La madrugada del 26 de junio de 2020, la Ciudad de México fue testigo de uno de los ataques más impactantes contra un alto funcionario en su historia reciente.
El entonces secretario de Seguridad Ciudadana, Omar García Harfuch, fue víctima de un atentado meticulosamente planeado por el Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG), una de las organizaciones criminales más poderosas del país.
Aquella mañana, la tranquilidad de las exclusivas calles de Lomas de Chapultepec se transformó en un escenario de guerra urbana.
Eran las 6:35 de la mañana cuando la camioneta Suburban blindada en la que viajaba García Harfuch se dirigía hacia la jefatura de Gobierno para su habitual reunión de gabinete.
Todo parecía una rutina más, hasta que, en cuestión de segundos, la realidad cambió de manera abrupta.
Un camión de carga se atravesó en su camino, bloqueando el paso justo en una zona donde el vehículo debía reducir la velocidad.
Al mismo tiempo, otro coche cerró la ruta por detrás.
La emboscada había comenzado.
De inmediato, una lluvia de fuego estremeció el aire.
En menos de tres minutos, más de 400 proyectiles impactaron contra la Suburban.
Los atacantes estaban armados con fusiles de asalto, granadas y rifles Barret calibre .
50, capaces de perforar blindajes de alto nivel.
Pese a la ferocidad del ataque, el vehículo resistió lo suficiente para evitar una tragedia mayor.
Dentro del vehículo, García Harfuch fue alcanzado por tres balas: una en el brazo, otra en la pierna y una más en el hombro.
Herido pero consciente, logró refugiarse en la parte trasera de la camioneta mientras intentaba responder el ataque con su arma de fuego.
A su lado, dos de sus escoltas fueron abatidos: Rafaelo Ocampo Alegría, jefe de ayudantía y amigo personal del secretario, y Edgar González Ortiz, subinspector de la Policía de Investigación.
Ambos murieron en el cumplimiento del deber.
En medio del caos, una mujer civil, Gabriela Gómez, que simplemente transitaba por la zona, también perdió la vida a causa de una bala perdida.
El atentado no solo buscaba eliminar a un funcionario, sino enviar un mensaje claro: el crimen organizado tenía la capacidad de atacar incluso en las zonas más vigiladas de la capital mexicana.
Afortunadamente, la emboscada ocurrió en un área con alta presencia de cámaras y patrullas.
En menos de 45 segundos, las primeras unidades de la policía capitalina llegaron al lugar, iniciando un enfrentamiento con los sicarios.
Al ver frustrado su ataque, los criminales emprendieron la huida.
Algunos escaparon a pie, otros en vehículos y unos cuantos intentaron mezclarse entre pasajeros del transporte público.
La respuesta policial fue contundente.
Dos atacantes fueron detenidos en el perímetro inmediato y, en cuestión de horas, las autoridades rastrearon la bodega en Gustavo A.
Madero, que había servido como centro logístico del comando armado.
Desde allí, se habían distribuido las armas y coordinado los movimientos del grupo criminal.
Esa misma jornada, 19 personas fueron arrestadas, entre ellas José Antonio Briseño, alias “El Vaca”, identificado como jefe de sicarios del CJNG en la zona de Tonalá, Jalisco, y señalado como principal coordinador del atentado.
Con el tiempo, el número de detenidos aumentó a 25, todos vinculados directamente al ataque.
Las investigaciones revelaron que el plan había comenzado semanas antes.
La célula del CJNG movilizó a hombres desde distintos estados del país —Jalisco, Guerrero, Michoacán, Oaxaca y Chihuahua— con el objetivo de asesinar a García Harfuch.
Cada participante recibiría entre 100,000 y 200,000 pesos por su intervención.
El grupo criminal alquiló una bodega en la alcaldía Gustavo A.
Madero, donde almacenaron un arsenal de guerra: cinco rifles Barrett calibre .
50, más de treinta fusiles de asalto, un lanzagranadas, siete granadas, casi tres mil cartuchos y decenas de chalecos antibalas.
Desde ese punto, un automóvil Jetta gris se encargó de seguir los movimientos del secretario, estudiando su rutina diaria para determinar el momento perfecto del ataque.
El punto elegido fue estratégico: la calle Monte Blanco, en Lomas de Chapultepec, una vía angosta y residencial donde el vehículo debía reducir la velocidad.
Allí, los sicarios prepararon una trampa mortal.
Uno de los camiones incluso llevaba logotipos falsos del Grupo Carso para pasar desapercibido.
El plan era sencillo y letal: bloquear, disparar, incendiar el vehículo con cócteles molotov y rematar a los ocupantes.
Tras repeler el ataque, los agentes lograron sacar a García Harfuch de la camioneta destrozada y lo trasladaron en ambulancia.
A pesar de las heridas, el secretario mantuvo la calma y coordinó, desde el vehículo de emergencia, la respuesta policial.
Su serenidad en medio del caos se volvió símbolo de profesionalismo y resistencia.
Los operativos posteriores permitieron desmantelar la red criminal que ejecutó el atentado.
En julio de 2024, un tribunal dictó sentencia: 316 años y 8 meses de prisión para cada uno de los implicados directos, acusados de homicidio calificado, tentativa de homicidio y portación de armas de uso exclusivo del Ejército.
Sin embargo, las investigaciones también revelaron fallas dentro del propio esquema de seguridad de García Harfuch.
El funcionario había sido advertido de posibles amenazas en su contra, pero ese día contaba con un dispositivo de protección reducido, compuesto solo por la camioneta blindada y un coche escolta.

El ataque dejó claro que el Cártel Jalisco Nueva Generación no tenía límites en su capacidad operativa.
Su objetivo no era solo eliminar a un funcionario incómodo, sino demostrar su poder y desafiar directamente al Estado.
La magnitud del arsenal empleado, la logística y la coordinación evidenciaron un nivel de planificación comparable al de una operación militar.
Los presuntos autores intelectuales, identificados como Carlos Andrés Rivera Varela, alias “La Firma”, y Francisco Javier Gudiño Aro, “La Gallina” o “Plumas”, continúan prófugos.
Las autoridades sospechan que recibieron apoyo de mandos superiores del CJNG, e incluso se especula con la participación indirecta del propio líder, Nemesio Oseguera Cervantes, “El Mencho”, aunque esto nunca fue comprobado.
El atentado marcó un punto de inflexión en la estrategia de seguridad del país.
A raíz de lo ocurrido, se reforzaron los protocolos de protección a funcionarios, se implementaron nuevas rutas de vigilancia y se estrechó la colaboración entre los gobiernos federal y capitalino.

Omar García Harfuch, lejos de retirarse, continuó su carrera en ascenso.
En 2023 asumió como titular de la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana a nivel nacional, desde donde ha impulsado políticas más agresivas contra el crimen organizado.
Su sobrevivencia y liderazgo lo han convertido en una figura clave dentro del panorama político mexicano, con algunos analistas viéndolo incluso como posible futuro candidato presidencial.
El atentado del 26 de junio de 2020 no solo fue un intento de asesinato contra un funcionario público, sino una advertencia brutal del poder del narcotráfico en México.
Aquel día, las balas no lograron silenciar a García Harfuch, pero sí obligaron al país a mirar de frente una verdad incómoda: la guerra contra el crimen organizado no distingue rangos, ni lugares, ni horarios.
Cinco años después, la figura de Omar García Harfuch simboliza resistencia, estrategia y compromiso.
La emboscada que pudo costarle la vida se transformó en una lección para todo un país sobre la fragilidad del poder frente a la violencia, y sobre la necesidad urgente de recuperar la paz en una nación herida por el miedo y la impunidad.