Estaba comprometido con otra mujer y no quería al bebé: El Caso Ariana Jiménez

La desaparición y posterior asesinato de Ariana Valentina Jiménez Andrade se convirtió en uno de los casos más dolorosos y conmocionantes de Ecuador en los últimos años.

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Su historia no solo habla de una joven llena de sueños que fue brutalmente silenciada, sino también de una cadena de omisiones, engaños y violencia que terminaron por arrebatarle la vida a ella y a su hijo no nacido.

El caso expuso con crudeza la vulnerabilidad de muchas mujeres jóvenes, especialmente cuando el embarazo se convierte en un detonante de rechazo, miedo y decisiones criminales.

 

Ariana tenía 24 años y era originaria de la provincia de Manabí.

Nació el 20 de enero del año 2000 y creció en la ciudad de Portoviejo, donde era conocida por su carácter dulce, su empatía y su profunda sensibilidad.

Su familia y amigos la describían como una joven incapaz de pensar mal de los demás, siempre dispuesta a comprender y a justificar las acciones ajenas desde el amor.

Esa forma de ver el mundo marcó su vida, pero también, trágicamente, la colocó en una posición de extrema vulnerabilidad.

 

Estudiaba Administración de Empresas en la Universidad Técnica de Manabí y estaba a punto de graduarse.

Había presentado su tesis y se preparaba para la sustentación final, un logro que representaba años de esfuerzo y sacrificio.

Paralelamente, trabajaba como cajera y mantenía una relación sentimental con un compañero de trabajo, Óscar Joel Espinoza, con quien llevaba más de un año.

Nadie en su entorno sospechaba que esa relación escondía mentiras profundas y un conflicto que terminaría en tragedia.

Ariana Valentina Jimenez Andrade (valentinajimenezandrade) - Profile |  Pinterest

En mayo de 2024, Ariana comenzó a sentirse mal.

Náuseas, debilidad y malestar constante la llevaron a hacerse una prueba de embarazo.

El resultado fue positivo: tenía dos meses de gestación.

A pesar de las dificultades físicas y emocionales, Ariana recibió la noticia con ilusión.

Soñaba con ser madre y estaba dispuesta a enfrentar cualquier obstáculo para proteger a su bebé.

Su embarazo, sin embargo, fue complicado desde el inicio.

Perdió su empleo debido a su estado de salud y tuvo que extremar cuidados, siguiendo estrictamente las indicaciones médicas.

 

Mientras Ariana se preparaba para una nueva etapa de su vida, la reacción de Óscar fue completamente opuesta.

Él no quería ser padre.

Le pidió insistentemente que interrumpiera el embarazo y, ante la negativa de Ariana, la relación se rompió.

Ella decidió alejarse, guardar silencio y no contarle a su familia la presión que estaba recibiendo.

Fiel a su carácter, enfrentó la situación sola, sin imaginar hasta dónde podía llegar la desesperación de su expareja.

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Con el paso de los días, Óscar comenzó a insistir en verla nuevamente.

Llamadas, mensajes y súplicas se acumularon hasta que Ariana aceptó encontrarse con él en un lugar público, buscando cerrar definitivamente ese capítulo.

El 14 de junio de 2024, Ariana salió de su casa con la excusa de acudir a la universidad y luego reunirse con Óscar en el Parque Los Jazmines, un sitio que él mismo eligió.

Vestía ropa cómoda, sandalias acolchadas y una blusa blanca, priorizando el bienestar de su embarazo. Nunca regresó.

 

Al caer la noche, su madre, Jessica Andrade, comenzó a preocuparse.

Ariana siempre avisaba dónde estaba y compartía su ubicación por seguridad, algo común en una provincia golpeada por la inseguridad.

Las llamadas no entraban, los mensajes no llegaban.

La angustia se apoderó de la familia.

Cuando Jessica contactó a Óscar, él aseguró con tranquilidad que sí se habían visto, pero que Ariana se había ido en un taxi.

Esa versión despertó sospechas inmediatas: Ariana jamás tomaba taxis desconocidos.

 

La denuncia por desaparición se presentó de inmediato, pero la respuesta de las autoridades fue lenta y deficiente.

A pesar de que Óscar fue la última persona que la vio, su testimonio no fue cuestionado con la rigurosidad necesaria.

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Incluso cuando familiares notaron rasguños visibles en su cuello y manos, no se documentaron adecuadamente.

Mientras tanto, la familia de Ariana inició una búsqueda desesperada por su cuenta, pegando afiches y recurriendo a medios locales para visibilizar el caso.

 

Durante cuatro meses no hubo respuestas.

La incertidumbre se transformó en desesperación y luego en un dolor insoportable.

El 3 de octubre de 2024, el hallazgo de restos humanos en una zona rural de Portoviejo cambió todo.

La ropa, una pulsera y otros objetos personales coincidían con los que Ariana llevaba el día de su desaparición.

Finalmente, el 14 de noviembre de 2024, se confirmó oficialmente que los restos pertenecían a Ariana Jiménez.

 

La investigación avanzó entonces con mayor contundencia.

Peritajes telefónicos, mensajes recuperados y testimonios revelaron una verdad inquietante: Óscar no solo rechazaba el embarazo, sino que mantenía una relación paralela con otra mujer, con quien incluso estaba comprometido.

El embarazo de Ariana amenazaba con destruir esa doble vida.

Para él, el silencio parecía la única solución.

 

El 25 de abril de 2025, Óscar Joel Espinoza fue llamado a juicio por su presunta responsabilidad en la desaparición y muerte de Ariana.

La Fiscalía presentó más de 50 pruebas que apuntaban a una acción premeditada.

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Finalmente, el 9 de septiembre de 2025, un tribunal lo declaró culpable y lo condenó a 22 años de prisión.

La sentencia, aunque representó un avance, dejó un sabor amargo en la familia de la víctima, que consideró la pena insuficiente para la magnitud del crimen.

 

Hoy, Ariana Jiménez se ha convertido en un símbolo del dolor que deja la violencia de género y de las vidas truncadas por decisiones cobardes.

Su historia recuerda que detrás de cada cifra hay un rostro, una familia destrozada y un futuro que nunca llegará.

Ariana no solo fue asesinada; fue traicionada por alguien en quien confió y por un sistema que no actuó a tiempo.

Su memoria exige justicia, conciencia y un compromiso real para que ninguna mujer más tenga que desaparecer por querer vivir y amar sin miedo.

 

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