En la década de los 90, el programa de televisión *El Gordo y La Flaca* marcó una época en la televisión hispana de Estados Unidos.
Entre sus figuras más carismáticas y recordadas se encuentra Cachita, cuyo nombre real era Lina María Hernández, conocida también como Alina Hernández.
Su historia es mucho más que la de una presentadora de televisión; es la de una pionera que rompió barreras, enfrentó grandes desafíos y dejó un legado imborrable para la comunidad transgénero y para el público en general.
Lina María Hernández nació el 12 de noviembre de 1970 en La Habana, Cuba, registrada al nacer con el nombre masculino de Alberto Hernández.
Desde muy pequeña, Lina sintió una desconexión con su identidad asignada al nacer.
Su infancia estuvo marcada por experiencias traumáticas, incluyendo un hecho violento que la marcó profundamente y que influyó en su lucha interna con su identidad y orientación.
Creció en un entorno difícil, con carencias económicas y enfrentando la discriminación en Cuba, donde las oportunidades para expresarse libremente como una persona transgénero eran prácticamente inexistentes.
A los 20 años, decidió emigrar a Estados Unidos en busca de una vida mejor y la posibilidad de vivir auténticamente como mujer.
Al llegar a Miami, Florida, Lina comenzó trabajando en la hostelería, enfrentando retos cotidianos y la dificultad de ser aceptada en un entorno que aún no comprendía ni apoyaba plenamente a las personas trans.
Sin embargo, fue en un restaurante propiedad de Emilio Estefan, reconocido productor musical cubano, donde su vida empezó a cambiar.
Emilio Estefan permitió que Lina se presentara y trabajara como mujer, algo poco común en esa época, y pidió a sus compañeros que la llamaran por su nombre femenino, Alina.
Este apoyo fue fundamental para que Cachita comenzara a soñar con una carrera en el mundo del espectáculo.
A pesar de las dificultades, su carisma, talento y personalidad extrovertida la llevaron a dar los primeros pasos en la televisión hispana.
En 1998, Cachita participó en *Sábado Gigante*, un programa icónico conducido por Don Francisco, donde demostró su talento no solo como presentadora sino también como cantante.
Aunque no fue un camino fácil, su perseverancia la llevó a convertirse en una figura destacada en *El Gordo y La Flaca*, programa de Univisión donde su personaje cómico y su peluca rubia se convirtieron en un sello inconfundible.
Su humor, picardía y desparpajo conquistaron al público, convirtiéndola en uno de los grandes atractivos del programa durante más de una década.
Cachita no solo aportó comedia, sino que también rompió esquemas al ser una de las primeras personas transgénero en alcanzar notoriedad en la televisión hispana de Estados Unidos.
En 2005, Cachita cumplió uno de sus mayores sueños: la cirugía de reasignación de sexo, financiada por la revista *TV Notas*, medio en el que colaboraba con su propia columna.
Al despertar de la operación, expresó con emoción que lo había logrado y nunca se arrepintió de la decisión que le permitió vivir plenamente como mujer.
Sin embargo, su regreso a Cuba después de la cirugía fue doloroso.
Fue rechazada por algunos familiares, especialmente su tía y su abuela, quienes no aceptaban su identidad femenina y la seguían llamando por su nombre masculino.
Afortunadamente, contó con el apoyo incondicional de su madre, quien defendió a Alina ante la familia, reafirmando que era una mujer con todas las letras.
A lo largo de su vida, Cachita enfrentó no solo el reto personal de vivir su verdad, sino también la discriminación social y laboral.
Su valentía para mostrarse tal como era, sin miedo ni vergüenza, la convirtió en un referente para muchas personas transgénero que buscaban visibilidad y aceptación.
Su presencia en un programa tan popular como *El Gordo y La Flaca* fue revolucionaria, ayudando a derribar estereotipos y mostrando que una persona trans podía triunfar en el mundo del espectáculo hispano.
Su carisma y autenticidad la hicieron querida tanto por el público como por sus colegas, quienes la recordaban con cariño y admiración.
A finales de los años 2000, Cachita decidió alejarse del ojo público para llevar una vida más tranquila y privada.
Se mudó a Carolina del Norte, donde vivió con su familia y mantuvo un perfil bajo, alejándose de las cámaras pero no de sus seres queridos.
En 2015, pocos meses antes de su fallecimiento, dio una última entrevista en la que habló con sinceridad sobre su vida, sus luchas y su verdad, dejando un mensaje de esperanza y autenticidad para quienes la seguían y admiraban.
El 8 de octubre de 2016, Alina Hernández falleció de manera inesperada a los 45 años en Carolina del Norte.
La noticia conmocionó al mundo del espectáculo hispano y a sus seguidores, quienes lamentaron profundamente la pérdida de una figura tan valiente y carismática.
Aunque no se confirmó oficialmente la causa exacta de su muerte, algunos familiares mencionaron que había padecido neumonía semanas antes.
Su deceso fue anunciado por Raúl de Molina, co-conductor de *El Gordo y La Flaca*, y el programa le rindió un emotivo homenaje recordando su legado.
Cachita dejó una huella imborrable en la televisión y en la comunidad LGBTQ+.
Su historia es un testimonio de perseverancia, valentía y autenticidad, demostrando que, a pesar de las adversidades, es posible vivir la verdad y brillar con luz propia.
Su legado sigue vivo en los corazones de quienes la vieron y amaron, y continúa inspirando a nuevas generaciones de personas transgénero que buscan aceptación y respeto en un mundo que aún tiene mucho por avanzar.
La vida de Cachita es un ejemplo de cómo la autenticidad y la lucha por la identidad pueden abrir caminos y cambiar percepciones.
Fue una pionera que rompió barreras en la televisión hispana, y su recuerdo perdura como símbolo de esperanza y coraje.
Aunque su historia tuvo momentos oscuros y dolorosos, su luz y alegría permanecen, recordándonos la importancia de la inclusión, el respeto y el amor hacia todas las personas, sin importar su identidad de género.
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