A los 74 años, cuando muchos artistas optan por el silencio y la vida discreta, Ángela Carrasco ha decidido abrir una puerta que mantuvo cerrada durante medio siglo.

Con una serenidad que solo otorgan los años y con la claridad de quien ya no siente miedo ni necesidad de proteger nada, la cantante dominicana reveló lo que durante décadas fue uno de los rumores más insistentes y al mismo tiempo más imposibles de confirmar en la música hispana: su relación íntima, profunda y secreta con Camilo Sesto.
Lo que para el mundo parecía una complicidad artística, para ellos fue un vínculo emocional que, según Ángela, tuvo la fuerza y el compromiso de un verdadero matrimonio, aunque nunca pudiera hacerse público.
En su relato, Ángela vuelve a los años setenta, cuando aún era una joven que buscaba abrirse paso en un medio competitivo y despiadado.
Recuerda su primer encuentro con Camilo como un momento suspendido en el tiempo.
Él ya era una figura consagrada, envuelto en un aura de misterio y magnetismo que la impresionó desde el primer instante.
Habla de una conexión inmediata y silenciosa, algo que ninguno de los dos se atrevió a nombrar al principio, pero que se fue convirtiendo en el eje de sus vidas.
Camilo la acogió artísticamente, la guió y la apoyó con una generosidad que muchos interpretaron como simple colaboración profesional, aunque quienes los veían de cerca percibían una energía distinta, una corriente emocional que iba mucho más allá del escenario.
Ángela explica que la intimidad entre ellos surgió de manera natural, casi inevitable.
Camilo tenía la habilidad de leer sus emociones sin necesidad de palabras, de entender sus miedos y sus inseguridades en una época en que ella lidiaba con la presión de ser mujer, extranjera y joven en un mundo artístico dominado por exigencias implacables.
Para ella, Camilo representó refugio y equilibrio, pero también un torbellino emocional difícil de controlar.

Con el paso del tiempo comprendieron que un romance público habría desatado un escándalo mediático que pondría en riesgo no solo sus carreras, sino también la estabilidad emocional de ambos.
Vivían observados, sometidos a la mirada constante de la prensa y del público, incapaces de dar un paso sin que alguien intentara descifrar cada gesto o cada mirada compartida.
Por eso su relación tomó forma en la sombra.
Construyeron un mundo propio, hecho de encuentros secretos, viajes discretos, hoteles pequeños donde nadie los conocía, llamadas nocturnas y cartas que se convirtieron en el canal donde podían expresarse con libertad.
Ángela conserva algunas de esas cartas como si fueran fragmentos de un mundo paralelo que existió solo para ellos dos: notas escritas de madrugada, versos improvisados, palabras que mezclaban amor con resignación.
En uno de esos mensajes, Camilo le escribió que habría detenido el mundo solo para ser suyo sin explicaciones.
En otro, le recordó que el amor verdadero no necesitaba testigos.
Aunque estas palabras la conmovían profundamente, también la enfrentaban a la realidad: su historia estaba condenada a la clandestinidad.
El precio emocional de ese secreto fue alto.
Ella confiesa que hubo noches en que lloraba deseando gritar al mundo que lo amaba, pero comprendía que hacerlo significaría destruir todo lo que ambos habían construido profesionalmente.

Las presiones, los compromisos, la fama y el peso de las expectativas hicieron imposible que vivieran como una pareja convencional.
Soñaban con tener una vida sencilla, preparar café por la mañana, caminar sin ser vistos, discutir por cosas cotidianas, pero sabían que esos sueños eran imposibles en el mundo que los rodeaba.
A pesar de la intensidad del vínculo, nunca hubo una ruptura definitiva.
La relación se fue apagando con suavidad, como una luz que disminuye sin llegar a extinguirse.
Camilo siguió su camino, Ángela el suyo, pero entre ambos quedó un hilo invisible que los mantuvo unidos incluso en la distancia.
Años después, cuando la vida los llevó nuevamente a coincidir, ese hilo volvió a tensarse.
Ángela lo visitó en Madrid en un momento en el que su salud era frágil.
Aquel reencuentro, sincero y despojado de secretos, se convirtió en una despedida sin que ninguno lo dijera explícitamente.
Recordaron todo lo vivido, las noches de gira, los silencios, las cartas perdidas, los encuentros fugaces, y Camilo le pidió perdón por no haber podido darle la vida que ella merecía.
Él buscó en un cajón una caja de madera que contenía recuerdos que había guardado durante décadas: una carta de 1976, una servilleta con un verso improvisado, una fotografía en blanco y negro y un papel escrito con letra temblorosa donde confesaba que, aunque la vida no le permitió ser completamente suyo, en cada canción ella había sido su hogar.

Después de la muerte de Camilo en 2019, Ángela vivió un duelo silencioso.
Mientras el mundo lloraba al ídolo, ella lloraba al hombre que había amado en secreto.
Durante años guardó silencio, no por vergüenza, sino porque la herida seguía abierta.
Con el tiempo comprendió que la historia no podía quedar enterrada entre rumores o versiones distorsionadas.
A los 74 años decidió hablar porque ya no teme al juicio ajeno, porque siente que ya no debe proteger a nadie y porque, según ella, Camilo tampoco tendría miedo hoy.
Quiere que la verdad, con sus luces y sombras, tenga un lugar.
No busca escándalo ni protagonismo; busca memoria.
Quiere que se sepa que detrás de las canciones, detrás de la complicidad artística, detrás de los escenarios brillantes, hubo un amor real, profundo, complejo e inmenso, tan intenso como imposible, y que ese amor marcó la vida de ambos para siempre.