Alejandro Landero, conocido por su papel como Rigo Camacho en la icónica telenovela **Rosa Salvaje** de los años 80, ha vuelto a ser noticia, pero no por un nuevo proyecto artístico, sino por su situación actual, que ha conmocionado a México y al mundo del espectáculo.
Este galán ochentero, cuyo rostro fue familiar para millones, hoy vive en las calles de la colonia Roma Condesa, acompañado únicamente de sus mascotas, una perrita blanca y tres gatos.
La historia de Landero es un reflejo cruel y poético del destino de muchos actores que, tras brillar en televisión, terminan olvidados y en la precariedad.
En la década de los 80, Televisa dominaba la televisión mexicana con sus telenovelas, que no solo dictaban la moda y el habla, sino también la cultura popular.
Alejandro Landero formaba parte de esa generación dorada de actores jóvenes que llenaban las pantallas con nuevos rostros.
Su papel como Rigo Camacho, el chófer noble y leal de Verónica Castro en **Rosa Salvaje**, lo convirtió en un personaje querido por el público.
Su sonrisa tranquila y su actitud humilde le ganaron el cariño de los televidentes, quienes lo veían como el símbolo de la nobleza y la bondad en medio de los dramas de la novela.
Sin embargo, el brillo duró poco. Tras el éxito de **Rosa Salvaje**, la carrera de Landero comenzó a desvanecerse.
Participó en algunas producciones menores, pero poco a poco su rostro fue desapareciendo de la pantalla.
La televisión cambiaba, y los nuevos moldes para galanes exigían características diferentes: más jóvenes, más altos, más plásticos.
Landero, con su carácter discreto y su manera de ser, no encajaba en ese molde.
En los círculos de la farándula comenzaron a circular rumores sobre un posible veto por parte de Valentín Pimstein, el poderoso productor de la época.
Se dice que Landero habría improvisado en una escena o incluso que se atrevió a hacer una observación directa a Pimstein, lo que pudo haberle cerrado las puertas en Televisa.
Sea cual sea la verdad, lo cierto es que su carrera se detuvo abruptamente sin explicaciones públicas ni escándalos mediáticos.

Alejandro intentó regresar al medio artístico, presentándose en castings y buscando oportunidades, pero la respuesta era siempre la misma: “Te llamamos luego”, un eufemismo para un rechazo definitivo.
Mientras sus compañeros seguían en pantalla, él quedó atrapado en el recuerdo de un solo personaje.
En 2025, un video viral mostró a Alejandro Landero sentado en una banca en la colonia Roma, rodeado de sus tres gatos y una perrita blanca.
La imagen causó conmoción y dividió opiniones. Algunos lo vieron como un héroe por su lealtad a sus animales, mientras otros pensaron que había perdido el rumbo.
Landero explicó que no vive en la calle por pobreza, sino porque no quería abandonar a sus mascotas, ya que varios albergues no aceptan animales.
Además, reveló que tuvo problemas legales con el departamento donde vivía y que su abogado le recomendó salir mientras se resolvía la situación.
Su decisión de quedarse en la calle con sus animales fue una muestra de dignidad y cariño hacia ellos, una familia que no lo ha abandonado cuando el mundo sí lo hizo.
En entrevistas recientes, Landero confesó que desde joven vivió con autismo, aunque no tenía el diagnóstico en ese entonces.
Explicó que su sensibilidad a los ruidos, cambios de rutina y presión en el ambiente televisivo lo hicieron blanco de malentendidos.
Muchas veces fue percibido como distraído o poco comprometido, cuando en realidad necesitaba trabajar a su propio ritmo.

Esta condición, sumada a la falta de comprensión del medio, contribuyó a que fuera excluido.
Landero destacó que personas con condiciones similares enfrentan un rechazo silencioso que no siempre es visible, pero que cierra puertas y afecta tanto la vida profesional como personal.
La prensa digital y las redes sociales explotaron la noticia, mezclando compasión, críticas y memes.
Algunos medios publicaron titulares sensacionalistas que presentaban a Landero como un indigente olvidado, mientras él intentaba aclarar que no era así.
Denunció que periodistas lo grabaron sin su consentimiento y editaron sus palabras para crear una imagen dramática que no correspondía con la realidad.
La historia se volvió viral, y aunque Landero recibió apoyo de algunos actores y fans, también enfrentó críticas y acusaciones de buscar atención.
La fama reciclada en redes sociales se convirtió en un arma de doble filo: lo puso en el centro de la atención, pero también lo expuso a la burla y al morbo.
A pesar de las dificultades, Alejandro Landero mantiene la esperanza. Planea mudarse a Puerto Vallarta, donde tiene conocidos que le ofrecen un lugar para vivir.
Su objetivo es comenzar de nuevo, con calma y enfoque, dedicándose a la concienciación y manteniendo a sus animales a su lado.
Su historia se ha convertido en un símbolo de resistencia y autenticidad, un reflejo de la realidad de muchos actores que, tras la fama, quedan olvidados y marginados.
Landero no busca lástima, sino comprensión y una oportunidad para reconstruir su vida.
El caso de Alejandro Landero pone en evidencia las duras realidades del mundo del espectáculo y la televisión mexicana.
La fama es efímera y, a menudo, cruel. Los actores sin padrinos o sin la capacidad de adaptarse a los nuevos moldes son fácilmente descartados.
Además, la falta de apoyo para quienes tienen condiciones especiales como el autismo revela un sistema poco inclusivo.
En un país donde el morbo vende y el escándalo es moneda corriente, la historia de Landero invita a reflexionar sobre cómo tratamos a quienes alguna vez nos hicieron soñar desde la pantalla.
Su dignidad al aferrarse a sus animales y su serenidad ante la adversidad son un llamado a la empatía y al respeto.
Alejandro Landero, el galán silencioso de **Rosa Salvaje**, es hoy un símbolo de la fragilidad de la fama y la fuerza del espíritu humano.
Su vida, marcada por el éxito y el olvido, por la lucha y la dignidad, nos recuerda que detrás de cada rostro en la televisión hay una historia compleja y muchas veces invisible.
Mientras el mundo sigue consumiendo historias de ascensos y caídas, Landero sigue ahí, con sus gatos y su perrita, resistiendo, esperando una nueva oportunidad para brillar, no bajo los reflectores, sino en la vida real.
Su historia aún no termina, y quizás sea el momento de escucharla con atención y aprender de ella.
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