David Silva fue una de las figuras más emblemáticas de la Época de Oro del cine mexicano, un actor capaz de asumir los papeles más variados, desde galanes elegantes hasta villanos implacables, dejando una marca indeleble en la historia del cine nacional.
Nacido en 1917 en San Francisco, California, Silva provenía de una familia con profunda tradición artística, pues su padre, David Silva Senior, era un renombrado cantante de ópera.
A pesar de crecer en un entorno dedicado a la música, inicialmente no buscó la actuación, inclinándose por los estudios de derecho.
Sin embargo, su destino cambió cuando, por casualidad, acompañó a unos compañeros a una audición como extra, y su presencia serena y carismática llamó la atención del director Fernando de Fuentes, quien le ofreció su primera oportunidad frente a la cámara.
Su incursión en la actuación comenzó en la radio, donde rápidamente destacó por su voz resonante y su dicción impecable, participando en radionovelas que formaban parte de la época dorada del teatro radiofónico mexicano.
Esta experiencia le permitió desarrollar disciplina y confianza, habilidades que serían fundamentales para su carrera cinematográfica.
Con apenas 19 años, Silva obtuvo su primer papel como extra en Bajo el cielo mexicano (1937), marcando el inicio de una trayectoria que lo llevaría a protagonizar más de 100 películas.
Su talento no tardó en ser reconocido, y pronto comenzó a recibir roles de mayor relevancia, consolidando su presencia en el cine como un intérprete capaz de transmitir autenticidad y emoción.
Durante los años 40, David Silva se destacó en el cine romántico y en el retrato de la vida cotidiana de la clase trabajadora mexicana.
Películas como Volveré a vivir (1940) y Balajú (1943) mostraron su capacidad para combinar pasión, sinceridad y carisma, mientras que su interpretación en Campeón sin corona (1945) lo consagró como un actor de profundo compromiso con sus personajes.
Para interpretar a Roberto “Kid” Terranova, un boxeador que asciende a la fama pero es destruido por la vida, Silva entrenó con rigor, experimentando la disciplina y el dolor del deporte, lo que le permitió ofrecer una actuación intensa y convincente que capturó la atención de críticos y público por igual.
Este papel no solo demostró su versatilidad, sino que también cimentó su reputación como un actor que podía abordar historias complejas y realistas.
Su talento para interpretar a personajes humanos y cercanos al público le permitió explorar roles más oscuros y complejos, convirtiéndose en el antihéroe de filmes de cine negro y drama social.
Obras como Manos de seda y El desalmado reflejaron las tensiones del México de posguerra, con Silva interpretando figuras atrapadas entre la ambición, el vicio y la necesidad de supervivencia.
Su colaboración con directores como Chano Urueta y Alejandro Galindo permitió a Silva profundizar en el realismo cinematográfico, retratando con sensibilidad y autenticidad los dilemas de la clase trabajadora, la marginalidad y la lucha por la dignidad humana.
Además de su vida profesional, Silva destacó por su compromiso con la justicia laboral y los derechos de los trabajadores del cine, defendiendo a los actores secundarios y a los extras que a menudo eran mal remunerados o maltratados en los sets.
Este activismo le costó un año de prohibición en los estudios, pero también le ganó el respeto de sus colegas y la admiración del público.
Su enfoque riguroso y su ética de trabajo hicieron que fuera considerado un profesional ejemplar, siempre dispuesto a aprender y perfeccionar su arte, destacándose por su memoria prodigiosa y su capacidad para adaptarse a distintos géneros y estilos cinematográficos.
En su vida personal, David Silva fue un hombre discreto y reservado, en contraste con los roles apasionados y peligrosos que interpretaba en pantalla.
Mantuvo una relación duradera con Paquita Estrada, bailarina y actriz, con quien se casó en 1951 tras once años de noviazgo, y que se convirtió en su confidente y apoyo constante.
Apreciaba la tranquilidad del hogar y la compañía de amigos cercanos, evitando los escándalos y la exposición mediática que acompañaban a muchos de sus contemporáneos.
Esta estabilidad emocional le permitió mantener un equilibrio entre su intensa carrera profesional y su vida privada.
Sin embargo, la vida le dio un golpe devastador en los años 70.
En 1971 sufrió un accidente automovilístico que le dejó una pierna gravemente lesionada y llevó al descubrimiento de una diabetes avanzada.
La enfermedad progresó rápidamente, obligándolo a someterse a la amputación de ambas piernas en un lapso de cinco años.
A pesar de esta adversidad, Silva nunca perdió su espíritu ni su pasión por la actuación.
Continuó trabajando en el cine, adaptándose a roles que se adecuaban a sus limitaciones físicas, incluyendo su destacada participación en Los albañiles (1976), dirigida por Jorge Fons, que se convirtió en una reflexión sobre la justicia, la dignidad y la vida del trabajador común.
David Silva falleció en septiembre de 1976 a los 59 años, dejando un legado cinematográfico de más de 100 películas y decenas de personajes inolvidables.
Su vida y carrera representan un testimonio de resiliencia, talento y dedicación.

Desde sus primeros pasos como extra hasta su consagración como galán, antihéroe y defensor de la clase trabajadora, Silva combinó disciplina, pasión y humanidad, convirtiéndose en un símbolo de la Época de Oro del cine mexicano.
Su historia sigue siendo una inspiración para actores y espectadores, recordándonos que el verdadero arte no solo se mide por la fama, sino por la capacidad de reflejar la vida, con sus alegrías, tragedias y complejidades.
Su versatilidad y profundidad en la interpretación lo consolidaron como un referente ineludible del cine nacional, capaz de transmitir emociones complejas con una autenticidad que trascendió generaciones.
David Silva no solo fue un galán, un antihéroe o un villano: fue un hombre que vivió cada personaje con intensidad, llevando a la pantalla la esencia misma de la condición humana.
Su legado permanece como un faro para las futuras generaciones de actores y amantes del cine mexicano, recordándonos que detrás de cada estrella hay una historia de lucha, pasión y perseverancia que merece ser contada.