La historia de Chico Che está rodeada de música, carisma popular y también de episodios que con el paso del tiempo se han vuelto casi legendarios.
Francisco José Mandujano, su nombre real, no fue solo un cantante tropical exitoso, sino un personaje irrepetible que rompió esquemas en una industria acostumbrada a imponer reglas de imagen, comportamiento y apariencia.
Su vida y su muerte siguen despertando curiosidad, debates y teorías, porque Chico Che nunca fue un artista común: fue un reflejo del pueblo, con todo y sus contradicciones.
Desde sus inicios, Chico Che dejó claro que no estaba dispuesto a encajar en moldes ajenos.
En una época en la que la televisión mexicana, particularmente Televisa, exigía elegancia, trajes caros y una imagen pulida para aparecer en sus programas estelares, él decidió presentarse tal cual era, con su inseparable overall.
Aquella prenda, asociada al trabajo manual y a la clase obrera, se convirtió en su sello personal y también en un motivo de rechazo inicial.
Productores y ejecutivos dudaron de permitirle salir al aire vestido “como obrero”, con el cabello largo y una imagen que rompía por completo con lo que se esperaba de un artista de televisión.
Sin embargo, el público lo adoraba, y esa conexión genuina terminó imponiéndose sobre los prejuicios.
El caso de Chico Che no fue aislado.
Otros artistas, como Ana Gabriel, también vivieron el desprecio por no cumplir con los estándares de vestimenta impuestos en esa época.
La diferencia es que Chico Che convirtió ese rechazo en identidad.
Defendía su overall como su “traje de batalla”, una forma de decirle al mundo que no necesitaba disfraces para conectar con la gente.
Con el tiempo, aquello que parecía motivo de burla se volvió icónico, y él pasó a ser conocido como “el hombre del overall”, una imagen imposible de separar de su música y su personalidad.
Pero más allá de su imagen, la vida de Chico Che estuvo marcada por la sencillez.
Quienes lo conocieron coinciden en que era un hombre humilde, cercano, sin aires de grandeza.
A pesar de llenar bailes y ser la figura principal de grandes eventos, prefería cruzar la calle para comer tacos en un puesto popular antes que sentarse en un restaurante lujoso.
Saludaba a la gente, firmaba autógrafos y convivía con sus seguidores como si fueran viejos amigos.
Esa actitud, lejos de ser una pose, parecía parte esencial de su forma de ver la vida y del respeto que sentía por el público que lo había llevado al éxito.
Sin embargo, la historia de Chico Che también tiene un lado oscuro y doloroso, especialmente cuando se habla de su muerte.
El 29 de marzo de 1989, el mundo de la música popular mexicana se sacudió con la noticia de su fallecimiento repentino.
Tenía apenas 42 años y se encontraba en uno de los momentos más altos de su carrera.
Las versiones sobre la causa de su muerte comenzaron a circular de inmediato.
Algunos afirmaban que había sido un infarto, otros hablaban de un paro cardíaco, incluso hubo quienes relacionaron su fallecimiento con el hábito de fumar, alimentando rumores y especulaciones.

Fue su propia familia la que aclaró que la causa real había sido un derrame cerebral, un accidente cerebrovascular que lo sorprendió en su casa, en la Ciudad de México.
Según los testimonios, Chico Che se había estado quejando de fuertes dolores de cabeza días antes y pensaba acudir al médico.
Lamentablemente, no hubo tiempo.
Fue su hermana, quien había sido como una madre para él desde la infancia, la persona que lo encontró sin vida, tirado en el piso entre la cama y la puerta.
Un golpe devastador para la familia y para todos los que lo admiraban.
La muerte de Chico Che fue un impacto colectivo.
Su cuerpo fue trasladado a Tabasco, la tierra que él siempre consideró suya, aunque hubiera nacido en la Ciudad de México.
Tabasco lo despidió como a un hijo predilecto.
Multitudes acudieron al velorio, hubo escenas de llanto, desmayos y un silencio pesado que se sentía en el ambiente.
No era solo la despedida de un cantante, era la pérdida de un símbolo cultural, de una voz que había acompañado fiestas, bailes y momentos cotidianos de varias generaciones.
Con el tiempo, también surgieron teorías más extravagantes.
Algunos llegaron a decir que su gusto por fumar cannabis pudo haber influido en su muerte, aunque nunca existieron pruebas que confirmaran estas versiones.
Como suele ocurrir con los ídolos que mueren jóvenes, el misterio alimentó el mito.
Lo cierto es que Chico Che se fue demasiado pronto, dejando la sensación de que aún tenía mucho por dar musicalmente.
Otro capítulo muy comentado de su vida fue la supuesta rivalidad con Rigo Tovar.
Durante años se habló de enfrentamientos, celos y competencia entre ambos, sobre todo en los famosos “mano a mano” que llenaban bailes y atraían multitudes.
Sin embargo, con el paso del tiempo, muchos testimonios coincidieron en que esa rivalidad era más un espectáculo que una enemistad real.
Ambos artistas se respetaban, bromeaban entre sí y entendían que ese juego de comparaciones beneficiaba al público y a la industria.
Las diferencias musicales existían, pero no necesariamente un odio personal.
Chico Che también fue protagonista de entrevistas polémicas, como aquella con Patti Chapoy, que con los ojos actuales muchos consideran incómoda e invasiva.
En ese entonces, el estilo directo y mordaz era común en la televisión, pero no todos lo tomaban con agrado.
Aun así, Chico Che respondió con humor, picardía y sin perder la sonrisa, demostrando una vez más que sabía manejar la presión mediática sin perder su esencia.

Su legado, paradójicamente, creció después de su muerte.
Muchos comenzaron a redescubrir que su música no era solo cumbia y ritmo para bailar, sino que también tenía mensaje, crítica social y reflexiones sobre la vida.
Canciones que parecían simples escondían ideas profundas, envueltas en alegría y sabor popular.
Grabó 42 discos con su grupo La Crisis, participó en varias películas y dejó una huella imborrable en la cultura popular mexicana.
Chico Che fue un artista auténtico, que no se fabricó en un laboratorio de marketing.
Su overall no era un disfraz, era una declaración.
Su sencillez no era estrategia, era convicción.
Murió joven, sí, pero vivió intensamente y a su manera.
Hoy, su música sigue sonando, su imagen sigue siendo reconocible y su historia continúa generando conversación.
Porque cuando un artista nace del pueblo y vive para el pueblo, su recuerdo no se apaga con la muerte: se convierte en leyenda.