Sergio Pascual Vargas Parra, conocido simplemente como Sergio Vargas o “el negrito de Villa”, es uno de los iconos más queridos y respetados de la música tropical y el merengue.
Su historia no es solo la de un cantante exitoso, sino la de un hombre que ha sobrevivido a la pobreza extrema, tragedias personales, escándalos y batallas internas que pocos conocen.
A sus 65 años, Sergio decidió abrir su corazón y contar sin filtros la verdad detrás de la fama y la música, revelando una vida marcada por el dolor, la lucha y la redención.

Nacido en 1960 en Villa Altagracia, República Dominicana, Sergio creció en un entorno de pobreza brutal.
Su infancia estuvo marcada por el hambre constante y la ausencia de comodidades básicas: sin zapatos, sin juguetes, sin libros, y muchas veces sin un desayuno que llevarse a la boca.
A pesar de las carencias, desde pequeño mostró un don especial para la música; no hablaba, cantaba.
La música corría por sus venas como un grito de esperanza en medio de la adversidad.
Su primer trabajo fue cargar agua para las vecinas del barrio, y a los 15 años ya trabajaba en el campo, cargando caña y laborando en el ingenio azucarero.
La necesidad lo obligó a crecer rápido, pero nunca perdió la fe ni la esperanza de que la música lo salvaría.
Su madre, Ana, fue su mayor apoyo, quien siempre creyó en su talento y le decía que llegaría a ser artista.
La vida de Sergio no estuvo exenta de tragedias.
El golpe más duro fue la muerte de su madre, Ana, a causa de una infección dental mal atendida.
A pesar de que Sergio advirtió que ella era alérgica a la penicilina, el personal médico no le hizo caso, y Ana murió en pocas horas.
Este suceso marcó un antes y un después en la vida del cantante, quien perdió no solo a su madre sino también su infancia en ese momento.
Más adelante, su padre también murió de cáncer, dejando a Sergio en medio de una tormenta de pérdidas.
Sin embargo, apareció Ramona, una mujer que no era su madre biológica pero que lo cuidó como tal, convirtiéndose en un ángel salvador para él.
En 1981, un joven Sergio Vargas subió a un escenario por primera vez en público, cantando “Amor, amor” de José.
Aunque no ganó el primer lugar en ese concurso, captó la atención de Dionis Fernández, quien lo invitó a unirse a una orquesta.
A partir de ese momento, su carrera despegó y su música comenzó a sonar en radios no solo de República Dominicana sino también en Puerto Rico, Venezuela y Panamá.
Su talento y carisma lo llevaron a formar parte del grupo “Los hijos del rey” en 1986, donde grabó su primer disco.
Sin embargo, la fama tuvo un alto costo.
Sergio confesó que se fue del grupo porque había mucho vicio: drogas, manipulaciones y propuestas indecentes.
También habló con preocupación sobre la presión que sufrían jóvenes en la industria para acceder a oportunidades, mencionando la existencia de relaciones turbias y coerción.
La vida detrás del escenario no fue fácil para Sergio.
Se enfrentó a situaciones oscuras y complejas, incluyendo rumores que involucraban a figuras poderosas del medio.
Por ejemplo, se mencionó que Cholo Brenes, un hombre con gran influencia tras bambalinas, manipulaba no solo la carrera sino también las relaciones personales dentro del grupo, creando un ambiente tóxico y peligroso.

Sergio fue presentado como el nuevo talento para reemplazar a Fernando Villalona, quien se alejó del grupo posiblemente para escapar de estas presiones.
Algunos lo vieron como un peón en este juego de poder, mientras que otros reconocieron su mérito y talento.
Sergio no duró mucho tiempo en ese ambiente y decidió alejarse antes de ser consumido por él.
A lo largo de su carrera, Sergio Vargas tuvo que enfrentar las tentaciones y peligros que acompañan la fama.
Cantó para capos del crimen organizado, pero siempre mantuvo sus límites claros: solo cantaba y se iba, sin involucrarse en negocios oscuros.
Sin embargo, no todos lograron salir tan limpios, y la tragedia tocó de cerca su vida cuando su amigo Ruby murió aplastado por el colapso del techo del local donde cantaban, un accidente que pudo haberse evitado.
Además, Sergio enfrentó rumores y escándalos relacionados con su vida personal, como el supuesto romance con la esposa de la leyenda del deporte Sami Sosa, que él negó rotundamente, reafirmando su respeto por las mujeres ajenas.
En el terreno personal, Sergio tuvo muchas relaciones y ocho hijos con diferentes mujeres, la mayoría fuera del país.
Sin embargo, el amor verdadero fue solo uno: su esposa de la escuela, con quien tuvo tres hijas y compartió momentos felices.
La fama y la inmadurez destruyeron esa relación, y él mismo confesó que si pudiera volver atrás, no se divorciaría, porque no quiere morir solo.
Este sentimiento de pérdida y arrepentimiento pesa en su corazón, y hoy pide a Dios una nueva oportunidad para amar de verdad.
En 1989, Sergio casi muere a causa de una hepatitis tipo B que lo tuvo al borde de la muerte.
Más recientemente, enfrentó un grave cuadro de COVID-19 que lo mantuvo en cuidados intensivos, perdiendo más de 60 libras y luchando por respirar y hablar.
En esos momentos oscuros, se aferró a la música, a sus hijas y a su fe, con la promesa silenciosa de no irse sin despedirse de su público.

Además, sobrevivió a un accidente de autobús en Venezuela donde murieron cinco personas, incluido un percusionista que estaba justo delante de él.
Sergio salió ileso, pero marcado para siempre por la experiencia.
Antes de alcanzar la fama, Sergio cantaba en pequeños bares y serenatas en barrios difíciles.
Su historia es la de un joven dominicano que prometió no ser una mala persona y cumplió esa promesa, convirtiéndose en un ícono del merengue.
Su compromiso con su comunidad fue más allá de la música: fue diputado por Villa Altagracia y destinó recursos para mejorar la vida de su gente, invirtiendo en clínicas, escuelas y proyectos de agua.
También fundó una organización en Nueva York para apoyar a la comunidad dominicana.
Durante el gobierno de Hipólito Mejía, se negó a cortarse el pelo hasta que arreglaran las calles de su pueblo, un acto simbólico de resistencia y compromiso social.
Sergio Vargas ha recibido múltiples premios y reconocimientos, incluyendo discos de oro y un Grammy Latino en 2021.

En 2024, fue ovacionado en el Festival de Orquestas del Carnaval de Barranquilla, donde recibió el prestigioso Congo de Oro.
Su legado es el de un hombre que, a pesar de la pobreza, la tragedia y las adversidades, nunca perdió la alegría ni la pasión por la música.
Su voz y su historia inspiran a generaciones enteras, recordándonos que la fama es efímera, pero la integridad y el compromiso dejan huella.
La historia de Sergio Vargas no es solo la de un cantante exitoso, sino la de un sobreviviente que ha enfrentado el hambre, la muerte, el dolor y la fama con valentía y humildad.
Su testimonio es una lección de vida, una inspiración para quienes luchan por superar sus circunstancias y un recordatorio de que, más allá del brillo del escenario, hay historias humanas llenas de lucha y esperanza.
¿Crees que la fama salvó a Sergio Vargas o lo destruyó? Su vida responde que, a pesar de todo, él sigue de pie, cantando con el alma y dejando una huella imborrable en la música y en el corazón de su gente.
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