Fernando Luján, nacido como Fernando Ciangherotti Soler en 1938 en Bogotá, Colombia, fue mucho más que un actor talentoso; fue un hombre que desafió las tradiciones familiares y eligió su propio camino, aunque eso significara romper con una de las dinastías más poderosas del cine mexicano: Los Soler.
Su historia es un relato de rebeldía, búsqueda de identidad y amor, marcada por rupturas, escándalos y finalmente, un reconocimiento que ningún miembro de su familia había alcanzado.

Fernando nació en el seno de una familia legendaria.
Su madre, Mercedes Soler, formaba parte de la dinastía Soler, cuyos integrantes —Fernando, Andrés, Domingo y Julián Soler— fueron pilares del cine mexicano clásico.
Controlaban producciones, papeles estelares y decidían quién entraba o salía del círculo dorado del cine nacional.
Sin embargo, para Fernando, ese apellido era a la vez un privilegio y una prisión.
Desde niño, sintió el peso aplastante de pertenecer a una familia que valoraba más la sangre pura Soler que a quienes, como él, llevaban el apellido solo de manera parcial.
Su padre, Alejandro Ciangherotti, a pesar de ser un respetado actor, era considerado secundario dentro del clan.
Fernando se sentía excluido, no solo profesionalmente, sino emocionalmente.
Su propia madre, Mercedes, parecía priorizar la lealtad al apellido Soler por encima de él.
Esta exclusión llegó a un punto crítico cuando, en busca de apoyo artístico, Fernando acudió a su tío Fernando Soler, el patriarca de la familia.
La respuesta fue fría y despectiva: “Aprendes solo o no sirves para esto.” Fue una bofetada que marcó su vida y le hizo entender que nunca sería verdaderamente aceptado.

Con apenas 16 años, Fernando tomó la decisión más radical de su vida: rechazó el apellido Soler y eligió llamarse Fernando Luján, un nombre sin historia ni cadenas, que le permitiera construir su propia identidad.
Este acto fue interpretado por su madre como una traición, y los tíos lo borraron de la familia.
Lejos de amedrentarse, Fernando abrazó la libertad, aun cuando eso significara pobreza, escándalo y soledad.
Quería vivir a su manera, lejos del rígido clasicismo y control familiar.
A los 16 años, Fernando se enamoró de Sara Was, una actriz chilena 30 años mayor que él.
Sara, nacida en Valparaíso en 1918, era una mujer inteligente, talentosa y políticamente activa con ideas socialistas.
Esta relación causó un gran escándalo en la conservadora sociedad mexicana de los años 50.
Fernando huyó con Sara y vivieron juntos durante un año y medio, enfrentando rechazo social y aislamiento.
Aunque la relación terminó, Sara dejó una huella profunda en Fernando, enseñándole a cuestionar y a vivir fuera de los moldes.

Tras su ruptura con Sara, Fernando intentó llevar una vida más convencional.
Se casó a los 18 años con Laura Baesa, con quien tuvo un hijo, Fernando Ciangherotti, quien también se convertiría en actor.
Sin embargo, la vida bohemia y el trabajo en el cine dificultaron la estabilidad familiar, y el matrimonio terminó.
Fernando tuvo un total de cinco matrimonios y diez hijos con diferentes mujeres, entre ellas Adriana Navarra, con quien tuvo tres hijas, y Guadalupe Vázquez, madre de otro de sus hijos.
Sus relaciones estuvieron marcadas por la pasión, pero también por conflictos y rupturas.
En 1998, ya con 60 años, Fernando conoció a Marta Mariana Castro, 28 años menor que él, con quien finalmente encontró estabilidad y amor duradero.
Se casaron ese mismo año y tuvieron un hijo, Franco Paolo Ciangherotti, quien eligió la música en lugar de la actuación.
Poco tiempo después, Fernando se reconcilió con su madre Mercedes Soler, poniendo fin a décadas de distanciamiento.
Este perdón silencioso fue fundamental para su paz interior, aunque la herida con el resto de la familia Soler nunca cerró del todo.

A partir de 2015, la salud de Fernando comenzó a deteriorarse. Sufrió inflamación en la garganta, varias cirugías y dos operaciones a corazón abierto. A pesar de ello, siguió trabajando hasta que su cuerpo no pudo más.
En diciembre de 2019, viajó a Puerto Escondido, su lugar favorito, donde falleció el 11 de enero de 2020 a los 79 años debido a una oclusión pulmonar tras años de luchar contra una enfermedad pulmonar obstructiva crónica.
Dos meses después de su muerte, Fernando Luján fue homenajeado en la ceremonia de los Premios Óscar, apareciendo en el segmento *In Memoriam* junto a leyendas internacionales.
Este reconocimiento fue especialmente significativo porque ningún miembro de la familia Soler había sido reconocido por la Academia de Hollywood.
Su hijo Cassandra Ciangherotti expresó en redes sociales la sorpresa y el orgullo que sentía: “No sé cómo sigue sorprendiéndonos desde allá arriba. Ni siquiera hablabas inglés, pero lo merecías tanto.”
Fernando Luján vivió una vida intensa, caótica y apasionada. Rechazó el apellido que lo oprimía y eligió la libertad por encima de la aprobación familiar.
Aunque pagó un alto precio, murió sabiendo que el mundo lo reconocía como él mismo, no como el sobrino de nadie.
Antes de morir, pidió que sus cenizas fueran divididas en tres partes: bajo un árbol macil en su casa de Puerto Escondido, en el mar de Cipolite junto a su hermano Alejandro, y en Ciudad de México para que su hijo Franco Paolo lo tuviera cerca.
Su esposa Marta Mariana cumplió con este deseo, y aunque triste por su partida, se siente feliz de haber estado a su lado hasta el final.
Fernando Luján es un ejemplo de cómo la búsqueda de identidad y libertad puede llevar a romper con las tradiciones familiares más arraigadas.
Su legado artístico y humano perdura, recordándonos que vivir auténticamente es el mayor acto de valentía.
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