Valentín Trujillo no fue solo un actor más dentro del cine mexicano; fue prácticamente un hijo legítimo de la industria.
Desde su nacimiento, su vida estuvo marcada por cámaras, micrófonos y sets de filmación, como si su destino estuviera escrito para pertenecer a ese universo.
Proveniente de la dinastía Gasconde Anda, un apellido que en México es sinónimo de cine, Valentín respiró ese ambiente desde muy pequeño, acompañando a su abuelo a los rodajes y participando en escenas desde los dos meses de edad.
Su debut formal ocurrió a los siete años con la película *El Gran Pillo*, dirigida por su tío Gilberto Gascón.
A lo largo de su infancia actuó en varias películas, incluso compartió escena con el icónico Cantinflas en *El Extra* (1962), experiencia que describió como una clase magistral, ya que el comediante lo trataba como aprendiz y lo ayudaba a ensayar sus diálogos.
Aunque la actuación parecía un juego para Valentín, también era un destino inevitable que marcó toda su vida.
Al cumplir 18 años, regresó con fuerza al medio artístico y logró su primer protagónico en *Figuras de Arena* (1969), lo que marcó el inicio de una carrera prolífica que abarcó no solo la actuación, sino también la dirección, producción y guionismo.
Su formación académica en derecho en la UNAM, aunque nunca ejercida, influyó en su meticulosidad y obsesión por la verosimilitud en sus proyectos cinematográficos.
Valentín Trujillo se destacó por su valentía para abordar temas sociales complejos a través del cine.
Su debut como director fue con *Un Hombre Violento*, una película que tardó seis años en concretar y que reflejaba su interés por explorar problemáticas incómodas.
Dirigió nueve largometrajes y varios proyectos menores, ganando reconocimiento internacional con títulos como *Ratas de la Ciudad* (1984), que le valió ser nombrado ciudadano honorario en Las Vegas por la Asociación de Exhibidores de Cine en Español.
Películas como *Cacería Humana* (1986) y *Violación* (1987) mostraron su audacia para tratar temas de delincuencia, corrupción e impunidad, obteniendo incluso una nominación al Ariel por argumento original.
Valentín nunca se conformó con los caminos fáciles ni con papeles superficiales; mientras muchos actores se quedaban en la comedia ligera o melodramas, él apostó por un cine crítico y valiente.
Su producción más emblemática fue *Rojo Amanecer* (1989), una película que abordó de manera directa la masacre del 2 de octubre de 1968 en Tlatelolco.
Valentín no solo fue productor, sino que también puso su dinero, prestigio y seguridad personal para que la cinta viera la luz en un contexto de censura y amenazas.
El rodaje se hizo casi en secreto, con un presupuesto muy limitado, y las latas de la película fueron trasladadas con miedo de ser confiscadas.
La película enfrentó la oposición del Estado Mayor Presidencial, que exigió la eliminación de escenas que mostraban la participación del ejército en la represión.
Valentín aceptó los recortes para lograr el estreno, pero se aseguró de enviar copias maestras a Los Ángeles y La Habana para proteger la obra.
Su famosa frase “Ya está filmada, ahora mátenme” refleja el riesgo y la pasión con la que defendió el proyecto.
*Rojo Amanecer* fue un éxito histórico, permaneciendo seis semanas en cartelera con gran aceptación del público y convirtiéndose en un símbolo de valentía dentro del cine mexicano.
Con esta apuesta, Valentín dejó de ser visto solo como un galán para consolidarse como un cineasta comprometido con la denuncia social.
La vida personal de Valentín Trujillo fue tan intensa y apasionada como su carrera.
Entre sus romances más recordados estuvo el que tuvo con Verónica Castro, a quien describió como una mujer dulce y encantadora, aunque nunca hicieron pública su relación.
También mantuvo un noviazgo con Lucía Méndez durante más de tres años, que terminó abruptamente cuando él le pidió matrimonio y ella rechazó la propuesta.
Valentín, impulsivo y pasional, le dio un ultimátum y en solo ocho días se casó con la actriz y cantante Patricia María, con quien tuvo tres hijos.
Su matrimonio con Patricia duró más de 20 años, pero terminó en divorcio en 1985.
A pesar de la estabilidad aparente, Valentín vivía sus relaciones con la misma intensidad que sus personajes en pantalla, llevando sus emociones al extremo tanto en amores como en rupturas.
Posteriormente, se casó con Scarlett Álvarez, con quien tuvo un hijo, Carlos Valentino, en una relación más breve pero igualmente significativa.
Se rumoró también que tuvo romances con Maribel Guardia y Andrea García, hija de su amigo Andrés García, además de múltiples infidelidades que alimentaron el imaginario popular.
Una anécdota curiosa refleja su humanidad: en una ocasión invitó a Patricia a cenar a un restaurante de Andrés García y no tenía dinero para pagar la cuenta, por lo que tuvo que pedir ayuda a su amigo, mostrando que detrás del ídolo había un hombre común con tropiezos.
Aunque Valentín Trujillo detestaba los sets cerrados, el uso del apuntador y la repetición constante de escenas, aceptó protagonizar la telenovela *Juana Iris* (1985) por la amistad con Victoria Rufo, su compañera de elenco.
La química en pantalla fue tan fuerte que muchos fans deseaban que fueran pareja en la vida real, aunque nunca lo fueron.
El choque entre Valentín, un actor acostumbrado al cine, y Victoria, una estrella emergente en la televisión, se reflejó en conflictos iniciales, como la disputa por el orden de los créditos.
Sin embargo, lograron superar esas diferencias y regalaron a la audiencia una de las parejas más icónicas de la televisión de los 80.
Valentín Trujillo vivió hasta el último día con la certeza de que el cine era su verdadera casa.
Poco antes de su muerte trabajaba en un proyecto titulado *Desde la cárcel*, una historia sobre mujeres privadas de la libertad, que documentaba con entrevistas y largas horas de investigación.
Aunque se rumoró que padecía Parkinson, su exesposa negó esta enfermedad, aunque confirmó que sufría crisis de ansiedad que se manifestaban en movimientos nerviosos.
Su carácter inquieto y mente activa lo mantenían siempre planeando nuevos proyectos.
En 2006, una falsa noticia sobre su muerte causó conmoción entre familiares y amigos, a lo que Valentín respondió con humor irónico: “Hasta donde yo sé, todavía no me he muerto.”
Sin embargo, la verdadera despedida llegó el 3 de mayo de ese año, cuando sufrió un infarto fulminante mientras dormía en su casa de Coyoacán.
Tenía apenas 55 años. Su muerte tomó por sorpresa a todos, dejando un vacío imposible de llenar en la industria y en el corazón de sus seguidores.
Sus restos fueron velados discretamente y cremados, y su legado permanece vivo en cada una de sus películas, en la memoria colectiva y en la influencia que dejó en el cine mexicano.
Valentín Trujillo fue más que un galán o un actor de acción; fue un creador apasionado y valiente que usó el cine como herramienta para denunciar y reflejar la realidad social de México.
Su vida estuvo llena de intensidad, tanto en lo profesional como en lo personal, y aunque su partida fue prematura, su obra sigue vigente y continúa emocionando a nuevas generaciones.
Su historia nos recuerda que detrás de la fama y el éxito siempre hay un ser humano con virtudes y fragilidades, y que el arte tiene la capacidad de desafiar el tiempo, manteniendo viva la memoria y la emoción.
Valentín Trujillo, sin duda, dejó una huella imborrable en el cine nacional y en los corazones de quienes lo admiraron.
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