El reportaje expone cómo varios artistas que fueron estrellas de Televisa en décadas pasadas, tras perder contratos y visibilidad por cambios en la industria y decisiones personales, hoy viven lejos de la fama, algunos con dificultades económicas, dejando una sensación amarga sobre lo frágil e implacable que puede ser el éxito televisivo.

Durante décadas, sus rostros dominaron el horario estelar de Televisa.
Fueron protagonistas de telenovelas que paralizaban al país, invitados constantes en programas de revista y figuras omnipresentes en alfombras rojas, giras y portadas.
Sin embargo, el paso del tiempo, los cambios en la industria y decisiones personales marcaron un giro inesperado en la vida de varios de estos artistas, quienes hoy enfrentan una realidad muy distinta a la que conocieron cuando la fama y el dinero parecían inagotables.
Uno de los casos que más ha impactado es el de Enrique Lizalde, recordado por su imponente presencia en villanos icónicos de los años ochenta y noventa.
Aunque en su momento fue uno de los actores mejor pagados de la empresa, en entrevistas concedidas años después confesó que, tras alejarse de los foros de grabación, sus ingresos se redujeron drásticamente.
“La televisión no te prepara para el silencio”, llegó a decir en una charla informal con colegas, reconociendo que pasó temporadas viviendo con ayuda de amigos cercanos antes de estabilizarse económicamente.
Otra historia que ha generado sorpresa es la de Ariadne Welter, quien brilló en la época dorada de las telenovelas juveniles.
A principios de los años 2000, su nombre encabezaba elencos y campañas publicitarias, pero tras una serie de conflictos contractuales y la llegada de nuevas generaciones, su presencia en pantalla se fue diluyendo.
En 2015, vecinos de una colonia al sur de la Ciudad de México confirmaron que la actriz vivía de favor en casa de un familiar.
“No es falta de talento, es falta de oportunidades”, comentó entonces una persona cercana a ella.
El caso de Juan Carlos Bonet también refleja la otra cara de la fama.

Conocido por interpretar galanes y personajes carismáticos, Bonet decidió retirarse de la televisión a mediados de la década pasada tras problemas de salud.
Aunque durante años gozó de estabilidad económica, los gastos médicos y la ausencia de nuevos proyectos lo obligaron a mudarse a una ciudad más pequeña, lejos de los reflectores.
“Extraño actuar, pero no extraño la presión”, confesó en una reunión con excompañeros del medio.
No menos llamativa es la situación de Rosita Pelayo, actriz y comediante que durante años fue parte esencial de producciones populares.
A pesar de su trayectoria, enfrentó serias dificultades económicas en la última etapa de su vida.
Amigos del gremio revelaron que, en más de una ocasión, dependió del apoyo de colegas para cubrir gastos básicos.
Su historia reavivó el debate sobre la falta de protección y seguridad social para los artistas veteranos en México.
También figura Eduardo Palomo, cuyo éxito en los años noventa fue arrollador.
Aunque su fallecimiento marcó profundamente a la industria, personas cercanas a su entorno han señalado que, antes de morir, atravesaba un periodo de incertidumbre profesional, con menos contratos y un futuro que ya no era tan prometedor como en su época de mayor popularidad.

Su caso suele mencionarse como ejemplo de lo efímera que puede ser la fama televisiva.
Finalmente, está el testimonio de Lourdes Munguía, quien pasó de protagonizar melodramas a trabajar esporádicamente en teatro regional.
Aunque mantiene una actitud positiva, ella misma ha reconocido que los ingresos ya no son los mismos.
“La televisión te da todo, pero también te lo quita”, expresó en una conversación reciente con admiradores.
Estas historias, distintas entre sí pero unidas por un mismo patrón, revelan una verdad incómoda: el éxito en la televisión no garantiza estabilidad eterna.
Detrás del glamour, muchos artistas enfrentan el olvido, la precariedad y una lucha constante por reinventarse.
Hoy, lejos de los reflectores de Televisa, sus vidas avanzan en silencio, recordando que la fama puede ser tan brillante como frágil.