Durante décadas, el nombre de Amparo Rivelles ha sido sinónimo de elegancia, talento y una trayectoria artística que atravesó fronteras con la misma naturalidad con la que dominó escenarios y foros de grabación.

Su imagen pública quedó asociada al profesionalismo absoluto, a una disciplina férrea y a una presencia que imponía respeto tanto en México como en España.
Sin embargo, como ocurre con muchas figuras de enorme peso simbólico, alrededor de su figura comenzó a formarse, con el paso del tiempo, una zona de sombras alimentada por rumores, testimonios indirectos y relatos nunca verificados que el medio prefirió no tocar.
Fue a finales de los años setenta cuando comenzaron a circular versiones sobre una antigua residencia ubicada al sur de la Ciudad de México, donde Rivelles habría vivido durante una etapa discreta de su vida profesional.
La casa, construida en la década de 1920, era descrita como elegante y sobria desde el exterior, pero varios de quienes aseguraron haber trabajado allí coincidieron en que el interior transmitía una sensación inquietante difícil de explicar con palabras.
No se hablaba de hechos concretos, sino de una atmósfera pesada, de silencios prolongados y de normas estrictas que no admitían preguntas.
Según estos relatos, uno de los puntos más delicados de la vivienda era un sótano al que nadie, salvo la propia actriz, tenía permitido acceder.
La prohibición era tajante y no se justificaba bajo ningún argumento práctico.
Aquella zona, cerrada por una puerta metálica, se convirtió con el tiempo en el centro de una narrativa oral que fue creciendo a base de susurros, miedos y suposiciones.
Los empleados, siempre de acuerdo con versiones posteriores, evitaban quedarse en la casa durante la noche y procuraban terminar sus labores antes del anochecer.

Las historias hablan de ruidos inexplicables que comenzaban entrada la madrugada: golpes sordos, arrastres y, en ocasiones, lo que algunos aseguraron eran lamentos humanos.
Ninguna de estas versiones fue documentada oficialmente ni denunciada ante autoridades, y siempre aparecieron años después, contadas por terceros o recogidas en entrevistas informales sin registro verificable.
No obstante, el relato persistió, alimentado por el silencio absoluto de la actriz y por la ausencia de desmentidos formales.
Uno de los testimonios más citados dentro de esta leyenda corresponde a una mujer que habría trabajado como cocinera en la residencia.
Según su versión, difundida de manera fragmentaria con el paso de los años, habría percibido olores extraños provenientes del sótano y comportamientos inusuales en los animales de la casa.
La historia alcanza su punto más extremo cuando se menciona un supuesto encargo culinario que habría provocado su huida inmediata del lugar.
Este episodio, como todos los demás, carece de pruebas materiales y nunca fue respaldado por documentos, denuncias o procesos judiciales.
Con el tiempo, la narrativa fue sumando elementos cada vez más oscuros.
Se habló de rituales, de vínculos con sectas religiosas y de una supuesta pariente mantenida en secreto.

Ninguna de estas hipótesis pudo ser confirmada.
De hecho, cuando la propiedad fue vendida años después, tras el regreso definitivo de Rivelles a España, se mencionó un hallazgo durante una remodelación que habría sido archivado con rapidez.
Tampoco existe constancia pública de ese expediente ni registros oficiales accesibles que respalden tal afirmación.
Años más tarde, tras la muerte de la actriz en 2013, algunos periodistas culturales retomaron estas historias como parte del folclore oscuro que suele rodear a las grandes figuras del cine clásico.
Una enfermera que habría trabajado con ella en sus últimos años mencionó episodios de insomnio, rezos constantes y un temor persistente a espacios cerrados.
Estos testimonios, nuevamente, se difundieron sin respaldo documental y fueron interpretados más como señales del deterioro natural de la vejez que como confirmación de algún secreto oculto.
Lo cierto es que el llamado “sótano de Amparo Rivelles” nunca existió como hecho comprobado, sino como una construcción narrativa alimentada por el misterio, el respeto casi reverencial que imponía la actriz y la tendencia de la industria a proteger la imagen de sus grandes figuras.
En una época en la que el escándalo podía destruir carreras enteras, el silencio era una herramienta habitual, tanto para ocultar verdades incómodas como para evitar que los rumores adquirieran categoría de verdad.

Este tipo de relatos dicen tanto del personaje como del contexto que los produce.
Revelan una industria que funcionaba a base de jerarquías rígidas, donde los empleados rara vez cuestionaban y donde las figuras consagradas quedaban envueltas en un aura de intocabilidad.
También muestran cómo el miedo, la imaginación y el paso del tiempo pueden transformar anécdotas vagas en leyendas perturbadoras.
A día de hoy, no existe evidencia que permita afirmar que Amparo Rivelles ocultara crímenes, rituales o secretos inconfesables.
Su legado artístico permanece intacto y su aportación al cine y la televisión sigue siendo objeto de estudio y reconocimiento.
El sótano, más que un lugar físico, parece haber sido un símbolo construido por el imaginario colectivo, una metáfora del precio de la fama y de los silencios que acompañaron a toda una generación de estrellas.
Así, entre documentos inexistentes, testimonios contradictorios y una fascinación permanente por el lado oscuro de las celebridades, esta historia quedó suspendida en un territorio ambiguo.
No como verdad histórica, sino como advertencia sobre lo fácil que resulta convertir el misterio en certeza cuando el silencio ocupa el lugar de los hechos.