“El Comegente: el asesino que devoró a más de 40 personas y expuso el horror oculto de Venezuela”

“Canibalismo, sangre y silencio: la historia real de ‘El Comegente’ que el país quiso olvidar”

Durante años, su nombre fue pronunciado como una advertencia, casi como una leyenda urbana que se contaba en voz baja para asustar a los niños.

Pero “El Comegente” no fue un mito.

Historias Innecesarias: Dorangel Vargas - Comegente

Fue real.

Caminó entre la gente, respiró el mismo aire, observó desde las sombras y convirtió el horror en rutina.

Su verdadero nombre era Dorángel Vargas, y su historia es una de las páginas más oscuras, perturbadoras y silenciadas de la historia criminal de Venezuela.

Todo comenzó en los márgenes de la sociedad, en calles donde la pobreza, el abandono y la indiferencia se mezclaban peligrosamente.

Nadie sabía con certeza cuándo mató por primera vez.

Nadie puede decir con seguridad cuántas personas cayeron realmente.

Las cifras oficiales hablan de más de 40 víctimas, pero investigadores y testigos sostienen que el número real podría ser mucho mayor.

Porque muchos de los que desaparecieron jamás fueron buscados.

Nadie los reclamó.

Nadie preguntó por ellos.

Dorángel Vargas no cazaba al azar.

Observaba.

Elegía a sus víctimas entre los más vulnerables: personas sin hogar, trabajadores informales, individuos solitarios.

Los seguía durante días, estudiaba sus rutinas, esperaba el momento exacto.

Cuando atacaba, lo hacía con una frialdad que helaba la sangre.

Golpes, armas improvisadas, emboscadas nocturnas.

Y después venía lo impensable.

Lo que lo convirtió en pesadilla nacional.

Se comía a sus víctimas.

No fue una metáfora ni una exageración mediática.

Las autoridades encontraron restos humanos cocinados, huesos calcinados, evidencias claras de canibalismo.

El Comegente descuartizaba los cuerpos y utilizaba partes para alimentarse durante días.

Para él, no había culpa ni remordimiento.

En sus propias palabras, lo hacía por necesidad, por hambre, por costumbre.

Como si estuviera hablando de cualquier otra cosa cotidiana.

Durante años, los rumores circularon sin que nadie actuara con seriedad.

Vecinos hablaban de olores extraños, de gritos nocturnos, de huesos encontrados en zonas cercanas.

Pero las denuncias eran ignoradas.

¿Quién iba a creer que un hombre estaba asesinando y comiendo personas en pleno territorio venezolano? La realidad era demasiado monstruosa para ser aceptada.

El arresto ocurrió casi por accidente.

Una investigación menor llevó a los agentes hasta una vivienda precaria en el estado Táchira.

Lo que encontraron dentro superó cualquier pesadilla.

Restos humanos, cuchillos improvisados, fogones con carne en proceso de cocción.

La escena dejó a los policías paralizados.

Algunos vomitaron.

Otros no pudieron dormir durante semanas.

El país entero quedó en shock cuando la noticia salió a la luz.

Durante los interrogatorios, Dorángel Vargas no mostró arrepentimiento.

Habló con calma, incluso con cierta naturalidad.

Confesó asesinatos como quien enumera recuerdos vagos.

No pidió perdón.

No justificó.

Simplemente relató.

Dijo que la sociedad lo había abandonado, que el hambre lo había empujado, que matar y comer se había vuelto parte de su supervivencia.

Pero para muchos expertos, esas palabras no eran más que una fachada para una mente profundamente perturbada.

Los psiquiatras que lo evaluaron coincidieron en algo inquietante: El Comegente entendía perfectamente lo que hacía.

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Sabía que estaba matando.

Sabía que era un crimen.

Y aun así, continuó.

No se trataba solo de locura, sino de una combinación letal de violencia, marginalidad y ausencia total de control social.

El juicio fue rápido, casi silencioso.

No hubo largas coberturas ni transmisiones constantes.

El país parecía querer olvidar lo antes posible.

Dorángel Vargas fue recluido en un centro psiquiátrico penitenciario, considerado inimputable penalmente por su condición mental.

Para muchos, eso fue un alivio.

Para otros, una injusticia.

¿Cómo aceptar que alguien que asesinó y devoró a decenas de personas no pagara una condena convencional?

Con el paso de los años, su figura se convirtió en un tabú.

Pocos medios volvieron a mencionarlo.

El Estado evitó profundizar.

Las víctimas, en su mayoría sin familia o sin voz, quedaron reducidas a números.

El Comegente seguía vivo, encerrado, pero presente como un recordatorio incómodo de todo lo que falla cuando una sociedad decide mirar hacia otro lado.

Su historia no es solo la de un asesino serial.

Es el reflejo brutal de un sistema que permitió que alguien cazara y se alimentara de seres humanos durante años sin ser detenido.

De una realidad donde la vida de los más pobres vale tan poco que su desaparición pasa inadvertida.

Donde el horror crece en silencio hasta que ya es imposible ocultarlo.

“El Comegente” no fue un monstruo nacido de la nada.

Fue creado en los márgenes, alimentado por el abandono, la indiferencia y el miedo.

Y aunque hoy esté encerrado, su historia sigue siendo una herida abierta.

Una que Venezuela rara vez se atreve a mirar de frente.

Porque hay verdades tan oscuras que muchos prefieren fingir que nunca existieron.

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