a reflexionar sobre las complejidades del éxito, la competencia, las injusticias y las traiciones que a menudo quedan ocultas tras el brillo de la fama y la pantalla.
Su historia es también un llamado a reconocer el valor humano detrás de las figuras públicas, y a entender que detrás de cada rostro conocido hay una persona con emociones, luchas y sueños que merecen respeto y empatía.
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