Durante décadas, el sistema de transporte colectivo Metro de la Ciudad de México ha sido testigo de innumerables historias humanas, algunas trágicas y otras anónimas.
Sin embargo, pocos conocen que algunas figuras públicas del cine y la televisión mexicana encontraron su último destino en las estaciones del Metro.
Tres actores destacados, cada uno con una carrera vinculada al cine mexicano, la televisión y la comedia popular, murieron en diferentes años y circunstancias dentro de este sistema de transporte, generando expedientes que permanecieron ocultos y llenos de discreción para evitar escándalos mediáticos.
Raúl Meraz fue un actor conocido por interpretar papeles de villano en telenovelas y películas durante la última etapa de la Época de Oro del cine mexicano.
Su carrera abarcó más de cuatro décadas, con apariciones constantes en televisión abierta y producciones dramáticas.
Aunque nunca alcanzó la condición de ícono legendario, su figura fue estable y reconocida dentro de la industria.
En los años previos a su muerte, su actividad profesional había disminuido notablemente, y documentos notariales revelan que no gozaba de estabilidad económica.
Su última aparición televisiva fue tres años antes del incidente fatal.
El 20 de abril de 1996, el cuerpo de Raúl Meraz fue encontrado en los andenes del extremo norte de la estación San Pedro de los Pinos.
Un empleado de limpieza fue la primera persona en verlo tras el cierre de operaciones.
El reporte médico indicó que presentaba una herida punzo cortante superficial en el abdomen causada por un arma blanca.
Aunque la lesión parecía menor, fue lo suficientemente profunda para comprometer órganos vitales.

La policía clasificó el caso como un posible asalto derivado de un intento de robo.
No hubo testigos ni cámaras de alta resolución que pudieran aportar detalles, ya que la tecnología de vigilancia en ese momento era limitada.
La familia del actor solicitó que el caso se manejara con discreción para evitar repercusiones públicas, y la prensa reportó su muerte como fallecimiento por causas naturales, ocultando la violencia del incidente.
Este caso, aunque trágico y con tintes de violencia común, es relevante para comprender cómo la vida de figuras públicas puede pasar inadvertida en sus últimos años, y cómo los medios y familias buscan proteger su imagen.
Alberto Catal fue un actor con una carrera amplia pero discreta, activo principalmente durante las décadas de los 50, 60 y parte de los 70.
Su nombre rara vez aparecía en los créditos finales, pero era conocido por su profesionalismo, puntualidad y disciplina.
No se registran escándalos ni conductas problemáticas en su trayectoria, y su vida permaneció en relativo anonimato incluso en sus años de mayor actividad.
El 9 de marzo de 1989, el actor fue encontrado sin vida dentro de un vagón del Metro, al final del recorrido de la línea donde viajaba.
Un guardia notó su presencia solo cuando el tren quedó vacío.
Su cuerpo estaba sentado en posición erguida, con las manos apoyadas sobre una bolsa de plástico que contenía pan.
No se hallaron signos de violencia.

La autopsia determinó que murió a causa de un infarto agudo al miocardio fulminante.
Lo más llamativo del caso fue la imposibilidad de establecer el momento exacto de su muerte, ya que pudo haber estado inconsciente durante varias estaciones sin que ningún pasajero lo notara.
Los registros de la línea presentan vacíos importantes, y no se pudo precisar si falleció al inicio o al final del trayecto.
Este suceso es extraordinario porque un actor, aunque secundario, murió dentro de un vagón y permaneció ahí sin ser detectado durante un tiempo prolongado.
De haberse conocido públicamente en su momento, habría generado titulares llamativos por la naturaleza inusual del incidente.
Raúl Padilla, conocido artísticamente como “Choforo”, fue un comediante recurrente en programas de variedades durante los años 80 y 90.
Su estilo se caracterizaba por el humor físico, rutinas de caídas y sketches populares que lo hicieron ampliamente reconocido por el público.
Sin embargo, con el cambio de formatos televisivos, su fama disminuyó y para el año 2013 su actividad laboral era esporádica, participando principalmente en eventos privados.
El 24 de mayo de 2003, Padilla ingresó a la estación Azcapotzalco aproximadamente a las 18:40 horas.
Minutos después, presentó síntomas de malestar intenso que derivaron en un colapso.
Los paramédicos del Metro aplicaron maniobras de reanimación que lograron recuperarlo parcialmente, pero durante el traslado a servicios médicos externos sufrió un paro cardíaco definitivo.
La muerte fue confirmada a las 18:51 horas, aunque se cree que el fallecimiento ocurrió horas después.
La noticia del fallecimiento pasó prácticamente desapercibida, ya que la familia optó por manejar el evento de manera discreta, catalogando las circunstancias como una complicación súbita sin carácter criminal.
Estos tres casos muestran cómo la vida y muerte de actores con carreras relevantes pero no siempre en la cima del estrellato pueden quedar en el olvido o ser manejados con discreción para evitar escándalos.
La presencia de figuras públicas en situaciones trágicas dentro del sistema de transporte público revela también aspectos sociales, como la precariedad económica y la soledad que pueden afectar a quienes alguna vez gozaron de fama.
La decisión de las familias y autoridades de mantener los detalles en reserva refleja la sensibilidad que rodea a estos sucesos, así como el deseo de preservar la memoria pública sin alimentar el morbo.
El Metro de la Ciudad de México, con su inmenso flujo diario de personas, es testigo silencioso de muchas historias humanas, incluidas las de quienes alguna vez brillaron en el mundo del espectáculo.
Que actores como Raúl Meraz, Alberto Catal y Raúl Padilla hayan fallecido en este entorno urbano y popular subraya la conexión inevitable entre la vida cotidiana y la fama efímera.
Sus muertes, aunque tristes, forman parte de la historia cultural y social de la ciudad, y merecen ser recordadas con respeto y reconocimiento a sus trayectorias.