“La lluvia que guarda secretos”
La pequeña casa al final del callejón parecía haberse quedado en silencio para siempre. Desde que el padre se fue tras una aventura y la madre decidió rehacer su vida con otro hombre, las risas infantiles se habían esfumado como el vapor en una mañana fría. Solo quedaba Nam, un niño de cuatro años, con ojos grandes y llenos de preguntas que nadie podía responder.
Nam no entendía las razones de los adultos. Solo recordaba las noches en que su madre le contaba cuentos de hadas y su padre lo levantaba en hombros para pasear por el patio. Pero un día, esos momentos desaparecieron, y con ellos, su mundo se volvió gris.
Enviaron a Nam a vivir con su abuela paterna, una mujer de vista cansada y manos arrugadas, que lo amaba con todo su corazón, pero no podía llenar el vacío que crecía en su pecho. La abuela le decía que su madre vivía en otro lugar y que no volvería, palabras que Nam no podía comprender.
Una tarde, mientras la lluvia golpeaba el techo de zinc con furia, Nam se sentó junto a la ventana, mirando las gotas deslizarse como lágrimas por el cristal. Con voz temblorosa, preguntó:
—Abuela, ¿por qué mamá tarda tanto en volver conmigo?
La anciana solo pudo acariciarle la cabeza y susurrar con un nudo en la garganta:
—Tu madre ahora… vive en otro lugar, ya no volverá.
Pero Nam, con la inocencia de sus cuatro años, decidió que debía encontrarla. Así, sin más, salió corriendo bajo la lluvia, sin importar el frío ni las gotas que empapaban su pequeño impermeable.
Las calles se volvieron un mar de charcos y reflejos distorsionados. Sus pies chapoteaban sin descanso mientras murmuraba entre dientes:
—Mamá… te estoy buscando…
Tropezó una vez, raspándose las rodillas, pero se levantó y siguió adelante, recordando el camino al mercado, donde su madre solía llevarlo.
Un hombre en moto se detuvo y le preguntó con preocupación:
—¿A dónde vas tú solito en esta lluvia?
Nam levantó sus ojos enrojecidos y respondió:
—Voy a buscar a mi mamá. Ella me dejó hace mucho…
La noticia de aquel niño caminando bajo la tormenta se esparció rápidamente. Una vecina lo reconoció y alertó a la abuela, quien salió desesperada a buscarlo. Finalmente, lo encontró empapado bajo el alero de una casa, con la mirada perdida.
Lo abrazó con fuerza, pero Nam sollozó:
—Abuela, ¿mamá de verdad me abandonó?
Las lágrimas de la anciana se mezclaron con la lluvia. No sabía qué decir. La culpa no era del niño, sino de los adultos que, en su egoísmo, olvidaron el corazón frágil de un niño.
De repente, una silueta apareció a lo lejos, emergiendo entre la niebla y la lluvia. Era una mujer, con el rostro cubierto por una capucha. Nam la miró fijamente, y con voz temblorosa preguntó:
—¿Eres tú, mamá?
La figura se detuvo, y lentamente bajó la capucha. Pero lo que Nam vio no era la cara de su madre, sino un rostro desconocido, marcado por cicatrices y una expresión que no transmitía amor ni familiaridad.
Antes de que pudiera reaccionar, la mujer extendió una mano, entregándole una carta arrugada y húmeda. Nam la tomó, temblando, y leyó en voz alta:
“Nam, no busques en la lluvia lo que se esconde en la oscuridad. La verdad que buscas está enterrada bajo las raíces del árbol donde jugábamos. Confía en tu corazón, pero cuidado con lo que descubres.”
El corazón de Nam latía con fuerza. ¿Qué significaba aquello? ¿Por qué su madre le enviaba mensajes tan crípticos?
La mujer desapareció tan rápido como había llegado, dejando a Nam y a su abuela en un silencio inquietante.
Al día siguiente, Nam y su abuela fueron al viejo parque donde solía jugar con su madre. Allí, bajo un enorme roble, encontraron una caja enterrada. Al abrirla, hallaron fotografías, cartas y un pequeño objeto envuelto en tela.
Nam desplegó la tela y descubrió una medalla con un grabado extraño, un símbolo que no reconocía. De repente, sintió un frío intenso y escuchó un susurro:
“Mamá, ¿ya volviste conmigo?”
Pero esta vez, la voz no era la suya.
Miró a su alrededor y vio sombras danzando entre los árboles, figuras que parecían observarlo, susurrando secretos que el viento traía y llevaba.
Nam comprendió que la historia de su madre era más profunda y oscura de lo que jamás había imaginado. Que el abandono, la partida y el silencio escondían un misterio que ahora lo envolvía a él.
Y mientras la lluvia comenzaba a caer de nuevo, Nam supo que su búsqueda apenas comenzaba.