Los Polivoces, el icónico dúo cómico formado por Eduardo Manzano y Enrique Cuenca, marcaron una época dorada en la comedia mexicana.
Sus personajes, como Gordolfo Gelatino y Doña Laborita, se convirtieron en parte de la cultura popular, haciendo reír a generaciones enteras con sus sketches y ocurrencias.
Sin embargo, detrás de las carcajadas y el éxito, se escondía una historia de conflictos, tensiones y un final mucho más triste de lo que el público imaginaba.
La historia de Los Polivoces comienza en un concurso llamado “La Hora del Imitador”, donde Eduardo Manzano y Enrique Cuenca empataron en la primera posición.
Este empate fue el destino que los unió para formar un dúo que rápidamente conquistó al público con su talento y carisma.
Mientras Cuenca aportaba la creatividad y una gran cantidad de personajes, Manzano se encargaba de la disciplina, la organización y la parte administrativa, creando un equilibrio perfecto que los llevó a la fama.
Durante los años 70, Los Polivoces se convirtieron en una institución de la comedia mexicana.
Sus personajes como los hermanos Lelo, Acelerino, Don Teofilito, Chano y Chon, y especialmente Gordolfo Gelatino con su famosa frase “Ay mamá, ya”, quedaron grabados en la memoria colectiva del país.
Su programa de televisión era un éxito rotundo, y sus sketches se repetían en hogares, salas de cine y programas de televisión.
Sin embargo, mientras el público disfrutaba de las risas, en privado la relación entre Manzano y Cuenca empezó a deteriorarse.
Según rumores y testimonios cercanos, la tensión surgió por el protagonismo y, especialmente, por el manejo del dinero.
Enrique Cuenca, el creativo explosivo, comenzó a recibir halagos y presiones que inflaron su ego, mientras que Eduardo Manzano, el organizador estricto, se sentía cada vez más desplazado y menos valorado.
La situación se agravó con la influencia de terceros que alimentaban el conflicto, y también por la mala relación entre las esposas de ambos, quienes, según se dice, tenían enfrentamientos que contaminaban el ambiente laboral.
Estos conflictos personales hicieron que la química que los había unido se resquebrajara, y que el trabajo conjunto se volviera tenso y difícil.
El punto de quiebre llegó cuando Manzano propuso cambiar la división económica del dúo, solicitando un 65% para él y un 35% para Cuenca.
Esta propuesta fue recibida con un rotundo rechazo por parte de Cuenca, quien se consideraba el motor creativo y el alma del espectáculo.
La negativa de Cuenca a aceptar esta nueva distribución provocó la ruptura definitiva del dúo, que hasta ese momento había trabajado juntos durante más de veinte años.
No hubo golpes ni escándalos públicos, pero el silencio y la distancia marcaron el final de una era.
El público, ajeno a los detalles, simplemente vio cómo el dúo se disolvía sin explicaciones formales, dejando un vacío y muchas preguntas sin respuesta.
Tras la separación, Eduardo Manzano continuó su carrera con éxito, diversificándose en teatro, cine y televisión, ganándose el cariño del público como un actor versátil y respetado.
Por su parte, Enrique Cuenca tuvo una carrera menos destacada, con apariciones esporádicas en televisión y radio, pero nunca alcanzó la misma fama ni impacto que con Los Polivoces.
Intentos de reencuentro en los años 80 y un evento publicitario en el 2000 solo sirvieron para confirmar que la magia del dúo ya no existía, y que la relación entre ambos estaba marcada por heridas difíciles de sanar.
A pesar de los conflictos, el legado de Los Polivoces permanece intacto en la cultura mexicana.
Sus personajes y frases siguen siendo recordados con cariño y nostalgia, y su humor ha influido en generaciones de comediantes y espectadores.
La reciente muerte de Eduardo Manzano a los 87 años ha reavivado el interés por la historia del dúo y ha llevado a muchos a reflexionar sobre la complejidad detrás del éxito y la fama.
La historia de Los Polivoces es un claro ejemplo de cómo el éxito artístico no siempre va acompañado de armonía personal.
La combinación de egos, dinero, presiones externas y conflictos familiares puede desgastar incluso las relaciones más sólidas.
Sin embargo, también es un testimonio del poder del talento y la creatividad para dejar una huella imborrable en la cultura popular.
Aunque el final fue triste y marcado por la separación, la risa que nos regalaron sigue viva, recordándonos que detrás de cada sonrisa puede haber una historia compleja y humana.
