Frank Moro fue uno de los galanes más recordados de las telenovelas latinoamericanas de las décadas de 1970 y 1980.
Su rostro, su elegancia y su talento lo convirtieron en un referente de la televisión mexicana y en un símbolo de la época dorada de las producciones de Ernesto Alonso.

Sin embargo, detrás del brillo de las cámaras, se escondía una vida marcada por la nostalgia, el exilio y una muerte inesperada que puso fin a una carrera prometedora.
Su historia es la de un hombre que cruzó fronteras para seguir sus sueños, pero que el destino se llevó demasiado pronto.
Francisco Morón Rueda, conocido artísticamente como Frank Moro, nació el 11 de enero de 1944 en Holguín, un pequeño pueblo de la región oriental de Cuba.
Hijo de Ildefonso Morón y Margot Rueda, creció en una familia sencilla junto a sus hermanos Fernando y Flor.
Desde joven mostró inclinaciones artísticas, pero su vida cambió radicalmente con el triunfo de la Revolución Cubana en 1959.
Frank, como muchos otros jóvenes de su generación, no compartía las ideas del nuevo régimen encabezado por Fidel Castro.
En busca de libertad y oportunidades, decidió abandonar la isla siendo aún muy joven.
Su primer destino fue Puerto Rico, donde comenzó desde abajo, trabajando en pequeños papeles hasta ganarse un lugar en la industria televisiva.
Su atractivo físico, porte elegante y talento interpretativo pronto llamaron la atención de los productores.

Así consiguió su primer papel relevante en la telenovela Solamente Tú, protagonizada por Braulio Castillo y Martita Martínez.
Este fue el punto de partida de una carrera que lo llevaría a convertirse en uno de los galanes más populares del Caribe.
A mediados de los años 70, la producción de telenovelas en Puerto Rico comenzó a disminuir, mientras que México emergía como el epicentro del melodrama televisivo latinoamericano.
En ese contexto, el legendario productor Ernesto Alonso viajó al Caribe en busca de nuevos talentos.
Tras realizar una encuesta entre los televidentes, el nombre de Frank Moro se repitió una y otra vez.
Alonso no dudó en contactarlo y lo convenció de mudarse a México, una decisión que cambiaría la vida del actor para siempre.
Su debut en la televisión mexicana fue en 1975 con la telenovela Paloma, protagonizada por Ofelia Medina y Andrés García.
Frank interpretó a Raúl, un papel que lo dio a conocer en todo el país.
Desde entonces, su carrera tomó impulso y se consolidó como uno de los galanes más solicitados del momento.
Su elegancia natural y su capacidad para interpretar personajes complejos le permitieron participar en una larga lista de producciones exitosas.
Durante la década de los 80, Frank Moro vivió su mejor etapa profesional.
Participó en producciones emblemáticas como Conflictos de un médico (1980), basada en la novela Alma y carne de Caridad Bravo Adams, donde compartió créditos con Victoria Ruffo, Úrsula Pratts y José Roberto.
Un año más tarde protagonizó Al rojo vivo (1981), dirigida por Alfredo Saldaña, al lado de Alma Muriel y Carlos Ancira, consolidándose como una figura principal en el universo de las telenovelas.
En 1982, volvió a trabajar con Ernesto Alonso en El amor nunca muere, una adaptación de La mentira, también de Caridad Bravo Adams, compartiendo escena con Christian Bach, Sylvia Pasquel y Rebecca Jones.
Un año después llegó uno de sus papeles más recordados: el de Bodas de odio (1983), una historia intensa que marcó un antes y un después en la televisión mexicana.
En ella interpretó un papel protagónico junto a Christian Bach y Miguel Palmer, dejando una huella imborrable en la memoria del público.
Frank también se aventuró en otros géneros.
En 1984 protagonizó la teleserie Soltero en el aire, una comedia ligera producida por Humberto Navarro, que mostró su faceta más versátil.
Más tarde, en 1986, regresó al drama con El engaño, donde compartió créditos con Erika Buenfil, Guillermo García Cantú y Luz María Jerez.
Esta producción abordó temas poco comunes en las telenovelas de la época, como el nazismo y la persecución a los judíos, y fue una de las más arriesgadas de Ernesto Alonso.
Además de su éxito en televisión, Frank Moro también dejó huella en el cine mexicano.
Participó en películas que combinaban acción, drama y romance, y que hoy son consideradas parte del cine popular de los 80.
En 1984 actuó en Amar en Nueva York, junto a Charytín Goyco y Julio Alemán.
Un año más tarde filmó El secuestro de Lola, con Isela Vega y Emilio “El Indio” Fernández, y en 1986 participó en Maten al fugitivo al lado de Agustín Bernal.
En 1988 trabajó en Justa venganza junto a Abril Campillo y Eric del Castillo, y en 1989 en Que viva el merengue y la lambada, una cinta musical muy popular en su momento.
Su última participación cinematográfica fue en Lola la trailera 3 (1991), al lado de Rosa Gloria Chagoyán, una producción emblemática del cine de acción mexicano.
Ese mismo año grabó su última telenovela, Atrapada, nuevamente bajo la producción de Ernesto Alonso y protagonizada por Christian Bach y Héctor Bonilla.
Frank Moro fue reconocido por su talento y carisma en diversos países.
Recibió dos premios ACE en Nueva York como Mejor Actor por sus actuaciones en Al rojo vivo y Bodas de odio, lo que reafirmó su proyección internacional.
Además, durante un tiempo fue conductor del programa Mundo Latino en la cadena Univisión, junto a la también cubana Lucy Pereda, demostrando su versatilidad frente a las cámaras.
En su vida personal, se casó una vez mientras vivía en Puerto Rico, aunque posteriormente se divorció.
Tuvo un hijo que también lleva su nombre, Frank, y mantuvo siempre una relación cercana con su familia.
En sus últimos años se estableció en Miami, donde alternaba trabajos como actor y presentador, mientras planeaba regresar a México para nuevos proyectos.

El 21 de junio de 1993, Frank Moro falleció repentinamente en Miami a causa de un infarto fulminante.
Tenía solo 49 años.
La noticia conmocionó a la comunidad artística latinoamericana.
Amigos, compañeros y fanáticos lamentaron la partida de un hombre que, pese a su corta vida, dejó una huella imborrable en la televisión y el cine.
Su estilo sobrio, su voz profunda y su elegancia clásica lo convirtieron en un símbolo de una época donde los galanes encarnaban tanto la pasión como la nobleza.
A más de tres décadas de su fallecimiento, Frank Moro sigue siendo recordado como uno de los rostros más emblemáticos de las telenovelas mexicanas.
Su carrera fue breve, pero intensa; su paso por la pantalla, luminoso y lleno de profesionalismo.
Representó una generación de actores extranjeros que encontraron en México un hogar artístico y ayudaron a consolidar la industria televisiva como un fenómeno cultural internacional.
El público que lo vio en Bodas de odio, El amor nunca muere o Atrapada aún recuerda su mirada melancólica y su elegancia natural.
Frank Moro no solo fue un actor talentoso, sino también un hombre que encarnó la lucha por los sueños y la pasión por el arte, incluso lejos de su tierra natal.
Murió joven, pero su legado continúa vivo en la memoria colectiva de quienes crecieron viéndolo en la pantalla.
Su historia es la de un artista que se reinventó a sí mismo, cruzó fronteras y dejó un legado imborrable en la historia del entretenimiento latinoamericano.