💔⚡ “50 años de silencio: la testigo olvidada que presenció los últimos segundos del Che Guevara”

 “‘Yo lo vi morir’: la confesión estremecedora de la niña que fue testigo del fin del mito”

 

Corría el 9 de octubre de 1967.

FOTO CHE GUEVARA

En La Higuera, un pueblo de tierra roja y montañas silenciosas, el aire olía a miedo y a historia.

Los soldados bolivianos habían capturado al hombre más buscado de América Latina: el Che Guevara.

Herido, sin armas, fue llevado a una vieja escuela donde permanecería cautivo hasta su ejecución.

Nadie imaginaba que en esa humilde aula de paredes agrietadas también estaba una niña, de apenas ocho años, que lo observó desde la puerta entreabierta.

Su nombre era Julia Cortés.

Durante décadas, su historia quedó en sombras.

Pero hoy, después de 50 años de silencio, su voz ha vuelto para contar lo que vio.

“Tenía los ojos más tristes que he visto en mi vida”, dijo en una entrevista concedida a un medio internacional.

“No parecía un monstruo, ni un héroe, ni un enemigo.

Parecía un hombre cansado, con hambre, con sed… y con miedo.

” Julia recordó que su madre, movida por compasión, le pidió llevarle comida: un plato de sopa, un poco de pan y café.

“Me temblaban las manos cuando entré”, contó.

“Él me miró, sonrió un poco y dijo: ‘Gracias, hijita.

’ Esa fue la primera vez que lo escuché hablar.

” La imagen de aquel guerrillero legendario reducido a un prisionero herido quedó grabada en su memoria.

Esa tarde, Julia regresó a casa y no volvió al colegio hasta el día siguiente, cuando escuchó disparos.

“Supe que algo terrible había pasado”, relató.

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“Corrí, pero los soldados no dejaron acercarme.

Solo escuché que decían: ‘Ya está muerto.

’” Con los años, La Higuera se convirtió en un lugar mítico.

Los visitantes llegaban de todas partes para ver la escuela donde cayó el Che.

Pero Julia, que vivía a pocos metros, evitaba hablar del tema.

“No quería que me usaran, ni que me preguntaran cosas que yo no entendía.

Yo era solo una niña”, explicó.

“Lo que vi fue humano, no político.

” Durante décadas, guardó silencio.

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Hasta que un día, al borde de la vejez, decidió escribir su testimonio.

En sus notas, revela un detalle estremecedor que nunca antes se había contado: asegura que escuchó una breve conversación entre un oficial y el prisionero momentos antes de su muerte.

“Uno de los militares le dijo: ‘Es mejor que hable, comandante.

’ Él respondió: ‘He dicho todo lo que tenía que decir.

Dispare.

’” Julia asegura que no pudo olvidar esas palabras.

“No fue un grito ni una súplica.

Fue una orden.

Lo dijo con serenidad.

Yo era muy niña, pero entendí que había visto morir a alguien que no se rendía.

” Lo que más la marcó, dice, fue la expresión final del Che.

“Tenía los ojos abiertos, pero ya no había fuego.

Solo calma.

” Con el tiempo, su testimonio fue buscado por periodistas, historiadores y documentalistas, pero Julia siempre se negó.

“Me decían que debía hablar, que podía hacer dinero o fama con eso.

Pero yo no quería.

Me daba miedo.

Había gente que desaparecía por decir demasiado.

” En los años posteriores al asesinato del Che, Bolivia vivió una etapa de represión y censura.

La Higuera fue vigilada, y muchos pobladores prefirieron olvidar lo que habían visto.

Julia, en cambio, decidió recordar en silencio.

“A veces soñaba con él”, confesó.

“Soñaba que me hablaba, que me pedía un lápiz para escribir una carta que nunca terminaba.

” Ese sueño, repetido durante décadas, fue lo que la impulsó finalmente a contar su historia.

Hoy, a los 60 años, vive en la misma región, rodeada de montañas y recuerdos.

Dice que no busca fama ni reconocimiento, solo cerrar un ciclo.

“Ya no tengo miedo”, asegura.

“Crecí con el peso de un secreto, con la imagen de un hombre que todos odiaban o veneraban, pero que yo solo vi como humano.

” Su relato no solo devuelve humanidad al mito, sino que también arroja luz sobre los silencios que la historia dejó atrás.

Durante años, se habló de los soldados, del comando boliviano, de la CIA y de Fidel Castro.

Pero nadie se preguntó qué vio la gente común, los campesinos, los niños que estaban allí.

“Yo lo vi morir”, repite Julia con voz baja.

“Y durante años pensé que había hecho algo malo por no haber dicho nada.

Pero ahora sé que callar también fue mi forma de sobrevivir.

” Su historia, ahora documentada en un libro que mezcla memoria y testimonio, ha reabierto el debate sobre los últimos días del Che.

Algunos dudan de los detalles, otros la llaman “la testigo del alma”.

Lo cierto es que su versión tiene algo que ninguna otra: la inocencia de una mirada infantil ante el fin de un mito.

Julia Cortés ya no es la niña que escondía el miedo bajo el pupitre de madera.

Es una mujer que, después de medio siglo, decidió devolverle voz a un momento congelado en la historia.

“Dicen que el Che murió como un símbolo”, concluye.

“Pero yo sé que antes de ser símbolo fue hombre.

Y los hombres también tienen miedo.

” Con esa frase, rompe el último velo de misterio.

Y nos recuerda que, detrás de las leyendas y los discursos, siempre hay una verdad pequeña, íntima y humana, esperando ser contada por quienes tuvieron el valor —o la inocencia— de mirar.

 

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