El 20 de abril de 1966 fue un día brillante, pero no solo el sol iluminaba aquel día; también la tumba de Javier Solís, uno de los cantantes más emblemáticos de México, conocido como “El Sol de México”.
Su muerte prematura sigue siendo un misterio que ha generado muchas preguntas y teorías a lo largo de los años.
Su último deseo, que su tumba fuera regada con agua fría, una petición poco común, añadió aún más intriga a su historia.
¿Fue un accidente trágico o hay algo más detrás de su fallecimiento? En este artículo exploramos la vida, la carrera y la verdad oculta tras la muerte de Javier Solís.
Javier Solís, cuyo nombre real era Gabriel Siria Levario, nació el 4 de septiembre de 1931 en la Ciudad de México, en la calle 165 de Simón Bolívar.
Creció en un hogar modesto, siendo el mayor de tres hermanos, hijo de Francisco Siria Mora, un panadero, y Juan Levario Plata, comerciante.
Sus orígenes humildes contrastaban con la fama y fortuna que alcanzaría años después, pero su camino hacia el estrellato estuvo marcado por la perseverancia y el trabajo arduo.
Desde joven, Solís tuvo que contribuir al sustento familiar.
Trabajó como mecánico, panadero, carnicero e incluso en mataderos, empleos que exigían esfuerzo físico y que no prometían grandes recompensas económicas.
A pesar de las dificultades, nunca se consideró víctima de sus circunstancias; por el contrario, sentía orgullo por cada trabajo que desempeñaba, pues sabía que eran la base para sobrevivir y seguir adelante.
Su amor por la música comenzó como un pasatiempo, pero pronto se convirtió en su principal objetivo.
Con la ayuda de sus amigos del barrio de Tacubaya, donde creció, formó el grupo musical “El Trío México”.
Para Solís, la música no era solo una búsqueda de fama, sino una cuestión de supervivencia.
Mientras trabajaba largas horas en la carnicería, sus amigos lo animaron a cantar en la Plaza Garibaldi, el corazón del mariachi en la Ciudad de México.
Al principio, estaba nervioso, pero pronto ganó la aceptación de los grupos de mariachi y comenzó a actuar en coches, ganando entre 30 y 40 pesos por presentación.
Además de la música, Solís tenía una gran pasión por el boxeo, un deporte que practicaba con disciplina y que le ofrecía una vía de escape del duro trabajo cotidiano.
Aunque nunca aspiró a ser boxeador profesional, disfrutaba entrenar y competir en pequeñas arenas de Tacubaya, a pesar de las preocupaciones de su padre por su seguridad.
A mediados de los años 50, Solís comenzó a grabar sus primeras canciones originales, como “Punto negro” y “Tómate esa copa”, con el trío Los Galantes.
En 1956 firmó con el sello Columbia, donde lanzó su primer sencillo exitoso, “Qué te importa” y “Por qué negar”.
Su nombre artístico, Javier Solís, fue adoptado en este periodo y pronto se convirtió en un referente en la música ranchera y el bolero.
Su carrera fue una historia de resistencia y talento.
En menos de una década, grabó más de 379 canciones y protagonizó varias películas, consolidando su lugar como uno de los artistas más queridos de México.
En 1959, con la canción “Llorarás, llorarás”, marcó un punto de inflexión en su carrera, encontrando su propia voz y alejándose de imitaciones para convertirse en un ícono auténtico.
Solís también experimentó con diferentes estilos, incluyendo la grabación de un álbum con orquesta sinfónica en Nueva York, y colaboraciones con compositores legendarios como Agustín Lara.
Su versatilidad y emotividad en la interpretación lo hicieron destacar y renovar el género de la música mariachi.
El 19 de abril de 1966, a la edad de 34 años, el mundo recibió la impactante noticia del fallecimiento de Javier Solís.
Se encontraba en la habitación 406 del Hospital Santa Elena en la Ciudad de México, recuperándose de una cirugía de vesícula biliar.
Según el cirujano que realizó la operación, el doctor Francisco Subiria, la causa oficial de la muerte fue una infección llamada colecistitis, una complicación de la cirugía.
Sin embargo, esta versión fue recibida con escepticismo, especialmente cuando se descubrió que el doctor Subiria no era cirujano sino un médico general.
Además, los registros médicos de Solís desaparecieron misteriosamente del hospital, lo que alimentó rumores y teorías conspirativas.
Se dijo que la muerte pudo haber sido causada por un desequilibrio electrolítico provocado por un error de una enfermera, combinado con la ingesta de agua y hielo, algo que Solís había sido advertido a evitar tras la cirugía.
A lo largo de los años, se ha especulado que detrás de la muerte de Solís hubo algo más oscuro.
Se dice que el cantante mantenía un romance secreto con Irma Serrano, conocida como “La Tigresa”, quien a su vez estaba vinculada a un poderoso político celoso y posesivo.
Este político supuestamente no toleraba la relación y habría enviado amenazas y ataques contra Solís.
Se rumoró que Solís fue brutalmente golpeado en una fiesta, especialmente en el área del estómago, lo que pudo haber agravado su condición de salud y precipitado su muerte.
Algunos creen que esta agresión fue la verdadera causa de su fallecimiento, más allá de la explicación médica oficial.
La muerte de Javier Solís conmocionó a México y a toda América Latina.
Su funeral en el Panteón Jardín fue multitudinario, con miles de fans que acudieron a despedir a su ídolo.
La escena recordó los funerales de otros grandes íconos mexicanos como Pedro Infante y Jorge Negrete, marcando el fin de una era en la música ranchera.
A pesar de la tragedia, la música de Solís ha perdurado.
Su voz sigue resonando en las radios de México, Colombia y otros países latinoamericanos, tocando los corazones de nuevas generaciones.
Su legado es un testimonio de talento, pasión y la lucha constante por superar las adversidades.
La historia de Javier Solís es mucho más que la biografía de un cantante exitoso; es la crónica de un hombre que desde la humildad y el esfuerzo alcanzó la cima, pero cuya vida fue truncada por circunstancias misteriosas y dolorosas.
Su muerte sigue siendo objeto de debate y especulación, un enigma que añade aún más profundidad a la leyenda del Sol de México.
Su música, sus sueños y su vida son recordados con cariño y respeto, y su historia nos invita a reflexionar sobre la fragilidad de la vida y el precio de la fama.
Javier Solís no solo fue un cancionero, sino un símbolo eterno de la cultura mexicana, cuya luz sigue brillando a pesar de la oscuridad que rodeó su partida.
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