Todo parecía perfecto.
En los años 80, Las Chicas del Can revolucionaron la música latina: mujeres hermosas, talentosas, cantando merengue como nunca antes se había visto.
Sus temas como “El Negro No Puede”, “Ta’ Pillao” y “Juana la Cubana” no solo conquistaron América Latina, sino que abrieron un espacio inédito para las mujeres en un género dominado por hombres.
Detrás de ese éxito descomunal estaba Wilfrido Vargas, el visionario productor y músico dominicano, quien creó, dirigió y explotó la imagen de Las Chicas del Can.
Pero lo que parecía una relación de mentor y artistas terminó siendo, según varios testimonios, una jaula de oro.
Varias exintegrantes, años después, comenzaron a hablar del lado oscuro que vivieron: explotación laboral, contratos injustos, manipulación emocional y una presión inhumana para mantener una imagen perfecta.
“Éramos muñecas al servicio de un imperio que no nos pertenecía”, confesó una de ellas en una entrevista reciente.
Según los relatos, Wilfrido controlaba todo: desde las canciones que debían interpretar hasta su peso corporal, la manera de vestir, su comportamiento en público y, sobre todo, su silencio ante cualquier inconformidad.
Los viajes interminables, los pagos miserables y la falta de derechos básicos desgastaron física y emocionalmente a muchas de las integrantes.
La fama era un espejismo: mientras llenaban estadios y vendían miles de discos, ellas apenas veían dinero.
Pero no era solo el tema económico.
Las historias más dolorosas hablan de una despersonalización brutal:
“No importaba quién eras como persona.
Si eras útil para el show, seguías.
Si no, simplemente te reemplazaban como si fueras un objeto”, relató otra exintegrante entre lágrimas.
Lo más impactante llegó cuando algunas de ellas, como Belkis Concepción, decidieron enfrentarlo y exigir un trato digno.
¿La respuesta? Ser borradas del mapa del espectáculo.
Belkis, fundadora y líder inicial de la agrupación, tuvo que empezar de cero tras atreverse a reclamar lo que era suyo.
Wilfrido Vargas, por su parte, siempre ha negado haber actuado de manera injusta, argumentando que Las Chicas del Can fueron su creación y que él mismo puso su carrera en riesgo para darles una plataforma.
Pero la versión de las protagonistas directas cuenta una historia muy distinta:
“Nos moldearon, nos usaron y luego nos dejaron a nuestra suerte.
Muchas de ellas cayeron en la depresión, en la ruina económica o en el olvido absoluto tras dejar el grupo.
Pocas lograron levantar cabeza y reconstruir su vida lejos de los reflectores.
Hoy, con el paso de los años, las heridas aún duelen.
Y aunque el legado musical de Las Chicas del Can sigue siendo motivo de orgullo, su historia también sirve como un recordatorio brutal del costo humano que a veces exige la fama.
El nombre de Wilfrido Vargas estará eternamente ligado a este fenómeno cultural, pero también —y ahora más que nunca— a las voces de aquellas mujeres que se atrevieron a contar la verdad:
Una verdad amarga, dolorosa y profundamente humana.
Porque, detrás de cada sonrisa en el escenario, había una historia de sacrificio… y de traición.