Roger Moore fue, para muchos, el rostro elegante y carismático del espía más famoso del cine: James Bond.
Durante más de una década, su ceja arqueada, su sonrisa socarrona y su porte británico definieron a un Bond distinto, más sofisticado y bromista, que conquistó el corazón de millones en todo el mundo.
Sin embargo, detrás de esa imagen icónica se escondía una vida marcada por dificultades, tragedias personales y una búsqueda constante de amor y sentido más allá del brillo de Hollywood.
Roger George Moore nació el 14 de octubre de 1927 en Stockwell, un barrio modesto al sur de Londres.
Hijo único de un policía y una madre de origen británico nacida en la India, su infancia estuvo marcada por la Segunda Guerra Mundial.
Como muchos niños londinenses, fue evacuado al campo para protegerse de los bombardeos, una experiencia que le enseñó la soledad y la supervivencia desde muy joven.
Antes de convertirse en actor, Moore intentó trabajar tras bambalinas como aprendiz en un estudio de animación, pero fue despedido tras cometer un error.
El destino le tenía preparada otra oportunidad: gracias a una casualidad, fue presentado al director Brian Desmond Hurst, quien le dio un pequeño papel como extra en la película “César y Cleopatra” (1945).
A partir de ahí, Moore comenzó a forjar su carrera en el mundo del espectáculo.
Tras estudiar en la prestigiosa Royal Academy of Dramatic Art, Moore comenzó a aparecer en papeles menores en cine y televisión.
Su carisma y porte distinguido lo convirtieron en un rostro reconocido, aunque a menudo encasillado como modelo o figura decorativa.
En los años 50 y 60, participó en varias series televisivas, destacando su papel como Sir Wilfred de Ivanhoe y, sobre todo, como Simon Templar en “The Saint”, que lo catapultó a la fama internacional.
“The Saint” fue un éxito rotundo que consolidó su imagen de hombre elegante, ingenioso y siempre en control, características que luego trasladaría a su interpretación de James Bond.
Sin embargo, a pesar del éxito, Moore enfrentó constantes desafíos para ser tomado en serio como actor dramático, lo que lo llevó a buscar papeles que le permitieran mostrar mayor profundidad.
En 1973, a los 45 años, Roger Moore asumió el icónico papel de James Bond con la película “Live and Let Die”.
Su versión del agente 007 fue una ruptura con la interpretación más dura y fría de Sean Connery.
Moore aportó un toque de humor, sofisticación y ligereza, haciendo que Bond fuera más un caballero encantador que un asesino implacable.
Durante doce años y siete películas oficiales, Moore llevó el personaje a escenarios exóticos, enfrentando villanos extravagantes y utilizando gadgets imposibles, siempre con una sonrisa y un impecable smoking.
Su Bond era el caballero inglés por excelencia, que nunca perdía la compostura ni el estilo, incluso en las situaciones más peligrosas.
Aunque esta interpretación fue amada por muchos, también recibió críticas por suavizar al personaje y acercarlo a un tono más cómico y menos oscuro.
Aun así, Moore dejó una huella imborrable, convirtiéndose en el actor que más veces ha interpretado a Bond bajo la producción oficial de Eon.
Detrás del glamour y la fama, la vida personal de Roger Moore estuvo llena de altibajos.
Se casó cuatro veces y vivió relaciones turbulentas.
Su primer matrimonio con Dorothy Van Stein fue una relación marcada por tensiones y abusos.
Posteriormente, su matrimonio con la cantante Dorothy Squires estuvo lleno de celos y conflictos que terminaron en una amarga separación.
Con Luisa Matioli, su tercera esposa, Moore tuvo tres hijos y vivió años de relativa estabilidad, aunque el desgaste emocional y las ausencias por trabajo afectaron la relación.
Fue durante este matrimonio cuando Moore enfrentó un diagnóstico de cáncer de próstata, que marcó un antes y un después en su vida.
Su cuarto y último matrimonio con Cristina Tolstroop le brindó cierta paz y estabilidad en sus últimos años, aunque también enfrentó la dolorosa pérdida de su hijastra por cáncer, un golpe duro que profundizó su fragilidad emocional.
Más allá de su carrera actoral, Roger Moore destacó por su compromiso humanitario.
Inspirado por su amistad con Audrey Hepburn, embajadora de UNICEF, Moore se convirtió en embajador de buena voluntad de esta organización en 1991.
Desde entonces, dedicó gran parte de su vida a viajar por el mundo apoyando causas infantiles, denunciando la pobreza, el hambre y la injusticia.
Su labor humanitaria le valió el título de caballero otorgado por la reina Isabel II en 2003, un reconocimiento que valoró más que cualquier premio cinematográfico.
Además, fue un activo defensor de los derechos de los animales, colaborando con organizaciones como PETA para denunciar el maltrato y promover la protección animal.
Moore también mantuvo un fuerte compromiso con los derechos laborales y diversas causas sociales, demostrando que su legado iba mucho más allá de la pantalla grande.
En sus últimos años, Roger Moore vivió alejado del bullicio mediático, entre Suiza, Mónaco y Francia.
Aunque su salud se deterioró debido al cáncer y otros problemas cardíacos, nunca abandonó su activismo ni su espíritu combativo.
Continuó participando en eventos benéficos y campañas solidarias, a pesar de la creciente fragilidad física.
Murió en 2017 a los 89 años, tras una valiente batalla contra el cáncer, rodeado del amor de su familia y amigos cercanos.
Su funeral fue una ceremonia íntima, tal como él lo había pedido, lejos de cámaras y grandes homenajes públicos.
Roger Moore será recordado por siempre como el James Bond elegante, el espía con licencia para matar que conquistó generaciones con su estilo único.
Pero su verdadera grandeza reside en su humanidad: un hombre que enfrentó sus demonios personales, que amó y sufrió, y que dedicó su vida a ayudar a los demás.
Su legado no solo está en las películas que marcaron una época, sino en las vidas que tocó a través de su trabajo humanitario y su lucha por un mundo más justo y compasivo.
Roger Moore fue, hasta el final, un verdadero caballero, no solo en la pantalla, sino en la vida real.
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