La tragedia que conmocionó a Santo Domingo Norte dejó marcas imborrables en muchas personas, pero pocas tan profundas como la que vivió Miguel Marte, jefe de la Defensa Civil y coordinador de gestión de riesgos de la alcaldía.
Miguel no solo dirigió las operaciones de rescate, sino que fue el hombre que, con sus propias manos, encontró el cuerpo de Rubí Pérez bajo toneladas de escombros.
Su relato, guardado en silencio durante mucho tiempo, revela la cruda realidad de aquel día y la dignidad con que se manejó cada paso en medio del desastre.
Apenas minutos después del derrumbe, Miguel recibió la llamada que cambiaría su vida para siempre.
Sin dudarlo, se dirigió al lugar donde el caos reinaba absoluto.
Al llegar, el ambiente era indescriptible: personas corriendo, gritos, llantos, polvo espeso que cubría todo como una neblina.
La estructura no había colapsado completamente, pero grandes vigas de concreto pendían peligrosamente, listas para caer en cualquier momento.
Miguel comenzó coordinando la entrega de alimentos y suministros, pero pronto sintió la necesidad de involucrarse directamente en el rescate.
Entrar al lugar era un riesgo extremo, pero su corazón y vocación le impidieron quedarse al margen.
El rescate fue una labor titánica.
Entre los restos, grandes vigas colgaban como cuchillas, y el centro del edificio carecía de soporte, lo que hacía la operación aún más peligrosa.
A pesar de esto, Miguel y su equipo lograron salvar entre 30 y 40 personas, aunque no todos sobrevivieron.
A medida que avanzaba la noche, las esperanzas de encontrar sobrevivientes se reducían y el silencio se hacía más pesado.
En medio de esta difícil labor, surgió el nombre de Rubí Pérez.
Se creía que estaba atrapado en una zona restringida, donde dos vigas colgaban peligrosamente, prohibiendo el acceso.
Sin embargo, Miguel sintió que debía intentarlo.
Con paciencia y mucho cuidado, comenzaron a retirar escombros centímetro a centímetro.
Fue entonces cuando Miguel vio algo que lo marcó para siempre: el pedal de un micrófono sobresaliendo entre los restos.
Poco a poco, descubrió la punta de un zapato negro, una pierna, una mano… y finalmente el rostro de Rubí.
Sabía que era él, estaba sin vida, pero entero.
Lo envolvieron con un respeto profundo, como si todo el país estuviera observando ese momento.
Miguel recuerda cómo palpó con cuidado las piernas para confirmar detalles, pues Rubí usaba una prótesis.
La escena quedó grabada en su alma, no solo por quién era Rubí, sino por la energía que se sintió en todo el lugar, como si el mismo edificio reconociera que el cantante había sido encontrado.
El rescate no terminó al sacar el cuerpo.
La viga que colgaba peligrosamente sobre Rubí representaba un riesgo mortal.
Cualquier movimiento equivocado podía causar un desastre mayor o dañar el rostro del cantante.
Por eso, improvisaron soportes con materiales a mano, un acto impulsado por el instinto y la vocación más que por los protocolos.
Miguel no quiso hablar con las autoridades ni informar hasta que todo estuviera bajo control.
La grúa comenzó a levantar la viga lentamente, mientras un silencio profundo se apoderaba del lugar.
Los demás rescatistas se retiraron, conscientes del peligro, pero Miguel y un joven bombero permanecieron, removiendo escombros hasta llegar a Rubí.
Una fotografía capturó ese instante: dos hombres en silencio, rescatando a otro con el alma.
Días después, Miguel entregó personalmente los lentes intactos de Rubí a su hermano, con una humanidad que trascendió la solemnidad.
Miguel ha enfrentado muchas emergencias en su carrera, pero nada como esta tragedia.
El peso emocional, la impotencia y el dolor que vivió marcaron su vida para siempre.
Su mensaje es claro: debemos amarnos más, ser solidarios y tener compasión, porque en un instante todo puede cambiar.
Durante la Guardia de Honor en el Teatro Nacional, Miguel sintió que había hecho lo correcto, aunque fue una experiencia desgarradora.
Estar en el lugar indicado para hacer lo impredecible, enfrentar la realidad aunque doliera, fue un acto de valentía y amor.
En medio del desastre, circularon rumores sobre pérdidas de pertenencias y comportamientos egoístas.
Miguel desmiente categóricamente estas versiones.
Cada objeto encontrado era cuidadosamente identificado y entregado a las autoridades.
Los rescatistas no tenían tiempo ni intención de apropiarse de nada; su único objetivo era devolver vidas o restos con dignidad.
Los primeros momentos fueron caóticos, con familias desesperadas ofreciendo recompensas para salvar a sus seres queridos.
Sin embargo, los rescatistas mantuvieron un código de honor estricto, tratando cada cuerpo con ternura y respeto.
Miguel también aclara un punto doloroso: Rubí no tuvo una segunda oportunidad.
Su partida fue inmediata.
No hubo gritos ni intentos de sobrevivir tras el colapso.
Lo hallaron sobre una tarima sólida que nunca se fracturó, lo que evitó una caída a niveles inferiores que quizás le habrían dado una oportunidad más.
Este hecho fue comunicado a la familia con compasión, porque la verdad también duele, pero es necesaria para cerrar heridas.
Rubí Pérez fue más que un cantante; fue un símbolo de esperanza y resiliencia.
Su vida estuvo marcada por desafíos y luchas internas que pocos conocían.
Su música, sin embargo, siempre fue un refugio para él y para quienes lo escuchaban.
Miguel recuerda que Rubí era un hombre generoso, lleno de luz pero también de sombras, que enfrentó sus demonios con valentía.
Su legado sigue vivo en cada nota y en cada corazón que lo recuerda.
Finalmente, Miguel no olvida al joven bombero que fue su sombra y apoyo durante todo el rescate.
Sin palabras, con una entrega silenciosa, fue su hermano de lucha en esa noche oscura.
Su presencia le dio la fuerza para seguir cuando todo dentro de él clamaba por rendirse.
Miguel agradece a ese héroe anónimo y a todos los que, sin uniformes relucientes ni aplausos, dieron lo mejor de sí para honrar la vida y dignidad de quienes quedaron atrapados bajo los escombros.
Este testimonio no solo revela la cruda realidad de una tragedia, sino que también nos invita a reflexionar sobre el valor del respeto, la solidaridad y la humanidad en los momentos más difíciles.
La historia de Miguel Marte y Rubí Pérez es un recordatorio eterno de que, incluso en la oscuridad, la luz de la dignidad y el amor puede brillar con fuerza.
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