Durante décadas, Rubby Pérez fue sinónimo de ritmo, pasión y éxito en el merengue dominicano.
Su voz poderosa y su carisma lo convirtieron en un embajador mundial del género, llenando estadios y conquistando corazones.
Sin embargo, detrás del ídolo público existía una realidad desconocida para muchos: la de un padre ausente y distante.
Fue su propia hija, Zulinka Pérez, quien decidió romper el silencio después de 41 años, revelando una verdad dolorosa que marcó su vida desde la infancia.
Zulinka nació en 1984, cuando Rubby ya era una estrella en ascenso.
Mientras el merengue dominaba las radios y su padre giraba por América y Europa, ella vivía con su madre en un hogar donde la ausencia de Rubby se hacía sentir con fuerza.
Pasaban semanas sin verlo, las llamadas eran escasas y los cumpleaños solitarios.
Zulinka aprendió a no esperar su presencia, a apagar las velas sin él y a callar el dolor que esa ausencia le causaba.
Cuando Rubby estaba en casa, su actitud era fría y distante.
Zulinka recuerda cómo su padre firmaba autógrafos y reía con fans, pero con ella apenas cruzaba palabras.
Nunca la abrazó ni la cargó, y a los nueve años descubrió que tenía otra familia, un secreto que la destrozó emocionalmente.
Ver en una revista a su padre con otra mujer y un niño, mientras ella permanecía invisible para él, rompió algo dentro de ella.
Zulinka intentó acercarse a su padre en varias ocasiones, escribiéndole cartas, dejándole dibujos y pidiéndole que le enseñara a cantar, pero nunca obtuvo respuesta.
La primera vez que se subió a un escenario, esperaba que él estuviera presente, pero no fue así.
Su madre le dijo que no necesitaba la aprobación del mundo, solo la suya, pero para Zulinka eso no bastaba.
Crecer con el orgullo público de ser hija de un ídolo y el dolor privado de la ausencia paterna fue una lucha constante.
Mientras sus compañeros la envidiaban por su apellido, ella se sentía sola y desconocida.
La dualidad de admirar a su padre como artista y sufrir la distancia como hija fue una carga que llevó durante años.
A los 13 años, Zulinka escuchó una conversación telefónica que confirmó sus peores sospechas: su padre tenía otra mujer.
Esa noche, el miedo y la traición la invadieron.
Más tarde, descubrió fotos, regalos y cartas que evidenciaban una vida paralela y la existencia de otros hijos o secretos que nunca le fueron revelados.
Intentó enfrentar a Rubby, pero él evitó responder, dejando frases ambiguas que solo aumentaron su confusión y dolor.
A partir de ese momento, Zulinka dejó de verlo como padre y comenzó a tratarlo como un extraño, alejándose emocionalmente.
Cuando Zulinka decidió hablar públicamente sobre su verdad, fue obligada a callar.
En una reunión con abogados del entorno de su padre, le ofrecieron mantenerla económicamente a cambio de no revelar nada sobre su relación familiar.
Este “pacto” fue más una orden que un acuerdo, una forma de proteger la imagen pública de Rubby a costa del silencio y la invisibilidad de Zulinka.
Durante años, Zulinka cumplió con este trato, apareciendo solo de forma marginal en eventos familiares y manteniendo su historia oculta.
Su adolescencia se convirtió en una prisión emocional donde tuvo que ocultar su dolor y frustración, refugiándose en diarios y pensamientos que nunca compartió.
El 8 de abril de 2025, Rubby Pérez falleció trágicamente en un derrumbe en Santo Domingo.
La noticia conmocionó al país y desató una avalancha de homenajes.
Sin embargo, para Zulinka, la muerte significó una mezcla de emociones complejas: tristeza, confusión y la sensación de haber perdido algo mucho antes.
No asistió al funeral, sintiéndose excluida y no parte de esa despedida.
En cambio, encendió una vela y leyó una carta que le había escrito a su padre en su adolescencia, expresando todo lo que nunca pudo decirle.
Fue en ese momento cuando decidió perdonar, no por él, sino por ella misma, buscando liberarse del peso del resentimiento.
Tras años de silencio, Zulinka decidió compartir públicamente una carta escrita cuando tenía 17 años, donde expresaba su dolor por ser la hija escondida, el secreto que su padre nunca quiso reconocer oficialmente.
En ella cuestiona el porqué de su ocultamiento y expresa su deseo de ser vista y amada.
La lectura de esta carta en una rueda de prensa privada conmovió a muchos.
Zulinka afirmó que no busca destruir el legado musical de Rubby, sino mostrar la realidad humana detrás del artista, reivindicar su identidad y dar voz a quienes han sufrido en silencio.
Zulinka Pérez ha transformado su dolor en fuerza y valentía.
Su historia es un recordatorio de que detrás de las figuras públicas también existen realidades complejas y heridas invisibles.
Al compartir su verdad, invita a otros hijos e hijas a no sentirse solos y a buscar su propia sanación.
Aunque la relación con su padre fue marcada por la ausencia y el silencio, Zulinka ha encontrado en su voz la libertad para cerrar ese capítulo y vivir plenamente.
Su testimonio abre una ventana para comprender que la fama y el éxito no siempre garantizan amor ni cercanía familiar.
La historia de Zulinka Pérez es un llamado a la empatía y a reconocer que cada persona, más allá de su imagen pública, lleva consigo una historia única que merece ser escuchada y respetada.
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