Rubby Pérez triste por su burro desaparecido y truena por haitianos

Rubby Pérez, una de las voces más queridas del merengue dominicano, ha vuelto a ser noticia recientemente, pero esta vez no por su música, sino por una situación que ha conmovido a muchos de sus seguidores: la desaparición de su burro, Ignacio.

Lo que podría parecer una anécdota menor ha revelado un costado muy humano y sensible del artista, al mismo tiempo que ha servido como plataforma para expresar preocupaciones más profundas sobre la sociedad dominicana actual.

Rubby Pérez ofrece recompensa de 500 dólares por su burro Ignacio -  Remolacha - Noticias Republica Dominicana

La historia de Ignacio, el burro, comenzó como algo entrañable y lleno de ternura.

Rubby, que desde hace años vive rodeado de naturaleza en su finca, encontró en este animal un compañero inesperado.

No era simplemente un burro de carga o una pieza más en su propiedad rural, sino un amigo, un ser con el que compartía momentos cotidianos y que llegó a tener incluso su propia cuenta de Instagram.

Ignacio se convirtió en un símbolo de paz y conexión con la tierra, un reflejo del estilo de vida que Rubby tanto valora.

 

Cuando Ignacio desapareció, Rubby no dudó en alzar su voz.

En una emotiva entrevista, confesó el dolor profundo que le ha causado esta pérdida.

No se trata solo del valor físico del animal, sino del lazo emocional que habían creado.

Habló de Ignacio con una ternura que sorprendió a muchos, y que puso en evidencia una sensibilidad cada vez menos común en una sociedad dominada por la velocidad, la indiferencia y el desinterés por lo esencial.

Lo más doloroso para el merenguero fue notar cómo muchas personas reaccionaron con burla o incredulidad ante su tristeza, minimizando el valor de un vínculo que, para él, es tan real como cualquier relación humana.

 

Con la esperanza de recuperar a Ignacio, Rubby ofreció una recompensa que inicialmente fue de 10,000 pesos dominicanos, pero que posteriormente aumentó a 15,000, reflejando cuánto significaba para él.

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Dijo, con fe, que si el burro lograba liberarse, su memoria lo guiaría de regreso a casa.

Este detalle no es menor: demuestra la profunda conexión que Rubby siente por los animales, y su creencia en su inteligencia y sensibilidad.

 

En medio del relato sobre la desaparición de Ignacio, Rubby aprovechó la oportunidad para reflexionar sobre lo que considera una alarmante pérdida de sensibilidad en la sociedad actual.

Recordó su infancia en el campo, donde los animales eran tratados con respeto y cariño.

Donde cada árbol tenía un propósito, y cada ser vivo merecía atención y cuidado.

Su abuela, a quien recuerda con infinito amor, le enseñó esos valores: cuidar a los animales, sembrar con respeto, y tratar a todos los seres con dignidad.

Hoy, dice con tristeza, ve cómo esa conciencia se ha desvanecido.

La gente ya no se conmueve por la desaparición de un animal.

Peor aún, tampoco parece preocuparse por los ancianos, los niños o la naturaleza misma.

 

Pero Rubby no se detuvo ahí.

Con la misma honestidad con la que habló de Ignacio, abordó otro tema delicado: la situación de los haitianos en la República Dominicana.

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Aclaró desde el principio que siente respeto y afecto por el pueblo haitiano, con el que comparte una isla y una historia llena de matices.

Sin embargo, expresó su preocupación por lo que percibe como un desbalance en la manera en que se están gestionando ciertos aspectos sociales, especialmente en el ámbito educativo.

 

Contó que ha recibido informes de padres dominicanos cuyos hijos han sido desplazados de sus aulas por el creciente número de estudiantes haitianos en las escuelas públicas.

Esta situación, según Rubby, pone en evidencia una problemática más profunda que tiene que ver con la gestión de los recursos, la capacidad del sistema educativo y la necesidad de salvaguardar la identidad nacional.

Él no plantea una exclusión por razones de odio ni xenofobia, sino desde una preocupación genuina por el futuro del país.

Cree firmemente que los dominicanos deben tener prioridad en su propio sistema educativo, y que los niños dominicanos no deben ser marginados en sus propias aulas.

 

Además, subrayó que la transculturización es un fenómeno real que debe ser discutido.

A su juicio, la República Dominicana corre el riesgo de perder parte de su identidad si no se toman medidas para preservar sus costumbres, su idioma y su herencia cultural.

No se trata, insiste, de rechazar al otro, sino de proteger lo propio con la misma pasión con la que se respeta la diversidad.

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Rubby habló de la necesidad de políticas más claras, de una gestión estatal responsable y de una sociedad que se involucre activamente en estas discusiones.

 

Lo que más sorprende al escuchar a Rubby Pérez es la sinceridad de sus palabras.

No busca protagonismo, no dramatiza para ganar atención mediática.

Habla desde el corazón, como un hombre que ha vivido mucho, que ha conocido la fama, pero que no ha perdido el contacto con la tierra, con la gente y con los valores que lo formaron.

Su tristeza por Ignacio no es una historia ridícula ni superficial; es una muestra de que todavía existen personas capaces de sentir profundamente por un ser indefenso.

Y sus opiniones sobre la situación nacional, aunque polémicas para algunos, reflejan una preocupación legítima por el rumbo que está tomando su país.

En tiempos donde el ruido y la polémica a menudo se imponen sobre la reflexión, Rubby Pérez nos recuerda que el arte, la sensibilidad y la conciencia social pueden coexistir.

Que un cantante puede también ser un defensor de causas nobles, y que el amor por un burro puede ser tan poderoso como el amor por la patria.

Su historia con Ignacio, y sus palabras sobre el presente de la República Dominicana, son un llamado a mirar con más compasión, a escuchar con más atención, y a actuar con más responsabilidad.

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