Cinco Personas, Cero Perdón: La Lista que Paola Durante Guardó Durante 25 Años
A los 50 años, cuando el tiempo ya no promete segundas oportunidades y la memoria pesa más que el miedo, Paola Durante decidió decirlo sin rodeos: hay cinco personas a las que nunca perdonará.

No fue una declaración impulsiva ni un arrebato emocional.
Fue el resultado de más de dos décadas cargando una historia que la marcó para siempre y que el país creyó entender… sin escucharla.
Paola Durante quedó atrapada para siempre en uno de los episodios más oscuros de la televisión mexicana: el asesinato de Paco Stanley en 1999.
En cuestión de horas pasó de ser una edecán más del espectáculo a convertirse en uno de los rostros más señalados del caso.
Fue detenida, exhibida, juzgada en los medios y condenada por la opinión pública antes que por cualquier tribunal.

Aunque años después recuperó su libertad, su nombre jamás volvió a ser el mismo.
A los 50 años, Paola ya no habla para defenderse.
Habla para cerrar.
La primera persona que nombró fue quien la señaló sin pruebas.
No necesitó decir el nombre: se refirió a quien, desde una posición de poder mediático, construyó una narrativa que la colocó como culpable ante millones.
“No me destruyó la cárcel —admitió—, me destruyó que me llamaran asesina sin una sola prueba”.
Ese daño, dijo, no prescribe.
La segunda fue quien se salvó guardando silencio.

Alguien que sabía más de lo que dijo, que pudo aclarar hechos clave y eligió protegerse.
Para Paola, ese silencio fue una traición mayor que cualquier acusación directa.
“Callar también es una forma de condenar”, sentenció.
La tercera persona fue quien la utilizó como cortina de humo.
Paola habló de cómo ciertas figuras desviaron la atención, permitiendo que el foco mediático cayera sobre ella mientras otros quedaban fuera del escrutinio.
“Yo fui el cuerpo que ofrecieron para calmar al país”, dijo con una calma que heló la conversación.
La cuarta fue quien la abandonó cuando más lo necesitaba.
Amigos, colegas, personas que antes sonreían para las cámaras y que desaparecieron en cuanto su nombre se volvió tóxico.

No fue la cárcel lo que más dolió, confesó, sino el vacío absoluto.
“Aprendí quién estaba solo mientras me esposaban”.
La quinta, la más íntima, fue quien lucró con su desgracia.
Programas, periodistas y productores que hicieron rating con su imagen, repitieron su rostro una y otra vez y la convirtieron en villana de una historia incompleta.
“Mi dolor fue negocio”, dijo.
Y ese, aseguró, no se perdona.
Paola Durante fue clara en algo que incomodó a muchos: no busca venganza ni disculpas públicas.
Explicó que el perdón no es obligatorio y que hay heridas que se respetan manteniéndolas cerradas.
“Perdonar no siempre libera.
A veces, poner límites también es sanar”.
Durante años, se le exigió arrepentimiento, silencio y gratitud por haber “salido”.
Nadie preguntó cómo se reconstruye una vida después de ser señalada por todo un país.
A los 50 años, Paola admitió que nunca volvió a ser la misma, pero que sobrevivió.
Y sobrevivir, en su caso, fue un acto de resistencia.
Su testimonio no reabre el caso judicial, pero sí el moral.
Obliga a preguntarnos cuánto daño puede hacer una acusación repetida, cuántas vidas se rompen cuando el juicio se hace en horario estelar y quién paga realmente el precio de los errores ajenos.
Hoy, Paola Durante no es la joven del escándalo.
Es una mujer que decidió nombrar sus heridas para que dejen de doler en silencio.
Y al hacerlo, dejó una frase que resume toda su historia: “Me quitaron la libertad una vez.
No les voy a regalar también mi perdón”.