En la historia del cine mexicano, muchos actores lograron conquistar el corazón del público con su talento y carisma.
Sin embargo, detrás de las sonrisas y las risas que provocaban en la pantalla, a menudo se ocultaban secretos oscuros y tragedias personales que pocos se atrevían a revelar.
Este es el caso de Jesús René Ruiz, mejor conocido como Tuntún, un comediante entrañable que acompañó al legendario Germán Valdés “Tin Tan” y que, a pesar de su éxito, vivió atormentado por una maldición que marcó su vida hasta el final.
Tuntún fue un ícono de la época dorada del cine mexicano.
Su baja estatura y su carisma lo convirtieron en un personaje querido por millones, capaz de arrancar carcajadas con solo aparecer en pantalla.
Sin embargo, detrás de esa imagen alegre y simpática, se escondía una historia que jamás apareció en los titulares ni en las revistas de espectáculos.
A mediados de la década de 1960, cuando su fama ya estaba consolidada, Jesús René Ruiz conoció a una mujer mesera en un bar muy concurrido en la Ciudad de México.
Esta mujer no era común; tenía fama de practicar artes oscuras y brujería.
Sus rituales incluían rezos en lenguas desconocidas y el uso de frascos con animales muertos para sus hechizos.
La mirada fría y la ausencia de sonrisas sinceras la hacían temible para quienes la conocían.
De esa relación nació una hija, pero Tuntún decidió no reconocerla públicamente. Temía el escarnio social y el impacto negativo en su carrera artística.
Creyó que ese capítulo quedaría enterrado para siempre, pero la realidad fue otra. La niña creció rodeada de prácticas esotéricas, altares con velas negras y un resentimiento profundo hacia su padre ausente.
Con el paso del tiempo, la hija se convirtió en una mujer marcada por la brujería y el odio hacia Tuntún. En 1992, ya en la madurez, regresó para exigirle apoyo, reconocimiento y dinero.
Lo que pudo haber sido un intento de reconciliación se transformó en una confrontación llena de rabia y reproches. Las discusiones subieron de tono hasta llegar a una noche fatídica.
Durante una acalorada discusión, Tuntún tomó una pistola. No está claro si su intención era asustar o si perdió el control, pero un disparo salió y alcanzó a su hija en el pecho.
En sus últimos momentos, ella le susurró con una extraña calma y una sonrisa perturbadora: “Padre, no descansaré hasta llevarte conmigo al infierno.
” Estas palabras marcaron el inicio de una pesadilla que perseguiría al comediante hasta su muerte.
Desde aquella noche, sucesos inexplicables comenzaron a ocurrir en la casa de Tuntún.
Las luces se apagaban y encendían solas, espejos mostraban la silueta de una mujer ensangrentada, y vecinos escuchaban gritos de agonía durante la madrugada.
Los perros del actor aullaban desesperados, mirando hacia rincones vacíos donde parecía haber una presencia invisible.
Tuntún dejó de dormir. Cada noche, a las 3 de la madrugada, escuchaba pasos pequeños recorriendo el pasillo y la puerta de su habitación se abría lentamente.
Una voz tenue pero firme le decía: “Papá, ya vengo por ti.” Desesperado, buscó ayuda en sacerdotes de distintas parroquias quienes intentaron bendecir la casa, pero muchos de ellos se sintieron abrumados por una presencia oscura.
Algunos vomitaron al cruzar la puerta, otros sintieron una presión en el pecho y se negaron a regresar.
Sin encontrar alivio, recurrió a brujos de Catemaco, famosos por sus rituales ancestrales con gallinas negras y humo espeso.
Sin embargo, todos coincidieron en que la maldición era demasiado poderosa. La conclusión fue devastadora: la hija era una bruja y él mismo la había matado.
No había poder humano para detener su espíritu vengativo.
A partir de entonces, la vida de Jesús René Ruiz se convirtió en un infierno viviente. Vecinos reportaban escuchar sus gritos en la madrugada, suplicando que lo dejaran en paz.
Un sobrino lo encontró temblando en la sala, con los ojos hundidos, asegurando que sombras oscuras lo jalaban de los pies cada vez que cerraba los ojos.
El 15 de octubre de 1993, el destino alcanzó a Tuntún. Fue encontrado muerto en su cama.
La versión oficial habló de un infarto fulminante, pero quienes estuvieron allí relataron una escena aterradora: su cuerpo rígido, ojos abiertos en expresión de espanto y la boca congelada en un grito silencioso.
En la pared frente a su cama, alguien había escrito con letras negras y torcidas: “Ahora estás conmigo, padre.”
Los perros aullaban desesperados y la habitación se oscureció de repente. Una risa grave, femenina y profunda resonó desde todas las paredes, como si el mismo infierno hubiera cobrado lo que se le debía.
Tras su muerte, la casa quedó marcada por la presencia de lo inexplicable. Ningún inquilino pudo soportar vivir allí más de una semana.
Todos aseguraban escuchar risas infantiles, pasos en los pasillos y ver la silueta de una mujer ensangrentada caminando entre las habitaciones.
A pesar de esta historia oscura, para el público Tuntún siempre será recordado como un hombre entrañable y un comediante capaz de arrancar sonrisas con su sola presencia.
Pero detrás de esa imagen luminosa, quedó grabada una advertencia escalofriante sobre cómo la luz del espectáculo puede ocultar las sombras más profundas.
La historia de Jesús René Ruiz, “Tuntún”, invita a reflexionar sobre los secretos que se esconden tras las figuras públicas y sobre las consecuencias de los actos no resueltos.
¿Fue realmente víctima de una maldición sobrenatural? ¿O simplemente una cadena de tragedias y coincidencias desafortunadas? Sea cual sea la verdad, su vida y muerte quedaron marcadas por un misterio que sigue fascinando y estremeciendo a quienes conocen su historia.
Tuntún, el hombre que hizo reír a México, también vivió atormentado por fantasmas que nunca pudo dejar atrás.
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