He was a victim of one of the worst injustices

Imaginen a un hombre que lo tenía todo: fama desbordante, la adoración de millones, una carrera imparable que lo llevaba directo a la cima del éxito.

Luis Manuel Pelayo fue ese hombre, un ícono de la radio, el cine y la televisión mexicana, cuya voz y carisma conquistaron a todo un país.

Rosita Pelayo tenía un vínculo especial con Luis Manuel, el legendario "Kalimán"
Sin embargo, su historia no solo es de gloria, sino también de traición y censura, una historia que revela cómo el poder político puede aplastar incluso a las figuras más queridas del entretenimiento nacional.

 

Luis Manuel Pelayo nació en 1922 en la Ciudad de México, y desde muy joven mostró un talento innato para la actuación y la comunicación.

Su voz profunda, expresiva y cautivadora lo convirtió en la estrella indiscutible de las radionovelas mexicanas, un género que dominaba con maestría y que en aquella época era el principal medio de entretenimiento para millones de familias mexicanas.

Pero Pelayo no se limitó solo a la radio; su versatilidad lo llevó a conquistar también el cine y la televisión, donde brilló en más de 70 películas junto a leyendas como Pedro Infante, Cantinflas, Silvia Pinal y Mauricio Garcés.

 

Pelayo no era un actor común.

Era lo que hoy llamaríamos un artista 360, capaz de interpretar personajes dramáticos que conmovían hasta lo más profundo del alma y, al mismo tiempo, encarnar roles cómicos que hacían reír a carcajadas a su público.

Su talento natural, su carisma arrollador y su capacidad para conectar con la gente lo convirtieron en un fenómeno cultural sin precedentes.

El papá de Rosita Pelayo, Luis Manuel, fue una estrella televisiva en los 70's, ¿lo ubicas?

Además, su voz se volvió inconfundible en el doblaje de personajes animados que marcaron la infancia de muchas generaciones.

Fue la voz del oso Yogi, el adorable y torpe personaje con su canasta de picnic, y también de Bugs Bunny, el conejo más astuto y carismático de la historia.

Su trabajo en doblaje fue otro puente cultural que acercó a México con el mundo.

 

En 1971, Pelayo se convirtió en el rostro y la voz de “Sube Pelayo Sube”, un programa de concursos que rápidamente se transformó en un fenómeno nacional.

Familias enteras se reunían frente al televisor para disfrutar del carisma y la calidez de Pelayo, quien con su sonrisa sincera y su sencillez arrolladora creó una conexión mágica con el público mexicano.

 

El programa ofrecía premios que podían cambiar vidas: desde electrodomésticos como televisores y lavadoras, hasta casas y automóviles.

Para millones de mexicanos que atravesaban tiempos difíciles, “Sube Pelayo Sube” era un faro de esperanza, una oportunidad para mejorar su calidad de vida y soñar con un futuro mejor.

Puss n' Boots (1961) - Plex

El eslogan del programa, “Sube, Pelayo, sube”, trascendió el estudio de televisión y se convirtió en un canto popular en las calles, escuelas y hogares de todo México.

La frase se coreaba con entusiasmo, un símbolo de alegría y unidad.

Incluso en París, la ciudad de la luz, Pelayo fue reconocido por su carisma y su emblemático grito de guerra, un testimonio del alcance y la influencia que había logrado.

 

Pero no todo fue alegría y éxito para Luis Manuel Pelayo.

Durante la presidencia de Luis Echeverría Álvarez (1970-1976), México vivió un periodo marcado por la censura y el control férreo sobre los medios de comunicación.

Echeverría, un hombre con un perfil psicológico puritano y megalómano, veía con desconfianza cualquier expresión cultural que pudiera desafiar su autoridad o poner en duda su imagen.

 

El programa de Pelayo, con su enorme popularidad y su capacidad para movilizar a las masas, se convirtió en un blanco para el gobierno.

Galán de la época de Oro terminó su carrera por la censura del presidente Luis Echeverría - El Heraldo de México
La situación alcanzó un punto crítico durante una visita presidencial a la zona arqueológica de Teotihuacán.

Mientras Echeverría subía la imponente Pirámide del Sol, la multitud comenzó a cantar “Arriba papi, sube, sube, sube”, usando el eslogan del programa como una burla velada y juguetona hacia el presidente.

 

Este episodio fue solo el principio de una serie de tensiones que terminaron por silenciar a Pelayo.

En 1973, durante la solemne conmemoración del Día de la Bandera en el Zócalo de la Ciudad de México, el cántico “Sube, Pelayo, sube” volvió a escucharse, esta vez en un contexto aún más formal y desafiante.

Para Echeverría, este acto fue una ofensa intolerable, una burla directa no solo a su persona, sino también a los símbolos patrios que representaba.

 

Según informes desclasificados de la CIA, el presidente reaccionó con furia y ordenó a los principales canales de televisión, que más tarde formarían el gigante Televisa, retirar inmediatamente el programa de Pelayo del aire.

Sin advertencias ni negociaciones, el programa fue cancelado abruptamente, y Pelayo desapareció de la pantalla chica, víctima de una censura política que borró su voz y su presencia en la industria del entretenimiento.

Luis Manuel Pelayo: su hija reveló que su carrera terminó por la censura presidencial

Esta decisión no solo significó el fin de un programa, sino el fin de una era en la cultura popular mexicana.

Un hombre que había sido el alma de la radio, el cine y la televisión fue silenciado por la mano invisible del poder.

La carrera de Pelayo, que parecía destinada a la eternidad, fue truncada de manera injusta y cruel.

 

Más allá del espectáculo y la fama, Luis Manuel Pelayo era un hombre con un corazón de oro.

Su compromiso con el público iba más allá del entretenimiento superficial.

En una ocasión, durante uno de sus programas, una madre desesperada se acercó a él suplicando ayuda para su hija que padecía leucemia.

Conmovido hasta las entrañas, Pelayo hizo un llamado público para apoyar a la familia, demostrando que su amor por la gente y su sensibilidad humana eran tan grandes como su talento artístico.

 

Su legado no solo reside en sus actuaciones o en su programa de concursos, sino en la profunda huella que dejó en la cultura mexicana y en la vida de las personas que lo admiraban.

Rosita Pelayo tenía un vínculo especial con Luis Manuel, el legendario "Kalimán"
Su hija, Rosita Pelayo, continuó su camino en el mundo del espectáculo, heredando la chispa divina de su padre y manteniendo viva la llama de su legado.

 

La historia de Luis Manuel Pelayo es un recordatorio poderoso de cómo el arte y la cultura pueden ser víctimas del poder político.

Su carrera, llena de éxitos y reconocimientos populares, fue truncada por un régimen que no soportaba ser desafiado, ni siquiera por la risa y la alegría que un programa de concursos podía brindar a millones de personas.

 

Hoy, a más de cinco décadas de aquellos hechos, Pelayo sigue siendo una leyenda cuya voz resuena en la memoria colectiva de México.

Su historia nos invita a valorar la libertad de expresión y a recordar que detrás de cada figura pública hay un ser humano con sueños, pasiones y, a veces, heridas profundas causadas por la injusticia.

 

Luis Manuel Pelayo no solo fue un icono del entretenimiento, sino también un símbolo de resistencia cultural y un ejemplo de cómo la voz del pueblo puede desafiar incluso a los poderes más absolutos.

Su legado permanece vivo, recordándonos que la luz del talento y la pasión nunca debe ser apagada por la oscuridad del autoritarismo.

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