Rubby Pérez es conocido mundialmente como uno de los grandes íconos del merengue, un artista que ha hecho bailar a multitudes y que ha sido admirado por su talento y carisma.

Sin embargo, detrás de esa imagen pública de padre amoroso y estrella del escenario, se esconde una historia mucho más oscura y dolorosa que solo ahora su hija Zulinka ha decidido revelar públicamente después de 41 años de silencio.

Su testimonio no solo rompe el mito del padre ejemplar, sino que también abre una puerta para hablar sobre el abuso y el miedo que muchas veces quedan ocultos tras la fama y el éxito.

 

Durante mucho tiempo, Zulinka optó por guardar silencio, por respeto a su familia y a la imagen que su padre proyectaba al mundo.

En público, Rubby Pérez era el padre ideal: cariñoso, dedicado y orgulloso de sus hijos.

Sin embargo, en la intimidad de su hogar, la realidad era muy distinta.

Zulinka recuerda con tristeza y miedo cómo su padre intentó tocarla cuando estaban solos, gestos que para ella significaban una amenaza disfrazada de cariño.

 

La primera vez que ocurrió algo extraño fue después de un concierto, en el camerino, cuando Rubby la felicitó y su mano se deslizó lentamente sobre ella, un toque breve pero suficiente para que Zulinka sintiera miedo.

No sabía si había sido un accidente o una intención oculta, pero aquella sensación de temor la acompañaría durante años.

En varias ocasiones, su padre entraba sin avisar a su habitación y esos momentos nunca eran simples muestras de afecto; ella sentía que cruzaban límites que no debían ser cruzados.

El miedo y la confusión marcaron la infancia y adolescencia de Zulinka.

A pesar de querer amar a su padre, sentía la necesidad de huir de él cada vez que se acercaba demasiado.

En público, siempre mostraba una sonrisa y repetía que estaba orgullosa de Rubby, pero en su interior su corazón estaba hecho pedazos.

La joven aprendió a vivir con ese secreto, disfrazándolo entre aplausos y entrevistas, mientras el dolor crecía como una sombra que nunca la abandonaba.

 

Una de las noches que más marcó su vida fue cuando Rubby entró a verla mientras estaba acostada, en silencio, y se sentó en la orilla de su cama.

Le susurró que solo quería asegurarse de que estaba bien, pero su mano pesada permaneció demasiado tiempo sobre su brazo y espalda.

Zulinka quería moverse, quería que se fuera, pero el miedo y la confusión la paralizaban.

Fue entonces cuando comprendió que algo estaba mal, que su padre ya no era solo el hombre admirado por todos, sino alguien que le causaba temor.

Durante años, Zulinka sintió que nadie le creería si contaba la verdad.

Temía que su testimonio dañara la imagen pública de su padre y la estabilidad de su familia.

Por eso, decidió guardar silencio, soportando en soledad el peso de un secreto que la consumía.

Para ella, lo que Rubby llamaba “atención especial” era en realidad una amenaza que no podía comprender ni expresar en voz alta.

 

El miedo a ser juzgada y no ser creída la mantuvo callada, mientras su padre seguía actuando como un padre ejemplar ante el público.

En la escuela, en los ensayos musicales y frente a sus amigos, Zulinka fingía que todo estaba bien, pero en su corazón vivía una historia paralela, llena de miedo, dolor y confusión.

 

Todo cambió cuando Zulinka decidió que ya no podía seguir callando.

La llegada de Eliano, un apoyo importante en su vida, le dio la fuerza para enfrentar su pasado y contar su verdad sin miedo ni ira.

En una entrevista privada, acompañada por un abogado y una psicóloga, Zulinka narró paso a paso lo que había vivido, desde la primera vez que sintió que algo no estaba bien hasta la noche en que comprendió que su padre había cruzado límites que nunca debieron cruzarse.

Su relato fue un acto de valentía que le permitió liberarse del peso que llevaba por años.

Habló del miedo, de la culpa que sentía sin merecerla y del deseo de que algún día su padre la tratara simplemente como una hija, sin dobles intenciones ni gestos que la hicieran encogerse por dentro.

 

Cuando la historia comenzó a filtrarse y la prensa se hizo eco, Zulinka volvió a sentir miedo al juicio público, a que la señalaran o cuestionaran su dolor.

Sin embargo, para su sorpresa, muchas voces se alzaron en apoyo, especialmente de personas que habían vivido experiencias similares y agradecieron su valentía por romper el silencio.

 

Su testimonio se convirtió en un símbolo de esperanza para quienes sufren en silencio, demostrando que no están solos y que es posible encontrar la fuerza para hablar y buscar ayuda.

Zulinka comprendió que la vergüenza nunca debió ser suya, sino de quien abusó de la confianza y el amor paternal.

 

La revelación de Zulinka también abrió un proceso de sanación dentro de su familia.

Su madre, que nunca sospechó lo que su hija guardaba, lloró con ella y le pidió perdón por no haber estado más atenta.

Sus hermanos, que siempre admiraron a Rubby, ahora la admiraban aún más por su valor y honestidad.

 

La familia empezó a aceptar que podían amar a Rubby Pérez como artista y figura pública, pero también reconocer que había causado daño a una de las suyas.

Esta dualidad no fue fácil de aceptar, pero fue necesaria para avanzar y sanar.

 

Zulinka escribió una carta abierta dirigida a quienes la seguían, en la que habló de su proceso, su dolor y su necesidad de que su historia sirviera para que otros rompieran su propio silencio.

“No espero que todo el mundo me entienda, pero espero que mi testimonio ayude a que nadie se quede callado por miedo o vergüenza.

Mi dolor no es mi culpa, mi historia es mi fuerza”, expresó con sinceridad.

 

Hoy, aunque la sombra de su padre seguirá siendo parte de su historia, Zulinka ha encendido su propia luz al contar la verdad.

Su valentía inspira a otros a enfrentar sus propios miedos y a buscar la libertad que solo la verdad puede otorgar.

 

La historia de Zulinka, hija de Rubby Pérez, es un relato de dolor, miedo y finalmente de esperanza y liberación.

Su testimonio rompe con la imagen perfecta del ídolo del merengue y muestra que detrás de la fama pueden esconderse realidades dolorosas que merecen ser escuchadas y atendidas.

 

Al compartir su verdad, Zulinka no solo se libera a sí misma, sino que también abre un camino para otros que sufren en silencio, recordándonos que el amor verdadero nunca debe causar miedo ni dolor.

Su historia es un llamado a la valentía, a la justicia y a la sanación, y un ejemplo poderoso de que la verdad puede transformar vidas.

.

.

.

.

.

.

.

.

.

.

.

.

.