Nino Bravo, uno de los cantantes más emblemáticos y queridos de la música española, dejó un legado que trasciende generaciones.
Con su potente voz y canciones que hablan de libertad, amor y pasión, conquistó corazones en toda Hispanoamérica y más allá.
Sin embargo, detrás de esa figura legendaria, existe una historia de dolor, orfandad y resiliencia que pocas personas conocen en su totalidad.
La historia de Amparo y Eva Ferry Martínez, sus hijas, es un testimonio conmovedor de cómo el amor y la memoria pueden transformar la pérdida en propósito.
María Amparo Martínez Gil conoció a Nino Bravo en una discoteca valenciana llamada Victors.
Fue un amor de esos que parecen sacados de una película: intenso, apasionado y rápido.
La boda se celebró en abril de 1971, en Valencia, en una ceremonia íntima que fue rápidamente descubierta por la prensa, a pesar de los esfuerzos de Nino Bravo por mantener su vida privada alejada del ojo público.
La fama del cantante ya comenzaba a crecer y, en su deseo de proteger su privacidad, envió las fotos de su boda a todas las agencias de prensa, arruinando cualquier intención de mantenerla en secreto.
Durante su luna de miel en Zaragoza, María Amparo ya llevaba en su vientre a su primera hija, María Amparo Ferry Martínez, nacida en enero de 1972.
Desde ese momento, la vida de la pareja parecía estar llena de sueños y promesas, pero la tragedia estaba a punto de cambiarlo todo.
El 16 de abril de 1973, cuando Amparo tenía apenas 15 meses, Nino Bravo sufrió un fatal accidente automovilístico en la carretera hacia Madrid.
La noticia cayó como un rayo en Valencia, dejando a su esposa y a su pequeña en un estado de shock profundo.
La muerte del cantante fue un golpe devastador para todos, pero para María Amparo, que estaba embarazada de Eva, fue una pérdida irreparable.
Eva nació siete meses después del accidente, en abril de 1973, sin haber conocido nunca a su padre.

Para Eva, que nunca llegó a tener una relación con su padre, la vida fue una constante búsqueda de identidad.
Creció escuchando las canciones de Nino Bravo en la radio, sin poder recordar su voz ni tener un recuerdo tangible de él.
Para ella, y para su hermana mayor, la figura de Nino Bravo era más un mito que una presencia real en sus vidas.
La historia de ambas hijas se convirtió en una lucha constante por honrar un legado que nunca pudieron experimentar en carne propia.
Las hermanas Ferry Martínez crecieron en un Valencia que adoraba a su padre como a un santo laico.
Cada rincón parecía resonar con su música y su recuerdo.
La canción “América”, grabada semanas antes de su muerte, se convirtió en un himno póstumo, un símbolo de libertad y esperanza para muchos.
Sin embargo, para las niñas, esa voz que tanto amaban era también un recordatorio constante de la ausencia y la pérdida.
María Amparo dedicó su vida a criar a sus hijas y a mantener vivo el legado de Nino Bravo.
Les contaba historias de su esposo, resaltando su carácter familiar y su deseo de triunfar por mérito propio, no por su fama.
Pero la realidad era dura: las niñas no solo tenían que lidiar con la ausencia física de su padre, sino también con la presencia fantasmal de un padre que nunca las vio crecer ni las abrazó.
Ser las hijas de Nino Bravo no fue fácil. La presión social y familiar era inmensa. La gente esperaba que heredaran su talento, su carisma y su éxito.
Amparo y Eva, sin embargo, optaron por caminos diferentes a los de la fama.
En lugar de intentar ser artistas, decidieron convertirse en las guardianas del legado de su padre.
Organizaron exposiciones, promovieron reediciones de sus discos y crearon premios en su honor.
Su misión era clara: honrar la memoria de Nino Bravo sin permitir que su figura se convirtiera en una mercancía.
El aspecto económico también fue un reto.
La carrera de Nino Bravo, aunque breve, había sido muy emprendedora.
Había montado su propio estudio de grabación y creado una oficina de representación.
Pero al morir joven, sin un testamento, María Amparo tuvo que navegar en un mar de complicaciones legales para administrar los derechos de autor y las regalías.
Cada vez que se escuchaba una canción de Nino Bravo en cualquier parte del mundo, sus hijas recibían una fracción de esas regalías, recursos que, aunque útiles, también les recordaban constantemente la ausencia de su padre.
A pesar del dolor, Amparo y Eva no se hundieron en la amargura.
En los años 80 y 90, cuando la música de Nino Bravo parecía estar en el olvido, ellas lucharon para mantener viva su memoria.
Organizaron conciertos, colaboraron en documentales y prestaron objetos personales para exposiciones.
En una ocasión, rechazaron un proyecto de duetos póstumos utilizando tecnología moderna, en respeto a la perfección que Nino Bravo siempre buscaba en su música.
La relación entre las hermanas también fue un pilar fundamental en su proceso de sanación.
Amparo, la mayor, siente una responsabilidad extra hacia Eva, quien nació sin haber conocido a su padre.
Eva, por su parte, construyó su propia imagen de Nino Bravo a partir de recortes, fotografías y canciones, intentando armar un rompecabezas que nunca pudo completar en vida.
Hoy en día, ambas hermanas viven en Valencia, administrando el legado de Nino Bravo con dignidad y respeto.
Han aprendido a vivir con la presencia ausente de su padre, transformando su orfandad en una fuente de fortaleza.
Cada tributo, cada concierto y cada reconocimiento en honor a Nino Bravo es una oportunidad para sentir que siguen conectadas con él, aunque solo sea a través de su música y su memoria.
En 2013, “América, América” fue incluido en el Salón de la Fama de los Grammy Latinos, un reconocimiento que ambas hermanas recibieron con orgullo.
Allí, en esa ceremonia, expresaron una frase que resume su filosofía: **”Vivimos con él”**.
Porque, en realidad, esa es la verdadera herencia: la presencia eterna de un padre que, aunque ausente físicamente, sigue vivo en cada nota, en cada letra y en cada corazón que su música tocó.

La historia de Amparo y Eva Ferry Martínez es un ejemplo de cómo el amor, la memoria y el respeto pueden convertir la pérdida en un propósito de vida.
Han demostrado que no hace falta tener a alguien físicamente presente para sentir su amor y su influencia.
La música de Nino Bravo sigue siendo un puente que los une, y su legado continúa vivo en cada generación que descubre su voz.
Porque, al final, los verdaderos herederos de un legado no son solo aquellos que lo poseen, sino quienes lo cuidan con dignidad y amor.
La historia de las hijas de Nino Bravo nos enseña que, incluso en la orfandad más profunda, puede florecer una historia de esperanza y transformación.