Carlos Salinas de Gortari, una de las figuras más polémicas de la política mexicana, dejó una huella imborrable en la historia del país.
Su gobierno, que abarcó de 1988 a 1994, estuvo marcado por profundas transformaciones económicas, escándalos políticos y tragedias que aún resuenan en la memoria colectiva.
A sus 77 años, los secretos más oscuros de su gestión siguen saliendo a la luz, mientras su legado es objeto de intensos debates.
Este es un recorrido por la vida, el poder y la caída de un hombre que moldeó el destino de México, pero también lo sumió en una de sus peores crisis.
Carlos Salinas de Gortari nació el 3 de abril de 1948 en la Ciudad de México, en el seno de una familia con profundas raíces políticas.
Su padre, Raúl Salinas Lozano, fue senador y ministro en gobiernos del Partido Revolucionario Institucional (PRI), lo que influyó en la formación de Carlos desde muy joven.
Creció rodeado de discusiones sobre economía y poder, en un ambiente donde las conexiones políticas eran tan importantes como el talento.
Su inteligencia y ambición lo llevaron a destacar en los estudios.
En 1969, se graduó en economía por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y, posteriormente, obtuvo un máster en administración pública y un doctorado en economía política en la Universidad de Harvard.
Con esta preparación académica, regresó a México en los años 70 para iniciar una carrera en el servicio público.
En la década de 1980, Salinas comenzó a ascender rápidamente dentro del PRI, un partido que valoraba a los tecnócratas jóvenes con formación académica moderna.
En 1982, bajo la presidencia de Miguel de la Madrid, fue nombrado secretario de Programación y Presupuesto, un puesto clave en la gestión de las finanzas del país.
Durante este periodo, se consolidó como una figura prometedora dentro del partido, aunque sus políticas ya comenzaban a generar controversia.
En 1987, fue designado candidato presidencial del PRI mediante el “dedazo”, una práctica en la que el presidente saliente elegía a su sucesor.
Sin embargo, las elecciones de 1988 marcaron un punto de inflexión en la política mexicana.
Por primera vez, el PRI enfrentó una oposición real liderada por Cuauhtémoc Cárdenas.
La noche de las elecciones, el sistema de conteo de votos colapsó en lo que se conoció como la “caída del sistema”.
Cuando los resultados reaparecieron, Salinas lideraba milagrosamente, lo que desató acusaciones de fraude y protestas masivas en todo el país.
A pesar de las acusaciones de fraude, Salinas asumió la presidencia en diciembre de 1988 con un ambicioso plan de modernización económica.
Su gobierno implementó políticas neoliberales que incluyeron la privatización de empresas estatales, la renegociación de la deuda externa y la firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN o NAFTA).
Durante los primeros años, estas reformas parecían prometedoras: la inflación se redujo, la inversión extranjera creció y la economía mostró signos de recuperación.
Sin embargo, estas políticas también tuvieron un costo.
Las privatizaciones concentraron la riqueza en unas pocas manos, aumentando la desigualdad.
Además, el peso mexicano estaba artificialmente sobrevalorado, lo que hacía que la economía dependiera de capital especulativo.
Bajo la superficie, los problemas estructurales se acumulaban, y en 1994, el sueño de modernización comenzó a desmoronarse.
El gobierno de Salinas estuvo rodeado de tragedias que levantaron sospechas y alimentaron teorías de conspiración.
En 1989, Manuel de Jesús Clouthier, un líder opositor, murió en un accidente automovilístico que muchos consideraron sospechoso.
En 1994, Luis Donaldo Colosio, candidato presidencial del PRI y protegido de Salinas, fue asesinado durante un mitin.
Ese mismo año, Francisco Ruiz Massieu, secretario general del PRI y cuñado de Salinas, también fue asesinado.
Estas muertes, ocurridas en momentos clave, generaron un ambiente de miedo y desconfianza, debilitando aún más la legitimidad del gobierno.
Además, el arresto de su hermano Raúl Salinas en 1995, acusado de ordenar el asesinato de Ruiz Massieu y de acumular fortunas en cuentas bancarias extranjeras, sumió a la familia Salinas en un escándalo que dañó irreparablemente la imagen del expresidente.
El final del sexenio de Salinas estuvo marcado por una crisis económica sin precedentes.
En diciembre de 1994, semanas después de que Ernesto Zedillo asumiera la presidencia, el peso mexicano fue devaluado, desencadenando el llamado “efecto tequila”.
La moneda perdió casi la mitad de su valor, el Producto Interno Bruto se contrajo un 6.
2% en 1995, y miles de empresas quebraron.
La clase media, que había creído en las promesas de prosperidad, enfrentó una realidad devastadora.
Salinas fue señalado como el principal responsable de la crisis, acusado de haber ocultado los problemas económicos durante su gobierno.
Su popularidad, ya debilitada por los escándalos políticos, se desplomó, y su nombre se convirtió en sinónimo de corrupción y mala gestión.
En 1995, Salinas dejó México en medio de la presión pública y política.
Se estableció primero en Estados Unidos y Canadá, y luego en Dublín, Irlanda, donde adquirió una mansión en una zona exclusiva.
Con el tiempo, obtuvo la nacionalidad española y dividió su residencia entre el Reino Unido y España.
Desde entonces, ha llevado una vida discreta, rara vez apareciendo en público.
A pesar de su exilio, su legado sigue siendo objeto de debate.
Para algunos, fue un reformador que modernizó la economía mexicana; para otros, un símbolo de corrupción y desigualdad.
Su vida personal también estuvo rodeada de rumores, desde supuestas relaciones amorosas hasta teorías sobre su influencia en los medios y la política.
El legado de Carlos Salinas de Gortari es complejo y divisivo.
Sus políticas neoliberales transformaron a México, integrándolo al mercado global, pero también profundizaron la desigualdad y la desconfianza en las instituciones.
Su gobierno estuvo marcado por logros económicos, pero empañado por escándalos, tragedias políticas y una crisis económica devastadora.
Hoy, su nombre sigue generando debates apasionados.
Mientras algunos lo ven como un visionario incomprendido, otros lo consideran el arquitecto de uno de los periodos más oscuros de la historia moderna de México.
Lo cierto es que su impacto en el país es innegable, y su historia, llena de luces y sombras, continúa siendo una lección sobre el poder, la ambición y las consecuencias de las decisiones políticas.
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