A sus 74 años, el legendario boxeador panameño Roberto Durán ha compartido sus experiencias más significativas dentro y fuera del ring, revelando no solo su trayectoria como campeón mundial, sino también los desafíos que enfrentó a lo largo de su vida.
Conocido por su estilo agresivo y su inquebrantable determinación, Durán se ha convertido en un símbolo del boxeo, recordado tanto por sus victorias como por sus derrotas.
Roberto Durán nació en El Chorrillo, un barrio de Panamá donde la pobreza era una constante.
Desde pequeño, Durán se destacó como un peleador callejero, ganándose el apodo de “Manos de Piedra” debido a la potencia de sus golpes.
Su infancia estuvo marcada por la lucha por la supervivencia, lo que forjó su carácter y determinación.
A los 16 años, debutó como profesional en el mundo del boxeo, un entorno que le ofrecía la oportunidad de escapar de la dura realidad que había vivido.
Desde sus primeros combates, Durán mostró una ferocidad inigualable.
No era el boxeador más alto ni el más técnico, pero su hambre de victoria y su deseo de demostrar su valía lo llevaron a convertirse en un fenómeno en la división de los ligeros.
Su estilo de pelea, que priorizaba la agresividad sobre la técnica, lo hizo destacar en un entorno lleno de boxeadores hábiles y elegantes.
El 26 de junio de 1972, Durán alcanzó la cima de su carrera al convertirse en campeón mundial de los ligeros al vencer a Ken Buchanan en Madison Square Garden.
Esta victoria no solo lo catapultó al estrellato, sino que también lo convirtió en un héroe nacional en Panamá.
Durante los siguientes seis años, defendió su título en 12 ocasiones, dejando una marca imborrable en la historia del boxeo.
Durán se enfrentó a rivales que, aunque talentosos, no podían igualar su tenacidad y su capacidad para absorber castigos.
Cada pelea se convertía en una batalla épica, donde Durán no solo buscaba ganar, sino también imponer respeto.
Su resistencia física y fortaleza mental lo convirtieron en un adversario temido, capaz de enfrentar cualquier desafío.
Sin embargo, incluso los guerreros más temidos encuentran rivales que les enseñan que no son invencibles. Para Durán, ese rival fue Esteban de Jesús.
En noviembre de 1972, sufrió su primera derrota profesional, un golpe devastador que lo llevó a replantearse su enfoque en el ring.
Sin embargo, en lugar de rendirse, esa derrota lo transformó en un boxeador aún más peligroso.
Dos años después, se vengó de De Jesús en una revancha que consolidó su estatus como un campeón formidable.
La rivalidad con De Jesús no solo fue un desafío deportivo, sino también una lección que moldeó a Durán en un campeón completo.
Aprendió que incluso los más fuertes pueden caer, pero que un verdadero guerrero se levanta más duro cada vez.
A medida que su carrera avanzaba, Durán sintió la necesidad de demostrar que podía competir a un nivel aún más alto.
En 1980, se enfrentó a Suga Rey Leonard, un boxeador carismático y técnico que representaba todo lo que Durán no era.
Su primer combate fue un choque de mundos, donde Durán, con su estilo agresivo, logró vencer a Leonard, arrebatándole su invicto y proclamándose campeón mundial del peso welter.
La victoria en Montreal fue celebrada en Panamá como un milagro, y Durán se convirtió en un símbolo de orgullo nacional.
Sin embargo, la narrativa en Estados Unidos fue diferente.
Durán fue visto como un matón del ring, un boxeador que ganaba con intimidación más que con técnica.
Esta percepción lo convirtió en el villano perfecto para muchos medios norteamericanos.
La revancha contra Leonard, apenas cinco meses después, sería un punto de inflexión en su carrera.
En un escenario completamente diferente, Leonard dominó la pelea, y Durán, frustrado, pronunció las palabras que quedarían grabadas en la historia del boxeo: “No más”.
Este momento marcó una caída dramática en su reputación, convirtiendo al héroe indomable en un hombre vulnerable.
La reacción fue devastadora, tanto en Panamá como en el resto del mundo. Durán fue acusado de cobardía y su legado se vio empañado por esa derrota.
Sin embargo, en lugar de rendirse, esa humillación se convirtió en el motor que lo impulsó a buscar nuevas oportunidades de redención.
A pesar de la controversia, Durán demostró que su espíritu guerrero seguía intacto.
En 1983, se enfrentó a Davy Moore, un joven campeón superwelter invicto.
Contra todo pronóstico, Durán salió victorioso, recuperando así el respeto que había perdido tras el “No más”.
Esta victoria fue más que un título; fue un renacimiento que demostró que Durán aún tenía mucho que ofrecer.
Su carrera continuó con desafíos monumentales, incluyendo una pelea contra Marvin Hagler, donde, aunque perdió, demostró que podía competir con los mejores, a pesar de las desventajas físicas.
Durán no rehuía los desafíos, siempre buscando rivales de alto nivel, incluso si eso significaba arriesgar su reputación.
A medida que avanzaban los años 80, Durán seguía subiendo al ring, enfrentándose a grandes nombres como Thomas Hearns.
Aunque sufrió derrotas, su longevidad en el deporte se convirtió en parte de su mito.
Cada combate era una demostración de su pasión y su amor por el boxeo, un deporte que había sido su refugio y su vida.
Finalmente, se retiró en 2001, tras más de tres décadas de batallas. Su última pelea fue contra Héctor Macho Camacho, un rival que representaba una nueva era del boxeo.
Aunque no ganó, la imagen de Durán subiendo al ring a los 50 años fue un testimonio de su inquebrantable espíritu.
El legado de Roberto Durán es imposible de resumir en simples estadísticas.
Más de 100 victorias, títulos mundiales en cuatro divisiones y enfrentamientos memorables con los más grandes del boxeo.
Pero lo que realmente lo distingue es su esencia: un peleador que nunca rehusó un desafío y que aceptó rivales más grandes y fuertes solo para demostrar que la grandeza no se mide en comodidades, sino en atreverse.
En Panamá, Durán es un símbolo de orgullo nacional.
Su nombre está grabado en murales y canciones, recordado como el hombre que puso al país en el mapa deportivo.
Para el mundo, es parte de una época dorada en la que los mejores peleaban contra los mejores sin excusas.
Hoy, cuando se menciona su nombre, no solo se recuerda al campeón, sino al guerrero que peleó con el corazón en cada asalto.
Durán inspiró a generaciones de boxeadores, demostrando que la verdadera gloria está en seguir adelante, incluso cuando el mundo te da por acabado.
Su historia es un recordatorio de que, a pesar de las caídas, lo más importante es levantarse y seguir luchando.
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