💀 Desde Adentro: El Ex Halcón del CJNG Revela Cómo El Mencho Controla el Miedo, la Sangre y el Territorio 😱🗺️
No dio su nombre, pero su voz temblaba entre rabia, miedo y una extraña mezcla de orgullo y arrepentimiento.
“Fui halcón del CJNG por casi tres años.
Vi cosas que no deberían existir.Y todo…
todo era por órdenes de El Mencho”.
Así comienza el relato de un joven que fue reclutado en Michoacán a los 17 años, y que terminó siendo pieza clave de uno de los aparatos de inteligencia más violentos y eficaces del crimen organizado.
“Nos decían que éramos los ojos del patrón.
Que si fallábamos, alguien moría.
A veces nosotros.
A veces inocentes”, recuerda.
El trabajo de un halcón es simple pero letal: vigilar, reportar, anticipar.
Una llamada mal hecha podía costar una plaza entera.
Un silencio, una ejecución.
Lo más impactante del relato es cómo describe el cambio de estrategia que trajo El Mencho cuando tomó el control total del CJNG.
“Antes, todo era más desordenado, más salvaje.
Pero El Mencho llegó con estructura militar.
Nos entrenaban.
Nos daban radios codificados, claves.
Si no aprendías rápido, te desaparecían”.
Y las plazas —aquellos territorios donde se mueve la droga, el dinero y la sangre— no eran simples zonas de operación.
Eran campos de guerra.
“Guanajuato, Jalisco, Colima… cada estado era una trampa mortal.
Nos decían que si perdíamos un centímetro, era traición”.
Y con esa lógica, el joven recuerda noches enteras vigilando puntos, escondido en cerros, sin dormir ni comer, solo esperando la orden.
“El Mencho no gritaba.
Hablaba suave, pero cada palabra cortaba.
Una vez nos dijo: ‘Si matan a uno de los nuestros, maten a cinco’.
Y se hizo.
” Esa frase quedó marcada en su memoria como el principio de lo que llama “la etapa más oscura del cartel”.
Masacres, descuartizados, videos filtrados para infundir terror.
“No era solo matar.
Era mandar mensajes.
Era controlar el miedo”.
También revela cómo los halcones eran usados como carnada.
“Nos mandaban a provocar a los rivales.
A veces sabían que no saldríamos vivos.
Pero mientras nosotros caíamos, ellos avanzaban por otro lado”.
Era ajedrez con carne humana.
Y en ese juego, el peón se sacrificaba sin dudar.
Una de las escenas más fuertes que narra ocurrió en Apatzingán.
“Nos emboscaron.
Éramos cinco.
Solo quedamos dos.
Me escondí en una casa abandonada por casi 24 horas, rodeado de cuerpos.
Pensé que ahí terminaba todo.
Pero logré salir y reporté lo que vi.
Esa info salvó a un convoy nuestro.
Pero a los dos días, me hicieron ver los cuerpos de mis compañeros como castigo por haber fallado en evitar la emboscada.
Era una lección cruel”.
Las traiciones internas eran constantes.
“Nadie confiaba en nadie.
Si hablabas más de la cuenta, te ‘levantaban’.
A veces usaban a los halcones como espías…y luego los ejecutaban para que no quedaran cabos sueltos.
El Mencho quería lealtad total, no simpatía.
Si dudabas, estabas muerto”.
Cuando decidió huir, lo hizo sabiendo que sería hombre marcado de por vida.
“Dejé todo.Familia, amigos, pasado.
Vivo con otro nombre, en otro país.
Pero a veces escucho una moto en la noche… y siento que ya me encontraron”.
Lo más escalofriante de su testimonio no es la violencia física, sino la mental.
“Nos entrenaron para no sentir.
Ver cabezas colgadas, cuerpos quemados, niños llorando… todo eso era ‘normal’.
Si te afectaba, eras débil.
Y si eras débil, eras cadáver”.
Al final, cuando se le pregunta qué opina hoy de El Mencho, su respuesta es tan inquietante como ambigua: “Es un genio del mal.
Construyó un imperio con miedo.
Nos hizo creer que éramos invencibles… pero todos éramos prescindibles.
Él es Dios para los que aún están ahí… y el diablo para los que escapamos”.
Este relato no es un guion de ficción.
Es la confesión cruda de alguien que fue testigo directo de la guerra por las plazas.
Una guerra que no sale en televisión abierta.
Una guerra donde la muerte tiene nombre, clave y jerarquía.
Y en el centro de todo… un hombre silencioso, calculador y despiadado: El Mencho.