El día que cayó la BOMBA atómica en NAGASAKI

El 9 y 10 de agosto de 1945 marcaron uno de los capítulos más oscuros y trágicos de la historia moderna: los bombardeos atómicos en Hiroshima y Nagasaki.

Estos eventos no solo cambiaron el curso de la Segunda Guerra Mundial, sino que también dejaron una profunda huella en la conciencia global sobre el poder destructivo de las armas nucleares y las consecuencias humanitarias que conllevan.

Hiroshima y Nagasaki: 80 años de las bombas atómicas - BBC News Mundo

A finales de la Segunda Guerra Mundial, el mundo se encontraba en un estado de caos y destrucción.

Europa estaba en ruinas tras la caída de Hitler y la rendición de Alemania en mayo de 1945.

Sin embargo, en el Pacífico, la guerra continuaba con una ferocidad que parecía no tener fin.

Japón, aislado y sangrando, se negaba a rendirse, a pesar de haber perdido casi todas sus posesiones territoriales en las islas del Pacífico.

Las batallas en Iwo Jima, Okinawa y Saipán fueron brutales y costaron innumerables vidas, evidenciando la obstinación japonesa y la cultura del honor que rendirse era considerado una deshonra.

 

Para evitar una invasión terrestre que podría costar millones de vidas, Estados Unidos buscaba una forma de forzar la rendición japonesa sin necesidad de una guerra convencional.

La respuesta fue el desarrollo de la bomba atómica, un arma de destrucción masiva que podía acabar con ciudades enteras en segundos.

El Proyecto Manhattan, liderado por científicos en Los Álamos, Nuevo México, logró dividir el átomo y liberar una cantidad inimaginable de energía destructiva.

La primera prueba nuclear en julio de 1945 en el desierto de Álamo Gordo fue un espectáculo de poder que dejó claro el alcance de la nueva arma.

 

El 6 de agosto de 1945, Estados Unidos lanzó la bomba “Little Boy” sobre Hiroshima, causando una devastación que convirtió la ciudad en cenizas.

La explosión fue equivalente a 15,000 toneladas de TNT y mató instantáneamente a unas 70,000 personas, con otras tantas muriendo en los meses siguientes por quemaduras y radiación.

La radiación, una muerte invisible y silenciosa, causó síntomas horribles en los sobrevivientes, como vómitos, pérdida de cabello y heridas que no cicatrizaban.

Hiroshima y Nagasaki | La dramática vida de los hibakusha, los  sobrevivientes de las bombas atómicas que luego sufrieron miedo, culpa y  discriminación - BBC News Mundo

Apenas tres días después, el 9 de agosto, se intentó lanzar otra bomba sobre la objetivo principal, Kokura, pero las condiciones meteorológicas y la presencia de nubes impidieron su uso.

La misión cambió de destino a Nagasaki, una ciudad con un importante puerto y fábricas militares, pero también con un carácter más internacional y cristiano.

A las 11:02 horas, Fat Man, una bomba de plutonio aún más potente, fue liberada sobre Nagasaki, causando una destrucción aún mayor.

La explosión generó una bola de calor de 4,000°C y una nube en forma de hongo que se elevó a 15 km en el cielo.

 

La destrucción fue apocalíptica: casas de madera volaron, edificios de concreto se derrumbaron y la escena que quedó fue cercana al fin del mundo.

Se estima que aproximadamente 50,000 personas murieron en las primeras 24 horas, y las cifras totales de fallecidos a finales de los años 50 alcanzaron entre 60,000 y 80,000.

Los sobrevivientes enfrentaron secuelas físicas y psicológicas que perdurarían toda su vida y que afectarían a generaciones futuras.

 

El uso de las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki ha sido objeto de un intenso debate moral y ético desde entonces.

Algunos argumentan que estas armas salvaron vidas al evitar una invasión terrestre que habría sido mucho más sangrienta.

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Otros sostienen que fue una demostración de poder y una acción criminal que causó sufrimiento innecesario, especialmente en civiles inocentes.

La decisión de Truman de lanzar las bombas fue tomada en un contexto de guerra y presiones políticas, y todavía hoy se discute si fue realmente necesario o si Japón ya estaba al borde del colapso.

 

Además, el impacto a largo plazo de la radiación y las secuelas en los sobrevivientes, conocidos como hibakusha, evidencian la barbarie de esas armas.

La historia también revela que, poco después de Hiroshima y Nagasaki, la carrera armamentista nuclear se aceleró, con la Unión Soviética detonando su primera bomba en 1949 y otros países uniéndose a la posesión de armas nucleares.

Actualmente, hay más de 13,000 ojivas nucleares en el mundo, un arsenal que representa una amenaza constante para la humanidad.

 

Hoy en día, Nagasaki es una ciudad moderna y próspera, símbolo de paz y resistencia.

En su parque de La Paz, una estatua de un hombre en oración recuerda a las víctimas, y el museo conserva objetos y sombras humanas que nos hablan de la tragedia.

La visita del expresidente Barack Obama en 2016 a Hiroshima, sin ofrecer disculpas formales, fue un acto simbólico que reafirmó la importancia de recordar y aprender de estos eventos.

 

La memoria de Nagasaki sigue siendo un argumento poderoso contra el uso de armas nucleares.

La historia nos advierte que el progreso científico sin ética puede conducir al abismo, y que la paz no solo es la ausencia de guerra, sino también la presencia de memoria y responsabilidad.

La lección de Nagasaki y Hiroshima es que debemos trabajar por un mundo donde la destrucción masiva no sea una opción, y que la humanidad debe mantener viva la memoria de estos horrores para evitar que vuelvan a repetirse.

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