La partida de Eduardo Manzano, una de las figuras más queridas de la comedia mexicana, conmocionó a todo México.

Sin embargo, detrás de la imagen pública y las carcajadas que regaló durante décadas, hubo una historia de lucha, amor y despedida que su esposa Susana decidió compartir entre lágrimas, revelando el trágico final de su amado esposo.
Eduardo Manzano y Susana enfrentaron juntos años de dificultades relacionadas con la salud del comediante.
Todo comenzó con complicaciones en las vías biliares que derivaron en una serie de hospitalizaciones, tratamientos y noches sin descanso.
A pesar del desgaste físico, Susana nunca se separó de su lado, permaneciendo firme y esperanzada en que él encontraría la fuerza para seguir adelante.
Susana vivía cada día con la esperanza de encontrar una señal, una chispa de vida que indicara que Eduardo aún tenía tiempo.
Su amor y dedicación fueron el sostén de Eduardo en esos momentos oscuros, cuando la fragilidad del cuerpo parecía querer apagar la luz de un hombre que había iluminado escenarios y corazones con su talento y humor.
El 5 de diciembre, Susana despertó antes que el resto de la familia.
La noche había sido larga y llena de inquietudes; no lograba conciliar el sueño.
Con cuidado, abrió la puerta de la habitación donde descansaba Eduardo y lo observó profundamente dormido.
Su respiración era lenta y tranquila, pero una intuición profunda le indicó que debía acercarse más.
Sentada junto a él, tomó su mano y recordó los años dorados de su carrera: los escenarios, los personajes, las risas compartidas.
La nostalgia la invadió, pero también la fortaleza para acompañar a su esposo en sus últimos momentos.
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Durante ese día, la familia se turnó para acompañar a Eduardo, pero Susana fue quien permaneció inquebrantable a su lado.
No hubo llanto ni palabras, solo un silencio lleno de amor y presencia.
Cuando el sol comenzó a elevarse, Susana percibió un cambio sutil en la respiración de su esposo, un quiebre que solo un amor profundo puede reconocer.
Con delicadeza, Susana lo sostuvo, sintiendo cómo su respiración se hacía cada vez más tenue.
Eduardo se fue en paz, rodeado por quienes lo amaban, dejando un vacío inmenso pero también una herencia de amor y recuerdos imborrables.
Los hijos entraron a la habitación y encontraron a su madre con la mirada fija en Eduardo, en un acto de despedida silenciosa que solo ella podía dar.
El médico confirmó el fallecimiento con respeto y sin dramatismos.
Aunque Susana no lloró de inmediato, las lágrimas llegaron después, cuando su alma comenzó a comprender la magnitud de la pérdida.
El hogar que durante años fue testigo de risas y momentos felices ahora estaba sumido en un silencio respetuoso, en una tristeza que parecía imposible de superar.
Sin embargo, Susana comenzó a recordar en voz baja los momentos compartidos, las risas en medio de la adversidad, la ternura oculta tras el carácter fuerte de Eduardo.

Los días previos a la muerte de Eduardo estuvieron marcados por una mezcla dolorosa de esperanza y resignación.
Susana dormía poco, vigilando cada respiración y gesto de su esposo.
Aprendió a interpretar sus necesidades, a aliviar su dolor con caricias y cuidados constantes.
Para ella, esas tareas no eran una carga, sino la expresión más pura de amor.
La familia respetaba el espacio de Susana, consciente de que su vínculo con Eduardo era irrompible y que esos momentos a solas eran irrepetibles.
Cada rincón de la casa evocaba recuerdos de Eduardo en su mejor momento: su cuaderno de ideas, el sillón donde reía, las fotografías familiares que narraban una vida llena de amor y complicidad.
La noche antes de su muerte, Eduardo apenas podía hablar, pero sus ojos seguían transmitiendo un amor profundo y un mensaje que solo Susana pudo entender.
En un gesto lleno de ternura, le pidió que se quedara junto a él.
Susana apoyó su cabeza en su pecho y sintió cómo su corazón latía con una mezcla de cansancio y alegría por su presencia.
Las últimas palabras de Eduardo fueron un pedido para que lo recordaran no por su partida, sino por el amor que les dio.
Minutos después, su corazón se detuvo, y Susana supo que su mundo había cambiado para siempre.

Para Susana, la muerte de Eduardo no fue el final, sino el inicio de un duelo profundo y difícil.
La ausencia física de su esposo dejó un vacío inmenso, pero también una presencia constante en sus recuerdos, en su voz y en el amor que compartieron.
Aunque el dolor es inmenso, Susana decidió contar esta historia no para provocar tristeza, sino para honrar la vida de un hombre que amó hasta el último segundo y que dejó una huella imborrable en quienes lo conocieron.
El relato de Susana nos muestra a un Eduardo Manzano más allá del comediante, como un ser humano lleno de amor, fragilidad y fuerza.
Su historia es un recordatorio de que detrás de cada figura pública hay una vida privada llena de emociones, luchas y despedidas.
Susana camina ahora un nuevo camino, acompañada por la memoria y el amor de Eduardo, convencida de que mientras se le recuerde, él nunca morirá realmente.