“De Ídolo a Olvidado: Wilfredo Gómez y el Dolor de Caer Cuando Nadie Te Sostiene 🎖️😭
En los años 80, su nombre era sinónimo de orgullo puertorriqueño.
Wilfredo “Bazooka” Gómez, el hombre que se convirtió en campeón mundial en tres divisiones, fue una máquina imparable de nocauts, con un récord brutal de 44 victorias —42 por KO— y apenas 3 derrotas.
Cada pelea suya era un evento nacional.
Cada victoria, una celebración de identidad boricua.
Era un dios del ring.
Pero como tantos otros en el mundo del boxeo, fuera del cuadrilátero, la vida fue mucho más dura que cualquier combate.
Hoy, a sus 68 años, Wilfredo Gómez vive una tragedia silenciosa, rodeado de enfermedades, crisis económicas y un aislamiento que grita con cada día que pasa.
Según declaraciones de su familia y fuentes cercanas, su salud se ha deteriorado rápidamente en los últimos años: padece de demencia, tiene problemas físicos severos, y ha sido internado en múltiples ocasiones sin cobertura médica completa.
En una entrevista reciente, su hija, visiblemente afectada, confesó: “Mi papá ya no recuerda muchos momentos.
A veces no sabe dónde está.
Pero cuando le pongo un video de sus peleas… sonríe.
Por unos segundos, vuelve a ser él”.
Esa frase lo dice todo.
El campeón que dominó el mundo ya no recuerda sus propias glorias, mientras el país que lo vio brillar lo recuerda solo de vez en cuando, como una sombra de lo que fue.
Lo más triste no es la enfermedad.
Es el abandono.
Durante años, Wilfredo ha sido ignorado por instituciones deportivas que deberían proteger a sus leyendas.
No hay pensión digna.
No hay programa de apoyo emocional ni psicológico.
No hay respaldo concreto.
Solo promesas sueltas y homenajes simbólicos que no llenan un plato ni cubren una medicina.
En 2023, se viralizó un video de él caminando con dificultad por las calles de San Juan, acompañado por un familiar.
El clip, que se compartió con el hashtag #AyudaParaWilfredo, encendió momentáneamente la indignación pública.
“¿Así tratan a nuestros campeones?”, se leía en miles de comentarios.
Pero como toda indignación digital, se apagó en pocos días.
Y entonces, el silencio volvió.
El mismo silencio que llena ahora su hogar.
Según fuentes cercanas, Wilfredo ha tenido momentos de lucidez donde pregunta por amigos que ya murieron.
Confunde fechas, lugares, hasta a sus propios nietos.
Pero aún conserva gestos que rompen el alma: aprieta el puño con fuerza, como si todavía pudiera lanzar un derechazo.
Como si aún quedara algo del “Bazooka” en su interior.
A nivel estatal, no se han implementado programas concretos para asistir a exdeportistas con enfermedades degenerativas.
Y eso, en el caso de una figura como Gómez, no es solo negligencia.
Es un insulto.
Muchos fanáticos piden un homenaje nacional en vida, antes de que sea demasiado tarde.
No una placa.
No un discurso.
Un verdadero acto de justicia, con apoyo médico, psicológico, económico.
Porque lo merece.
Porque su historia no puede terminar en una cama fría y una mente nublada.
Y aquí está la ironía más cruel: Wilfredo Gómez fue el que nunca se rendía.
El que caía y se levantaba.
El que aguantaba diez rounds con la cara abierta, solo por no decepcionar a su gente.
Hoy, esa gente lo ha dejado caer sin red.
Y él, aún luchando, sigue peleando… pero ahora, solo.
¿Qué le dice esto a las nuevas generaciones? ¿Que el éxito es solo momentáneo? ¿Que los ídolos son descartables? ¿Que las medallas se oxidan y los cuerpos también?
Ojalá no tengamos que esperar a su fallecimiento para que todos recuerden quién fue Wilfredo Gómez.
Ojalá entendamos, como país, que no se puede olvidar a quien nos enseñó a ganar.
Porque esta no es solo su tragedia.
Es la nuestra.