“Corrió hasta el final: el adiós más triste a la mujer que conquistó tres veces la Ciudad de México”
Su historia era la de una mujer que corrió contra todo: el tiempo, el cansancio, la pobreza, el olvido.

Desde muy joven, demostró que tenía algo diferente.
Su zancada era potente, su mente indomable.
Mientras otros se rendían en el kilómetro treinta, ella seguía, con los dientes apretados, con el corazón desbordando fuego.
Así conquistó tres veces el Maratón de la Ciudad de México, el evento más importante del atletismo nacional, convirtiéndose en una leyenda viva.
Cada triunfo suyo era una lección de tenacidad.
Cruzaba la meta con lágrimas y sudor, levantando los brazos al cielo como si agradeciera a algo más grande que ella.
Los espectadores la adoraban, los comentaristas la llamaban “la reina del asfalto”.

Pero detrás de esa imagen fuerte, había una mujer que, en silencio, cargaba con más de lo que el público podía imaginar.
En los últimos meses, quienes la conocían de cerca habían notado un cambio.
Su sonrisa se volvió más corta, sus apariciones públicas menos frecuentes.
Algunos amigos contaron que estaba luchando con problemas de salud, otros mencionaron la soledad y el peso psicológico de una carrera que exige más de lo que devuelve.
La confirmación de su muerte llegó en la madrugada, y el impacto fue inmediato.
Las redes sociales se inundaron de mensajes de tristeza, de fotos suyas corriendo entre el público, de videos de aquellos momentos gloriosos en que parecía invencible.

“Corrió toda su vida, y ahora corre hacia la eternidad”, escribió un seguidor en X (antes Twitter), y esa frase se volvió viral en cuestión de horas.
Los organizadores del Maratón de la Ciudad de México emitieron un comunicado oficial en el que lamentaron profundamente la pérdida de “una atleta ejemplar, inspiración de generaciones y símbolo de esfuerzo”.
Sin embargo, detrás de las palabras formales, se esconde una sensación de vacío que ningún homenaje podrá llenar.
Porque no se trata solo de una campeona que se fue; se trata de una mujer que dedicó su vida a alcanzar la meta una y otra vez, sin saber que el último tramo sería el más duro de todos.
En su pequeño departamento, aún reposan las medallas, los trofeos, los números de competencia cuidadosamente guardados.
Sus vecinos dicen que solía salir a correr incluso de madrugada, cuando la ciudad dormía.
“Corría sola, como si todavía entrenara para algo grande”, recuerda uno de ellos.
Nadie sabía que, quizás, lo que entrenaba era su despedida.
En entrevistas pasadas, ella había hablado del precio de la gloria.
Contaba que el cuerpo no siempre soporta el ritmo, que las lesiones duelen, pero que lo que más pesa es el silencio después de los aplausos.
“Cuando la carrera termina, y todos se van, te quedas tú sola con tus pensamientos”, dijo alguna vez.
Hoy esas palabras suenan casi proféticas.
El atletismo mexicano está de luto.
Compañeros de pista, entrenadores y rivales han expresado su dolor con un respeto que atraviesa el alma.
“Fue la más disciplinada que conocí, tenía un corazón enorme”, declaró una de sus contrincantes.
La Federación Mexicana de Atletismo ha anunciado que el próximo Maratón llevará un minuto de silencio en su honor.

Un gesto simbólico, sí, pero insuficiente ante la magnitud emocional de su partida.
La noticia ha reabierto una conversación incómoda pero necesaria: la soledad de los atletas cuando las luces se apagan.
Porque la gloria tiene un precio invisible.
Detrás de las medallas hay sacrificios extremos, dolores físicos, presiones mentales y, muchas veces, la falta de apoyo real cuando las victorias dejan de llegar.
Ella lo sabía.
Y aunque nunca se quejó en público, muchos aseguran que su mirada lo decía todo.
Su vida fue una carrera constante contra el olvido.
Y aun así, logró lo que pocos: dejar una huella imborrable.
La Ciudad de México, esa misma que la vio cruzar la meta tres veces con los brazos abiertos, hoy parece detenerse un instante en su honor.
El viento frío de octubre sopla entre las calles, y algunos corredores que entrenan al amanecer dicen que sienten algo distinto en el aire, como si su espíritu aún corriera entre ellos.
No hay final feliz en esta historia, solo la certeza de que su nombre quedará grabado en la memoria colectiva.
Ella no fue solo una atleta: fue una mujer que hizo de cada paso un acto de fe.
Y aunque la muerte la alcanzó fuera de la pista, su carrera no termina aquí.
Porque mientras haya alguien que corra recordándola, mientras el eco de sus zancadas resuene en las calles de la capital, seguirá viva en cada meta que alguien cruce.
Hoy, México no aplaude un triunfo, sino una vida que enseñó a resistir.
La triple ganadora del Maratón de la Ciudad de México ha muerto, pero su historia seguirá corriendo, imparable, hacia la eternidad.