🤐🔥 Cuando el poder se cobra caro: Ernesto Barajas y el error que nunca debió cometer
Fue tan repentino como desconcertante.
Un boletín seco, sin emotividad ni ceremonia, anunciaba la renuncia de Ernesto Barajas a su cargo dentro del aparato político en Jalisco.
No hubo conferencia de prensa.
No hubo agradecimientos.
No hubo ni siquiera una fotografía con sonrisa fingida.
Solo silencio… y una frase filtrada que encendió las redes: “Por andar de hocicón”.
Durante años, Barajas fue visto como un operador eficiente, leal a las estructuras de poder y con futuro prometedor dentro del movimiento político al que representaba.
Siempre con discurso medido, imagen sobria y una aparente prudencia que lo diferenciaba de los perfiles más escandalosos.
Pero algo cambió.
Y cambió muy rápido.
Todo apunta a una serie de reuniones internas celebradas a puerta cerrada en Guadalajara a finales de julio, donde se discutían temas delicados sobre candidaturas futuras, alianzas políticas incómodas y contratos sospechosos adjudicados sin licitación.
Según varias fuentes cercanas a esas juntas, Barajas habría expresado su inconformidad —no una, sino varias veces— con decisiones tomadas por altos mandos del partido, particularmente con el “pacto en la sombra” que buscaba beneficiar a empresarios ligados a viejos caciques del PRI.
Lo que nadie esperaba es que, al salir de esas reuniones, Barajas habría compartido detalles sensibles con periodistas locales “fuera de micrófono”, según testimonios recogidos de manera anónima.
Uno de ellos filtró información a través de una cuenta alterna en redes sociales.
El escándalo no tardó en explotar: contratos multimillonarios, nombres comprometidos, e incluso un esquema de “diezmos” disfrazados de apoyos logísticos.
La cúpula política no lo tomó como un error inocente, sino como una traición directa.
Barajas fue llamado a una reunión urgente con tres figuras clave del gabinete estatal.
No hubo diálogo.
Le leyeron un documento.
Le pidieron firmar su renuncia.
Le advirtieron que “la lealtad no se negocia”.
Y antes de que pudiera responder, alguien soltó la frase lapidaria: “Te lo dijimos, por andar de hocicón”.
Lo más perturbador es que, desde entonces, Barajas no ha dado una sola declaración pública.
Ha desaparecido de redes sociales, canceló su asistencia a tres eventos donde era figura principal, y ni siquiera respondió a los intentos de contacto de periodistas con quienes antes mantenía relación fluida.
Algunos lo interpretan como un “castigo ejemplar”.
Otros, como un acto de miedo.
Porque —y esto es clave— no fue solo una renuncia: fue un silenciamiento.
Fuentes del Congreso local aseguran que Barajas tenía en su poder documentos que demostraban desvío de fondos a través de asociaciones “fantasma” vinculadas a campañas políticas disfrazadas de programas sociales.
Se dice que incluso habría grabado conversaciones con funcionarios de segundo nivel donde se confirmaban estos movimientos.
¿Iba a revelar todo? ¿O solo fue una advertencia que se le salió de control?
Lo cierto es que desde su salida, el ambiente en el entorno político de Jalisco ha cambiado.
Se respira tensión.
Hay operadores que dejaron de hablar en los pasillos.
Grupos de WhatsApp que fueron eliminados.
Y una serie de movimientos administrativos que parecen estar “tapando huellas”.
Algunos incluso afirman que Barajas fue presionado a firmar acuerdos de confidencialidad bajo amenaza legal (y no solo legal).
Su círculo cercano guarda silencio absoluto.
Su familia ha rechazado hablar con medios.
Y su antigua oficina fue vaciada en menos de 48 horas, sin dejar rastro de documentos o dispositivos.
La rapidez con la que borraron su paso del mapa solo alimenta las sospechas: ¿qué tanto sabía? ¿Y por qué era tan peligroso que hablara?
Mientras tanto, el partido al que pertenecía sigue emitiendo mensajes de “unidad y renovación”, como si nada hubiera pasado.
Pero quienes conocen el sistema desde dentro saben que este tipo de silencios pesan más que cualquier escándalo público.
El caso de Ernesto Barajas es un recordatorio brutal de que en la política, hablar de más no solo cuesta el puesto… puede costar la reputación, la libertad o algo más.
Por ahora, todo lo que queda es una frase que ya se convirtió en leyenda urbana en los cafés políticos de Jalisco: “Por andar de hocicón”.
Una advertencia disfrazada de anécdota.
Un mensaje claro para todos los que aún creen que se puede hablar sin consecuencias.
Porque en ese juego, quien levanta la voz… desaparece.
