Durante décadas, Sergio Goyri fue uno de los rostros más emblemáticos y reconocibles de la televisión mexicana.
Su ceja levantada, mirada penetrante y personajes de villano implacable cautivaron a millones de espectadores, convirtiéndolo en un referente del género dramático.
Sin embargo, a sus casi 70 años, la vida le ha dado un giro inesperado y radical: de firmar autógrafos en alfombras rojas y ser el antagonista temido en las telenovelas, ahora dirige un taller mecánico donde aprieta tuercas y llena sus manos de grasa, lejos del brillo de los reflectores y el glamour del espectáculo.
Antes de convertirse en el villano icónico de la televisión, Sergio Goyri tenía otros sueños y aspiraciones muy diferentes.
Desde joven, su pasión era el fútbol, inspirado por su tío Aarón Padilla, una leyenda del Club Pumas de la UNAM.
Con esa sangre futbolera corriendo por sus venas, Sergio llegó a entrenar con la cantera universitaria y tuvo la oportunidad de cruzarse con figuras como Hugo Sánchez, quien más tarde se convertiría en una estrella mundial.
Sin embargo, la falta de matrícula en la UNAM le cerró las puertas para jugar profesionalmente con Pumas, y aunque intentó con el Club América, su sueño se desvaneció rápidamente.
Terminó en la banca, con la pelota escapándosele entre los dedos, y el silbato final del fútbol sonó para él antes de tiempo.
Ante este fracaso, su padre le sugirió probar suerte en la tauromaquia, pero Sergio, valiente pero pragmático, decidió que prefería evitar ese riesgo y buscar otras opciones.
Tras abandonar el fútbol, Sergio enfrentó tiempos difíciles.
Para sobrevivir, comenzó a vender ropa interior, soportando burlas y humillaciones que lo marcaron profundamente.
Sin embargo, su destino cambió gracias a sus lazos familiares con productores y personas influyentes en la industria del entretenimiento.
Su madre era prima de productores que organizaban fiestas donde el tequila y los contactos fluían libremente.
Fue en ese ambiente donde Sergio conoció a figuras como Valentín Trujillo y Lucía Méndez, y descubrió el mundo de las fotonovelas, una forma de novela congelada en fotos con globos de diálogo que se vendían en los puestos de revistas.
Con la ayuda de un agente llamado León, comenzó a posar para fotos y poco a poco su rostro apareció en portadas que viajaban por el metro de la Ciudad de México.
Su salto a la pantalla grande fue rápido, debutando en 1979 en películas de bajo presupuesto que, aunque no eran grandes producciones, fueron suficientes para poner su nombre en los créditos.
Paralelamente, trabajó en teatro y buscó incansablemente oportunidades en Televisa, donde su misión diaria era cruzarse accidentalmente con Ernesto Alonso, uno de los productores más poderosos de la época.
Su perseverancia rindió frutos cuando en 1983 consiguió un papel importante en la telenovela “La Maldición”, interpretando a César de Martino, un personaje que lo catapultó al éxito.
A partir de entonces, Sergio se convirtió en uno de los villanos más memorables de la televisión mexicana, conocido por su intensidad y presencia en pantalla.
Sin embargo, la fama también trajo problemas.
En un momento, Sergio causó preocupación al ausentarse sin permiso para filmar una película en Estados Unidos, lo que casi le cuesta su carrera.
Pero su honestidad y firmeza le ganaron el respeto de Ernesto Alonso, quien no solo lo perdonó sino que terminó apadrinando a su primer hijo.
Durante los años 90, Sergio incursionó en el cine de acción, protagonizando películas llenas de balas y persecuciones, y aunque probó suerte en la comedia, el público prefería verlo como el villano rudo.
Su carácter explosivo y mal humor comenzaron a marcar su relación con la prensa, volviéndose conocido por su trato ríspido y su defensa férrea de su privacidad.
Sergio Goyri tuvo una vida sentimental intensa y pública.
Con Luisa Álvarez tuvo tres hijos, luego se casó con Tel Filipini, con quien compartió 22 años y dos hijos más.
Posteriormente, mantuvo una relación con Noir Aroda y finalmente encontró el amor con Lupita Arreola, una agente inmobiliaria que se ha convertido en su pareja actual.
Sin embargo, un escándalo marcó su carrera de manera irreversible: en 2018, durante la premiación de la película “Roma” de Alfonso Cuarón, Sergio fue grabado haciendo comentarios clasistas y racistas hacia Yalitza Aparicio, la protagonista indígena nominada al Óscar.
La filtración del audio causó indignación masiva y llevó a que Televisa lo vetara, cancelando contratos y proyectos futuros.
Tras el escándalo, Sergio perdió su lugar en la televisión abierta y tuvo que reinventarse.
Recordando su afición por los autos y la mecánica, invirtió sus ahorros para abrir un taller boutique en las afueras de la Ciudad de México, donde restaura carros clásicos americanos, como Chargers y Mustangs.
Aunque ya no está en la cima del entretenimiento, vive con solvencia gracias a sus inversiones y al taller, y mantiene una relación estable con Lupita Arreola, con quien planea boda.
Su vida ahora transcurre entre motores y atardeceres, lejos del brillo de los reflectores, pero con la dignidad intacta.
La historia de Sergio Goyri es un reflejo de la fragilidad de la fama y cómo un error puede derrumbar una carrera construida durante décadas.
Su caso también evidencia la cultura de la cancelación en la era digital, donde un tropiezo se convierte en sentencia definitiva.
Sin embargo, Sergio ha recibido ofertas para regresar a la actuación en plataformas de streaming, donde productores jóvenes ven en él un potencial para papeles de redención o cameos con humor autorreferencial.
Él mismo expresa su deseo de ser recordado por su trabajo y no por su error, buscando una segunda oportunidad con dignidad.
Sergio Goyri pasó de ser el villano temido en millones de hogares a un mecánico que pule motores y ajusta tuercas, demostrando que la vida puede dar giros inesperados.
Su historia no solo habla de caídas y renacimientos, sino también de la complejidad humana detrás del personaje público.
El veredicto sobre su futuro está en manos del público y la industria, quienes decidirán si merece una segunda oportunidad o si su legado quedará marcado por un solo error.
Mientras tanto, Sergio sigue adelante, con la esperanza de que el tiempo suavice la memoria colectiva y le permita volver a brillar en otro escenario.
La historia de Sergio Goyri es también una lección sobre el poder de la reinvención y la importancia de enfrentar las consecuencias de nuestros actos, buscando siempre la redención y la dignidad.
