Durante más de cinco décadas, Estela Núñez fue una de las voces más queridas, respetadas y emblemáticas de México.

Su tono cristalino, su interpretación elegante y su peculiar mezcla de fuerza y fragilidad la convirtieron en una figura indispensable dentro de la música romántica.
Sin embargo, detrás de aquella voz angelical había una mujer que jamás buscó la fama, que vivió sacrificios profundos, tragedias irreparables y una lucha constante por mantener su vida personal a salvo de los reflectores.
Ahora, a los 77 años, la intérprete finalmente reconoce lo que muchos sospechaban: su retiro no fue un accidente, ni una pausa, sino una decisión consciente y emocionalmente inevitable, un adiós definitivo a la industria que marcó su existencia desde los diez años de edad.
La carrera de Estela Núñez comenzó casi por azar cuando era apenas una niña.
Su padre descubrió que su voz sobresalía entre las demás y decidió impulsarla sin medir las consecuencias.
Ella cantaba por obediencia, no por ambición.
Los concursos, los escenarios y los viajes constantes eran parte de un destino que no eligió pero que, con disciplina y talento natural, convirtió en un camino de éxito.
Desde su primera aparición en programas de televisión y caravanas artísticas, su presencia provocó asombro.
A los 11 años ya vivía en la Ciudad de México, lejos de su infancia en León, Guanajuato, entregada a un mundo donde la presión era constante y la libertad muy limitada.
El ascenso de Estela en los años sesenta y setenta fue vertiginoso.
Su éxito con Una lágrima y su presencia en escenarios de México y Estados Unidos consolidaron su nombre en el panorama musical.
Sin embargo, su momento decisivo llegó en 1979, cuando contra todo pronóstico ganó el Festival OTI Internacional con el tema “Vivir sin ti es como estar contigo”.
En una noche que paralizó al país, superó a figuras como Emanuel y Sergio Esquivel, mostrando una serenidad que sorprendió tanto como su interpretación.
Aquella victoria marcó su consagración, pero también el inicio de un conflicto interno: la fama, aunque generosa, nunca fue su sueño.
La vida personal de Estela Núñez estuvo marcada por decisiones que, desde la perspectiva de la industria, parecieron incomprensibles.
En el momento más alto de su carrera, decidió retirarse temporalmente para casarse y dedicarse a su familia.
Su boda con Ignacio Aguilera significó dejar conciertos, giras y oportunidades internacionales que podrían haberla convertido en una leyenda del tamaño de Rocío Dúrcal.
Sin embargo, Estela lo tuvo claro: quería ser esposa, madre y vivir una vida normal, lejos del torbellino mediático.
Pero esa búsqueda de normalidad pronto se convirtió en tragedia.
Mientras esperaba a su segundo hijo, sufrió una caída que provocó un parto prematuro y secuelas permanentes en el bebé.
La situación afectó profundamente su matrimonio, que terminó con el abandono de su esposo.
Sola, con hijos pequeños y un niño con necesidades especiales, Estela asumió una responsabilidad inmensa sin dejar de cantar, llevando a su hijo incluso a los ensayos y presentaciones.
Su fortaleza en esos años fue tan admirable como desgarradora.
![Estela Nuñez – Te Quiero Todo – Vinyl (LP, Album), 1981 [r13784586] | Discogs](https://i.discogs.com/MXISMkiGLsjJcUCgi7yF5eATa52gzwpNt7jFoXSa9Vg/rs:fit/g:sm/q:40/h:300/w:300/czM6Ly9kaXNjb2dz/LWRhdGFiYXNlLWlt/YWdlcy9SLTEzNzg0/NTg2LTE2Mzc1Mjgz/MzQtODI4Ny5qcGVn.jpeg)
A esa etapa se sumó una de las pérdidas más dolorosas de su vida: la muerte de su padre, el hombre que la impulsó desde niña.
Su repentina partida desató en Estela una crisis emocional que derivó en un problema de salud devastador.
Una neuritis óptica la dejó prácticamente ciega de un día para otro.
Sin síntomas previos y con diagnósticos confusos, pasó meses en la oscuridad, tratando de adaptarse a una realidad aterradora.
Las fuertes dosis de cortisona, necesarias para su recuperación, transformaron su cuerpo de manera drástica.
Estela, siempre delgada y elegante, dejó de reconocerse en el espejo.
Cuando finalmente recuperó la vista, tuvo que reconstruir su vida desde el dolor.
Un nuevo matrimonio, esta vez con el productor Sergio Blanchet, pareció darle esperanza, pero se transformó en una relación dañina que terminó en separación.
Y aunque muchos hombres admiraron a Estela, el verdadero amor de su vida fue uno que nunca pudo concretarse.
Luis, su novio de juventud, con quien creció recorriendo su pueblo en motocicleta, fue la historia de amor que quedó inconclusa por la oposición de ambas familias.
Años después, él murió en un accidente automovilístico, dejando en Estela una herida que jamás cerró.

A pesar de los golpes, Estela Núñez nunca dejó de cantar.
Siguió grabando, haciendo presentaciones y demostrando una calidad vocal intacta.
En 2006 recibió el Arlequín de Bronce en León, donde 90,000 personas salieron a las calles para celebrar su trayectoria.
También compartió escenario con Vicente Fernández, uno de los momentos más memorables de sus últimos años artísticos.
Ella misma lo decía con orgullo: “He cantado toda mi vida. No estoy en escándalos, pero sigo aquí.”
Sin embargo, la industria musical cambió y el espacio para voces como la suya se volvió cada vez más reducido.
Aun así, Estela mantuvo una postura digna.
Nunca cantó en bares, por promesa a su padre y por respeto a sí misma.
“Mi padre me dijo que sería una gran cantante, no una cantante de cantina”, repetía con firmeza.
Finalmente, en 2018, tras 51 años sobre los escenarios, decidió despedirse con un concierto en el Teatro Metropolitan.
Fue un adiós elegante, emotivo y cargado de gratitud.
Estaba lista para dejar atrás la presión, los viajes y las exigencias del medio.

Su verdadero deseo era dedicar tiempo a sus hijos y nietos, y vivir en paz.
Su último sueño artístico es grabar un álbum sinfónico final, un cierre perfecto para una carrera llena de magia y sacrificios.
Hoy, Estela Núñez reconoce que no desapareció: simplemente eligió vivir.
Eligió la familia por encima del éxito, la paz por encima del brillo público y la dignidad por encima del espectáculo.
Su historia, ahora completa, revela a una mujer cuya grandeza no solo radica en su voz, sino en su humanidad, su valentía y su profunda capacidad de amar, incluso en medio del dolor.