A los 59 años, Pochy Familia FINALMENTE admite lo que todos sospechábamos.

A los 59 años, Pochy Familia, el icónico merenguero dominicano, finalmente rompe el silencio sobre su vida y carrera.

Conocido como el alma detrás de Coco Band, Pochy ha sido una figura fundamental en la música caribeña desde los años 90, cuando sus ritmos vibrantes y letras atrevidas conquistaron a millones.

Sin embargo, su trayectoria no ha estado exenta de desafíos, decepciones y un profundo deseo de reconectar con su verdadera esencia.

Pochy Familia y la Cocoband lanzan tema

Desde sus inicios, Pochy, cuyo nombre real es Alfonso Pochivas, mostró un talento innato para la música.

Nacido el 15 de febrero de 1966 en Santo Domingo, creció en un barrio humilde donde la música era su escape de las dificultades cotidianas.

Su madre, una costurera que cantaba boleros mientras trabajaba, fue quien sembró en él la semilla de la sensibilidad artística.

Desde niño, Pochy se destacó por su carisma y su capacidad para hacer reír a los demás, convirtiéndose en el alma de todas las reuniones.

 

A los 14 años, formó su primer grupo, “Los Titanes del Merengue”, junto a amigos del barrio.

Aunque contaban con pocos recursos, su pasión por la música era inquebrantable.

Fue en esta etapa donde conoció a Jenny, su primer amor, quien lo alentó en sus locuras musicales.

Sin embargo, la vida les separó cuando la familia de Jenny se mudó a Puerto Rico, una pérdida que avivó el fuego interior de Pochy y lo llevó a escribir más y a tocar en bodas y fiestas.

 

A los 19 años, Pochy ingresó a la Universidad Autónoma de Santo Domingo, donde combinó sus estudios con su pasión por la música.

Fue allí donde comenzó a forjar su visión de un grupo que rompiera con los moldes tradicionales del merengue.

En 1989, fundó la Cocoband, un nombre que representaba la frescura y el sabor del Caribe.

Con su propuesta irreverente y letras pícaras, Coco Band se convirtió en un fenómeno musical que resonó en toda Latinoamérica.

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El lanzamiento de su álbum “La Faldita” en 1990 marcó un antes y un después en su carrera.

La canción se convirtió en un himno de fiestas y celebraciones, cruzando fronteras y llegando a lugares como Caracas, Ciudad de México y Nueva York.

Pochy no solo cantaba, sino que también componía y dirigía, convirtiéndose en el cerebro detrás del éxito de la banda.

Sin embargo, con el éxito llegaron también las presiones y los conflictos internos.

 

A medida que la fama de Pochy crecía, las relaciones con sus compañeros de banda comenzaron a deteriorarse.

Las decisiones artísticas se subordinaban a las exigencias del mercado, y las tensiones aumentaron.

Un escándalo surgió cuando uno de los miembros fundadores lo denunció por incumplimiento de pagos, lo que llevó a una serie de problemas legales y a la presión mediática.

Pochy, acostumbrado a la alegría del escenario, se vio arrastrado a un mundo de abogados y ruedas de prensa, donde la música se convirtió en una empresa.

 

En 1995, tras un intento fallido de renovación de imagen, varios músicos clave abandonaron la banda.

Uno de ellos declaró en televisión que “Pochi olvidó quiénes éramos, ahora solo piensa en números”.

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A pesar de ello, Pochy demostró su talento con el lanzamiento de “El hombre llegó parao” en 1996, otro éxito que mostró su capacidad para reinventarse.

Sin embargo, la frescura de su música había sido reemplazada por el cálculo, y el brillo en sus ojos comenzó a apagarse.

 

Una de las pérdidas más devastadoras para Pochy fue la muerte de su madre, doña Cándida, quien falleció mientras él estaba de gira en Estados Unidos.

No pudo despedirse de ella, y esa pérdida lo marcó profundamente.

Comenzó a distanciarse de todo, incluyendo los estudios de grabación y sus amistades más cercanas.

Su refugio se convirtió en una finca al norte del país, donde pasaba días enteros sin contacto con el exterior.

 

En 2001, Pochy intentó regresar con un nuevo disco, pero el panorama musical había cambiado.

El reggaetón comenzaba a tomar fuerza, y el merengue ya no era visto como la música de moda.

En un gesto sorprendente, subastó uno de sus trajes icónicos para donar el dinero a un refugio de animales callejeros, expresando que no necesitaba más reconocimiento, solo paz.

Este periodo marcó su alejamiento del mundo musical, rechazando contratos y viviendo en casi total anonimato.

 

Muchos pensaron que Pochy había abandonado la música por completo, pero en realidad había renunciado a la necesidad de ser aplaudido.

En ese silencio, comenzó a reconstruirse. A los 50 años, se convirtió en abuelo, una experiencia que lo transformó profundamente.

Comenzó a grabar pequeñas canciones infantiles solo para su familia, sin buscar fama ni ventas, sino conexión.

Senado reconoce a Pochy Familia por su trayectoria

A pesar de rechazar múltiples ofertas para regresar a los escenarios, Pochy eligió el camino del anonimato, alejado del bullicio y rodeado de naturaleza.

En 2023, se casó en secreto con Rosa Elena, una profesora de arte, en una ceremonia sencilla y íntima.

En sus propias palabras, “He pasado la mitad de mi vida en escenarios y la otra mitad huyendo de ellos. Contigo, por primera vez, solo quiero quedarme quieto”.

 

Pochy sigue escribiendo canciones, pero las guarda en cuadernos que esconde entre libros de poesía.

Aunque su vida es reservada, de vez en cuando participa en actividades sociales discretas, apoyando causas que le importan sin buscar reconocimiento.

En una reciente aparición en un conversatorio universitario, Pochy confesó que se había perdido y que finalmente estaba encontrando su camino de regreso.

 

La historia de Pochy Familia no es solo la de un músico que brilló y luego se desvaneció.

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Es la historia de un hombre que, tras conquistar la cima, descubrió que el verdadero valor no reside en el aplauso del público, sino en el silencio que queda cuando todo se apaga.

A los 59 años, Pochy finalmente confiesa que, aunque la industria lo hirió, también le enseñó a valorar lo esencial: la familia, la paz y la verdad.

 

En un mundo donde el éxito parece ser eterno, Pochy nos recuerda que la fama no garantiza la felicidad y que detrás de cada artista hay un ser humano con heridas y vacíos.

Alejarse y soltar el micrófono puede ser un acto de dignidad.

Hoy, su legado vive más allá de los escenarios, en las canciones que marcaron una época y en el ejemplo de alguien que tuvo el coraje de dejar de ser estrella para volver a ser simplemente humano.

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