🕯️👁 Un disparo en el lugar menos pensado: la ejecución quirúrgica de “El Chino Pelucas”
El sol apenas comenzaba a iluminar la ciudad cuando la noticia corrió como pólvora: “El Chino Pelucas” había sido ejecutado dentro de un hospital.
El hombre, conocido como comandante de confianza del “Jefe Iván”, ingresó días antes con un cuadro de complicaciones médicas que lo mantenían bajo observación.
Nadie imaginaba que sería su última estancia en la Tierra.
Fuentes cercanas aseguran que desde su llegada ya existía un aire extraño.
Policías vigilaban discretamente, enfermeras murmuraban sobre la presencia de hombres armados afuera y en los pasillos se respiraba una tensión invisible.
Como si todos supieran que algo estaba por suceder.
Y sucedió.
La madrugada del ataque, un grupo de sujetos vestidos con batas médicas y cubrebocas ingresó sin levantar sospechas.
Eran al menos cinco.
Caminaron con calma quirúrgica, llevando consigo maletines que parecían de instrumental médico, pero que en realidad ocultaban pistolas con silenciador.
Nadie los detuvo.
Nadie preguntó.
En un hospital, la rutina del anonimato suele ser el mejor disfraz.
Llegaron hasta la habitación donde “El Chino Pelucas” se encontraba conectado a suero.
Dos de ellos se quedaron en la puerta, mientras los otros tres entraron.
Según testigos, apenas se escuchó un intercambio de palabras cortas.
Una voz firme, grave, le dijo: “Ya estuvo.
”
Después, solo el murmullo metálico de los disparos silenciados.
“El Chino Pelucas” cayó hacia atrás, con los ojos abiertos y la expresión congelada de quien comprende, en el último segundo, que su destino ya estaba escrito.
El ataque duró menos de un minuto.
Pero el impacto, hasta hoy, sigue retumbando en la región.
Lo más estremecedor no fue el hecho en sí, sino la frialdad con la que ocurrió.
El comando abandonó el hospital con la misma calma con la que entró.
En las cámaras de seguridad apenas se ven figuras borrosas caminando hacia la salida.
No hubo persecución.
No hubo disparos en los pasillos.
Nada.
Solo silencio.
Un silencio que hiela la sangre.
La pregunta que todos se hacen es: ¿quién dio la orden?
Algunos analistas apuntan a un ajuste interno.
“El Chino Pelucas” era considerado el hombre de máxima confianza de Iván, pero también cargaba con enemigos dentro del mismo círculo.
Otros sugieren que fue un golpe externo, una demostración de poder de un grupo rival que quiso enviar un mensaje directo: “Nadie está a salvo, ni siquiera en un hospital.
El eco de la ejecución llegó hasta las calles.
Los pobladores, acostumbrados a convivir con rumores de balaceras, quedaron en shock.
“Si mataron a un comandante en un hospital, ¿qué queda para nosotros?”, dijo un vecino con voz temblorosa.
La sensación de vulnerabilidad creció al instante.
Ya no hay santuarios.
Ni siquiera la enfermedad protege a los hombres del narco.
La prensa local trató de cubrir el hecho, pero la información fue limitada, confusa y, en algunos casos, censurada.
Algunos noticieros borraron notas a las pocas horas de publicarlas.
Otros solo mencionaron el suceso en voz baja, como si nombrarlo en voz alta pudiera atraer consecuencias.
Y es que, en el mundo del crimen organizado, los silencios pesan más que las palabras.
Mientras tanto, en redes sociales comenzaron a circular teorías.
Algunos aseguraban que la misma gente del “Jefe Iván” estuvo detrás, cansados de supuestas traiciones o movimientos ambiguos de “El Chino Pelucas”.
Otros, en cambio, hablan de infiltración: que el comando tenía información privilegiada sobre horarios, guardias y ubicación exacta de la habitación, lo que apunta a complicidad interna.
Lo cierto es que, más allá de las versiones, el asesinato dentro de un hospital marca un antes y un después.
No se trata solo de la caída de un hombre, sino de un acto simbólico: la violencia irrumpiendo en el único espacio que debía ser intocable.
Un mensaje brutal, directo, despiadado.
El cuerpo de “El Chino Pelucas” fue retirado bajo fuerte vigilancia horas después.
Su velorio, según testigos, fue austero, casi secreto.
Pocos se atrevieron a asistir, y quienes lo hicieron, lo hicieron con el rostro cubierto.
El miedo era palpable, porque la ejecución dejó claro que cualquiera podría ser el siguiente.
Al final, la vida de “El Chino Pelucas” terminó no en una balacera en la sierra ni en un enfrentamiento armado, sino en una cama de hospital.
Un escenario frío, limpio, donde la muerte se disfrazó de visita médica.
Y aunque oficialmente se hablará de “un ataque perpetrado por sujetos desconocidos”, en los pasillos de la ciudad todos saben que esto fue algo más: un mensaje con sangre.
Porque en el mundo del poder criminal, no hay treguas.
Ni siquiera entre cuatro paredes blancas.
Y ese día, el hospital dejó de ser un lugar de sanación para convertirse en un campo de ejecución.